LAS LECTURAS DE LOS DOMINGOS DE CUARESMA
Las
lecturas del Antiguo Testamento recogen momentos capitales de la historia de la
salvación: alianza con Noé y sus hijos (I), sacrificio de Abrahán (II),
decálogo (III), deportación a Babilonia y liberación (IV), nueva alianza (V).
Cumplen una importante función con vistas a la catequesis cuaresmal, pero no
tienen especial relación con el evangelio.
Las lecturas de las cartas destacan los tres primeros domingos la muerte y triunfo de Jesús. «Cristo sufrió su pasión… pero está sentado a la derecha de Dios» (I). «Cristo Jesús murió, resucitó y está a la derecha de Dios» (II). «Cristo crucificado… que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (III). En los dos últimos domingos ponen de relieve el beneficio que esto supone para nosotros. «Estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (IV). «Cristo, llevado a la consumación, se convirtió en autor de salvación eterna» (V). Este tema adquiere especial relieve el tercer domingo: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?»
Las lecturas del
evangelio comienzan con el episodio de las tentaciones (I) y los otros cuatro
recogen pasajes que se refieren, de distinto modo, a la muerte y resurrección
de Jesús: Transfiguración (II); «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (III); «Dios envió a su Hijo para que
el mundo se salve por él» (IV); «Si el grano de trigo
muere da mucho fruto» (V). Como ocurre en
las segundas lecturas, los dos últimos domingos subrayan el beneficio que la
muerte y resurrección de Jesús tienen para todos nosotros.
Domingo I de Cuaresma
Tentación sin tentaciones
Volver a empezar
El primer domingo de Cuaresma, en cualquiera de los tres ciclos, se dedica a recordar las tentaciones de Jesús. Eso supone que debemos dar marcha atrás, olvidarnos de que ya estaba recorriendo Galilea con sus discípulos y volver a empezar. Jesús acaba de ser bautizado, ha recibido una misión de Dios. Pero, antes de lanzarse a una actividad pública, el Espíritu lo impulsa al desierto. Con este relato, muy simbólico, y que no se presta a conclusiones piadosas, Marcos quiere plantearnos desde el comienzo el misterio de la persona de Jesús.
Un relato sin tentaciones (Marcos 1,12-13)
Si se hiciera una encuesta a los cristianos sobre las tentaciones de Jesús (suponiendo que hayan oído hablar de Jesús y de las tentaciones) algunos mencionarían la de convertir una piedra en pan; otros, que Satanás le ofreció toda la gloria y riqueza si lo adoraba; los más listos incluso recordarían lo de tirarse desde el pináculo del templo. Con eso, demostrarían conocer los relatos de las tentaciones que cuentan Mateo y Lucas. Pero Marcos no dice nada de eso.
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.
Más que un relato parece un guion con seis
datos que el catequista deberá desarrollar.
El Espíritu. En la tradición bíblica, el Espíritu es el que
impulsa a los Jueces y a los profetas a realizar la misión que Dios les
encomienda: salvar al pueblo de sus enemigos o transmitir su palabra. En este
caso, con notable diferencia, el Espíritu impulsa a Jesús al desierto.
El desierto es el lugar de la prueba, como lo fue para el
pueblo de Israel cuando salió de Egipto, camino de la Tierra Prometida. Allí
fue tentado para ver si era fiel. Y la inmensa mayoría sucumbió en la prueba,
mostrándose un pueblo de corazón duro y obstinado. Jesús, en cambio, superará
en el desierto la tentación.
Los cuarenta días equivalen a los cuarenta
años que, según la tradición bíblica, pasó Israel en el desierto. Es número de
plenitud, de tiempo redondo (recuérdense los cuarenta días del diluvio, los
cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta días entre la resurrección de
Jesús y la Ascensión, etc.).
Satanás. Nosotros hemos adornado este personaje con
tantos elementos (incluidos cuernos y rabo) que conviene dejar claro cómo lo
concibe Mc. El evangelista usa el nombre de Satanás en cinco ocasiones (1,13;
3,23.26; 4,15; 8,33), y desaparece en la segunda parte del evangelio (cc.9-16);
curiosamente, la última vez que se menciona a Satanás no se refiere al demonio
sino el apóstol Pedro, que quiere apartar a Jesús de la pasión y la cruz. Por
consiguiente, Satanás es el símbolo de la oposición al plan de Dios. Satanás
quiere apartar a Jesús del camino que Dios le ha trazado en el bautismo: hacer
que se olvide de pobres y afligidos, dejar de consolar a los tristes, de
anunciar la buena noticia. O, como hará Pedro más adelante, pedirle que cumpla
su misión, pero sin pensar en cruz ni sufrimientos.
Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas... Son escorpiones, alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen mencionados junto con los ángeles:
«A sus ángeles
ha dado órdenes
para
que te guarden en todos tus caminos;
te
llevarán en sus palmas
para
que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás
sobre chacales y víboras,
pisotearás leones y dragones».
Jesús, en el desierto, sufre la tentación de Satanás. Pero Dios está a su
lado, lo protege mediante sus ángeles, y hace que triunfe en todos los
peligros.
Estos elementos (tentación, vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, Mc presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera.
Primera actividad de Jesús y síntesis de su predicación (Marcos 1,14-15)
El relato de las tentaciones en Mc es tan breve que la liturgia ha añadido las frases siguientes. Aunque tratan un tema muy distinto (el comienzo de la actividad de Jesús), la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la Cuaresma.
Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio.»
Esas palabras ya las leímos el
domingo 3º del Tiempo Ordinario. Recuerdo lo que comenté a propósito de ellas.
Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2)
lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.
Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en
él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos
acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese
perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios
Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este
caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.
Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando
que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se
dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio
Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con
desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona
rica, importante y famosa, como afirma el libro tercero de la Guerra Judía de
Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida,
igual que en todo el Imperio romano.
Los judíos de Judá y Jerusalén no
estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al
norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino
orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos
sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no
sale ningún profeta» (Jn 7,52).
Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y
pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido
el tiempo y está cerca el reino de Dios») y una invitación («convertíos y creed
en el Evangelio»).
El anuncio encaja en la
mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos
religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no
encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios.
Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese
reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no
habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está
cerca».
Pero lo más importante es que
vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena
noticia.
Convertirse implica dos cosas:
volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del
hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe
volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de
los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.
Pero Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
El recuerdo del bautismo (dos primeras lecturas)
Desde antiguo, la celebración de la Pascua quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el Sábado Santo, y eso ha influido en la selección de las lecturas. Ya la primera carta de Pedro ve en la salvación de ocho personas del diluvio atravesando el agua un símbolo del bautismo que ahora nos salva. Este texto se recoge en la segunda lectura. La primera, como es lógico, recuerda el relato del Génesis.
Génesis 9.8-15
Dios dijo a Noé y a
sus hijos:
Yo establezco mi
alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que
os acompañan, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y
ahora viven en la tierra. Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio
no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.
Y Dios añadió: Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes.
La carta de Pedro (llamada así, aunque no la escribió san Pedro) ve en el diluvio un simbolismo del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las aguas del diluvio, el cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal.
1 Pedro 3, 18-22
Queridos hermanos: Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el Espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a qué se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua. Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.
Jesús y nuestro bautismo
La presentación de Jesús como nuevo Adán está estrechamente relacionada con la nueva vida que comienza en el cristiano con el bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para profundizar en este sacramento que, en la mayoría de los casos, recibimos sin ser conscientes de lo que recibíamos.
Padre José Luis
Sicre Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada
Escritura por el
Pontificio
Instituto Bíblico de Roma
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