Miércoles de ceniza
Hoy, miércoles
de ceniza me refiero brevemente al significado de este rito que, entre muchos
pueblos de la antigüedad era una señal del propósito de cambiar la vida, de
mejorar los comportamientos, de ser mejores personas. No sólo los judíos sino
también los griegos, los egipcios, los árabes y otros pueblos de Oriente se cubrían la cabeza de ceniza en lugar de rociarse
con perfumes para expresar el dolor, la pena o el luto. Otras veces se sentaban
en el suelo entre ceniza para expresar sus disgustos y sus protestas por las calamidades públicas.
En estos
tiempos, por escasa atención que hayamos prestado a los mensajes que nos lanzan
los líderes políticos, sobre todo, en las vísperas de las elecciones, hemos
podido advertir que coinciden en la necesidad de cambiar las cosas. Todos nos
prometen que realizarán cambios importantes.
Estoy de
acuerdo en que es imprescindible cambiar las leyes para mejorar el bienestar y para
alcanzar mayor justicia, mayor igualdad, mayor libertad y mayor solidaridad.
Pero, en mi
opinión, para que se produzcan esos cambios es imprescindible que cambien cada
uno de ellos y cada uno de nosotros. ¿Cómo? Cultivando los valores humanos,
esos que nos ayudan a vivir una vida más saludable, más grata y más
humana.
La cuaresma es
el tiempo de preparación de la semana santa, una manifestación popular en la
que participan activamente ciudadanos de diferentes edades, de distintos
niveles culturales e, incluso, de diversas convicciones ideológicas. Es posible que muchos coincidan, al menos en teoría, en la necesidad de cultivar
algunos valores como, por ejemplo, la soledad, el silencio, la lectura y, sobre
todo, el acompañamiento a los que están solos y la solidaridad con los que
necesitan ayudas.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría de
la Literatura
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