En
primer lugar y para que no surjan dudas os confieso –queridas amigas y amigos-
que me gusta nuestro Carnaval pero también os digo que -como me ocurre con el
fútbol, con la política y con el periodismo- lo vivo de una manera moderada,
sin excesivo apasionamiento, sin idolatría y sin fanatismo.
Por
eso procuro mantener cierta distancia que me permite disfrutarlo y, además,
analizarlo y criticarlo. En mi opinión, nuestras agrupaciones nos muestran unos
espejos, cóncavos o convexos, en los que se reflejan, alargados o achatados,
nuestros rostros y nuestros gestos, nuestras virtudes y nuestros defectos,
nuestras aspiraciones y nuestras frustraciones.
Este
año, debido a la crisis sanitaria, no saldremos a las calles y a las plazas
para disfrutar con los coros, con las agrupaciones pero podremos disfrutar con el
buen humor de las coplas desde nuestros hogares gracias a la televisión.
El
buen humor, aunque no está relacionado necesariamente con el amor, sí tiene
mucho que ver con la amabilidad. Por eso aplaudo el humor que humaniza las
relaciones humanas, ese humor al que se
refieren muchos de los amigos que nos visitan, cuando nos dicen que el rasgo
que más les llama la atención es el fino e ingenioso humor de sus habitantes.
Se refieren al humor amable que ha de constituir para nosotros un reto, un
desafío y una responsabilidad.
El
humor es un lenguaje que la Estética lo considera como arte, la Poética como
resorte literario y la Antropología como una manifestación cultural: es la
consecuencia natural de la facultad humana del lenguaje que puede servir para
construir la sociedad o, a veces, para destruirla. Por
eso, justamente en estos momentos de preocupación por la dichosa pandemia, nos
viene bien condimentar nuestra convivencia ciudadana con algunas pizcas de la
sal y de la pimienta de nuestro buen humor.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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