La utopía del Reino y la realidad de la
pandemia
Domingo V
El evangelio del domingo pasado
contaba el asombro causado por la predicación de Jesús y por su poder sobre los
espíritus inmundos. Todo eso ocurrió un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. El
evangelio de este domingo nos cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en
los días siguientes.
En la
primera parte se subraya el enorme poder de Jesús sobre las más diversas
enfermedades, desde la fiebre de la suegra de Pedro hasta las manifestaciones
de los endemoniados. Es una descripción maravillosa, que simboliza y anticipa
el futuro Reino de Dios, cuando no habrá enfermedad, sufrimiento, llanto ni
muerte.
El contraste es enorme con lo que estamos viviendo a propósito del covid-19, con millones de víctimas y la angustia de no saber cómo evolucionará. Los breves pasajes del evangelio de este domingo nos obligan a pensar en tantos enfermos y a tenerlos presentes en nuestra oración. También nos descubren a los continuadores de la actividad de Jesús, que no son principalmente los obispos y sacerdotes, sino los miles de personas relacionadas con el ámbito de la salud: científicos, médicos, enfermeras y enfermeros, auxiliares, farmacéuticos… No tienen la facilidad de Jesús para curar. Atienden a los enfermos en circunstancias difíciles y exigentes, sufren con los que no pueden salvar. Para ellos, el Reino de Dios es algo que todavía se espera y se pide: «Venga a nosotros tu Reino». Merecen nuestro agradecimiento y nuestra oración.
Elementos de un relato de milagro
Un relato de milagro consta generalmente de los siguientes elementos:
a) se presenta al enfermo, subrayando a veces la gravedad de la enfermedad;
b) el interesado u otra persona pide su curación;
c) Jesús lo cura, a veces con solo su palabra, a veces con algún tipo de
acción;
d) el enfermo demuestra que ha sido curado; p. ej., el paralítico carga con su camilla, el cojo da saltos.
Curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31)
En este caso, el relato es extraordinariamente breve y todo se cuenta con rapidez.
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Quien lee este relato de Marcos no presta atención al hecho de que la
curación tenga lugar en sábado. Pero cuando se conocen los otros evangelios, y
se sabe que una de las acusaciones más fuertes contra Jesús fue la de curar en sábado,
el detalle adquiere mayor importancia.
La fiebre de la enferma no es de
escasa importancia, le obliga a guardar cama. Y el hecho de que se lo cuenten a
Jesús significa que le preocupa a la familia. Él no dice una palabra, se limita
a tomarla de la mano y levantarla. Para demostrar que se ha curado plenamente,
se pone a servirlos.
Una feminista radical estadounidense dedujo de este detalle final que ni siquiera el evangelio libera a la mujer de su situación de esclavitud a los varones. Pero es una visión demasiado estadounidense y actual del relato. Lo que quiere decir Marcos no es que la mujer cristiana deba estar al servicio del varón, sino que la suegra se curó plenamente.
Curaciones al atardecer (Mc 1,32-34)
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Al ponerse el sol termina el descanso sabático. La gente puede caminar,
comprar, etc., y aprovecha la ocasión para llevar ante Jesús a todos los
enfermos y endemoniados. En este contexto dice Marcos, casi de pasada, que
Jesús «expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les
permitía hablar». Esta idea, que ya apareció en el relato del endemoniado y que
se repetirá en otros momentos, la presentó Wilhelm Wrede en 1901 como «el
secreto mesiánico». Jesús no quiere que la gente sepa desde el principio su
verdadera identidad, tienen que irla descubriendo poco a poco, escuchándolo y
viéndolo actuar.
No se dice cuánto tiempo dedicó a curar a muchos de ellos. Se supone que hasta tarde. En Israel, como en todo el Mediterráneo, la noche no cae de repente. Tampoco se dice dónde cenan Jesús y sus discípulos, ni dónde se quedan a dormir. Los evangelios no son biografías ni se detienen en detalles que consideran secundarios.
Jesús y sus colaboradores siguen proclamando el Reino (1,35-39)
Se
levantó de madrugada,
cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso
a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le
dijeron:
̶ Todo el
mundo te busca.
Él les
responde:
̶ Vámonos a
otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he
salido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
La conducta de Jesús, levantándose de madrugada para rezar, trae a la mente
las palabras del Salmo 63: «¡Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo!».
Estamos al comienzo del evangelio, y Marcos indica algo que será una constante
en la vida de Jesús: su oración, el contacto diario e intenso con el Padre, del
que saca fuerzas para llevar adelante su misión.
Esta misión no se caracteriza por elegir lo cómodo y fácil. En Cafarnaúm toda la gente pregunta por él, quiere verlo y escucharlo. Sin embargo, él decide recorrer de nuevo toda Galilea. Ya lo había hecho solo, cuando metieron a Juan en la cárcel. Ahora lo hace acompañado de los cuatro discípulos. Y no solo predica, también expulsa demonios.
El demonio de la depresión (Job 7,1-4.6-7)
La primera lectura, tomada del libro
de Job, ha sido elegida pensando en los enfermos a los que cura Jesús. Job
pertenece al grupo de los endemoniados, pero en sentido moderno. No se trata de
que esté poseído por un espíritu inmundo, sino de que se halla sumido en una
profunda depresión. No le encuentra sentido a la vida, la ve como una carga
insoportable, una noche que no se acaba, un futuro sin esperanza. La solución
le vendrá por un duro enfrentamiento con Dios, que le obligará a salir de sí
mismo, a abrir la ventana y contemplar las maravillas que lo rodean, hasta
terminar reconociendo humildemente que no puede discutir con Dios ni culparlo
de lo que le ocurre.
Relacionando esta lectura con el evangelio, parece sugerir al deprimido: acude a Jesús, o que alguien te lleve a él. No te hablará duramente, como Dios a Job, pero quizá te ayude a salir de ti mismo y a superar tu depresión. Porque, como dice el Salmo de hoy: «Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas» (Sal 146,3).
Habló Job, diciendo:
«El hombre está en la tierra
cumpliendo un servicio,
sus días son los de un
jornalero;
como el esclavo, suspira por la
sombra,
como el jornalero, aguarda el
salario.
Mi herencia son meses baldíos,
me asignan noches de fatiga;
al acostarme pienso: ¿Cuándo me
levantaré?
Se me hace eterna la noche y me
harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la
lanzadera,
y se consumen sin
esperanza.
Recuerda que mi vida es un
soplo,
y que mis ojos no verán más la dicha.»
«Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados (Sal 146,1)
En las diversas y numerosas
curaciones que ha contado el evangelio, resulta extraño que nadie dé las
gracias a Jesús. Ni la suegra de Simón, ni su familia, ni los que acuden al
ponerse el sol, ni los enfermos de toda Galilea. Pasa haciendo el bien sin
esperar recompensa.
Por eso es bueno que el Salmo nos
invite a alabar al Señor, reconociendo todo el bien que nos ha hecho. Este
himno recoge motivos muy diversos para alabar a Dios: empieza por la
reconstrucción de Jerusalén y la vuelta de los deportados, pero no pierde de
vista a cada individuo, vendando las heridas de los que tienen el corazón
destrozado y sosteniendo a los humildes.
José Luis Sicre Díaz,
S.J.
Doctor en Sagrada Escritura
por el
Pontificio Instituto
Bíblico de Roma
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