La saeta, ese género de cante flamenco que se
interpreta en nuestra Semana Santa andaluza, constituye una manifestación
propia de nuestro arte popular religioso. Es un grito desgarrado que tiene
resonancias árabes, judías y gregorianas y que deriva de la seguiriya y de las
tonás gitanas. Expresa el sentir hondo de nuestro pueblo melillense que
rememora y vive la Pasión y la Muerte de Jesús de Nazaret y que acompaña el sentimiento
de dolor de su madre María.
La “saeta” es una manera elemental
de adentrarse en el misterio del dolor humano y una forma espontánea de asumir la
muerte: es un modo de dolerse con el dolor de los otros y de penar con las
penas de los demás.
La palabra “saeta”, más culta y más
antigua que la palabra “flecha” la usan autores tan importantes como el poeta
medieval Gonzalo de Berceo, Juan Ruiz -el Arcipreste de Hita-, autor del Libro
de Buen Amor, y Don Juan Manuel, autor del El conde Lucanor, es el dardo que
hiere y que, destrozando el corazón, nos transporta los sentimientos del amor.
¿Dónde nació? ¿En el barrio de Triana
de Sevilla, en el barrio de Santiago de Jerez o en el barrio de Santa María de
Cádiz? Es igual: Lo importante es que brota de la fuente original del alma en
carne viva de un pueblo que, por haber sentido la amargura de la soledad, de la
pena, del desprecio, del desamparo, del hambre, de la sed o de la pobreza, vive
la grandeza de la misericordia, la alegría del perdón, el alivio de la fe, el
consuelo de la esperanza y la fecundidad del amor.
La “saeta flamenca” es grito,
clamor, llanto, gemido, queja, lamento, piropo, cante, culto, fervor y oración;
es poesía y es música; es amor y es lástima; es arte y es pasión.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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