DOMINGO XVIII
Eucaristía e inmortalidad
¿Cuántos miles de veces has comulgado desde que hiciste la Primera Comunión? ¿Se ha convertido ya en rutina, aunque seas consciente de su importancia? Hablando de otro tema: ¿qué piensas de la otra vida? ¿Eres de los que dicen: «El pobrecito se ha muerto», como si fuera una desgracia sin remedio? ¿Estarías dispuesto, como Gilgamés, el gran héroe mesopotámico, a realizar un peligroso viaje para conseguir la planta de la inmortalidad, o piensas que es una tarea absurda e imposible? A menudo preferimos no hacernos estas preguntas. Es más cómodo esconder la cabeza, como el avestruz. Pero el autor del cuarto evangelio (san Juan o quien sea) disfruta amargándonos la vida.
El debate sobre el pan de vida
Este domingo y los tres siguientes se lee el «Debate sobre el pan de vida», que continúa el tema de la multiplicación de los panes y los peces. El inconveniente de dividir el debate y sus consecuencias en cuatro domingos es que se pierde su fuerte tensión dramática. Por ello, considero importante ofrecer una visión de conjunto, aunque haya que anticipar datos de los próximos domingos.
Los interlocutores del debate
Los interlocutores de Jesús, aunque resulte extraño, cambian: al principio son los galileos que se beneficiaron del milagro de la multiplicación de los panes; cuando el debate adquiere un tono polémico, son los judíos quienes «critican» a Jesús y «discuten entre ellos». Pero su reacción final, cuando termina de hablar Jesús, no se cuenta. El protagonismo pasa a muchos de sus discípulos [de Jesús], que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final, solo quedan los doce.
Los tres puntos principales del debate
Los debates y discursos de Jesús en el
evangelio de Juan, aunque largos y complicados, se pueden resumir en pocas
ideas. En este podemos distinguir tres, estrechamente relacionadas.
1. La «vida eterna» (vv.27.40.47.54), «la vida»
(v.33.53), «vivir para siempre» (v.51.58). Es un tema obsesivo del cuarto
evangelio, que comienza afirmando que «el Verbo era vida» y lo ejemplifica en
la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra como «la resurrección y la
vida». Recuerda lo que decía Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra
ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme».
2. Esa vida eterna se consigue comiendo «el pan
de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan que da la vida al mundo» (v.33.51),
«el pan que ha bajado del cielo» (v.41.50.58). Al que come de ese pan, Jesús
«lo resucitará en el último día» (vv.39.40.44.54).
3. Los dos temas anteriores están muy
vinculados al de la fe en Jesús: «lo que Dios quiere es que creáis en el que ha
enviado» (v.29); «el que cree en mí nunca tendrá sed» (v.35); «el que cree en
mí tiene la vida eterna» (v.47). Por eso, los discípulos que abandonan a Jesús
lo hacen porque «no creían» (v.64); en cambio, los Doce, como afirma Pedro,
«hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios» (v. 69).
Por consiguiente, al hablar del «pan de vida», la fuerza capital recae en «la vida», esa vida eterna a la que Jesús nos resucitará en el último día. Igual que la comida no es un fin en sí misma, sino un medio para subsistir, el pan eucarístico está directamente enfocado a la obtención de la inmortalidad. Quien comulga, como algunos corintios, sin creer en la otra vida, no es consciente de la estrecha relación entre eucaristía y vida eterna.
El desarrollo del debate y sus consecuencias
En el texto litúrgico (que suprime el pasaje
6,36-40) podemos distinguir tres grandes partes (domingos 18, 19, 20),
centradas en el diálogo entre Jesús y los presentes en la sinagoga de
Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan distinta de muchos discípulos y de
los Doce (domingo 21).
La primera parte (domingo 18), que desarrollaré
luego, termina con una revelación inimaginable por parte de Jesús: «Yo soy el
pan de vida», «el que baja del cielo y da la vida al mundo».
La segunda (domingo 19) comienza con la
reacción crítica de los judíos ante la pretensión de Jesús de haber
bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre y a su madre. Pero él termina
con una afirmación más desconcertante aun: «el pan que yo daré es mi carne».
La tercera (domingo 20) empalma con la
afirmación anterior: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Los judíos
llevan razón. Parece imposible, absurdo. Jesús no lo explica ni matiza. Insiste
en que comer su carne y beber su sangre es la única forma de conseguir la vida
eterna.
Con lo anterior termina del debate, sin que se diga cómo reaccionan los judíos. Pero sí se indica la reacción de los discípulos (domingo 21), distinguiendo entre el escándalo de mucho de ellos y la respuesta positiva de los Doce.
Notas al debate
1. Aunque las ideas puedan resultar claras, son
difíciles de aceptar. La reacción normal de los oyentes es que les están
tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un blasfemo. Una persona a la
que conocen de pequeño, igual que a su familia, tiene que haberse vuelto loca
para decir que ha bajado del cielo, que es superior a Moisés, que quien viene a
él no tendrá nunca hambre ni sed, que es preciso comer su cuerpo y beber su
sangre, como si ellos fuesen caníbales.
2. Jesús recurre a la ironía («me buscáis
porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la importancia del
maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su carne y beber su
sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos actuales: que solo lo
siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre». Este enfoque
desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la experiencia
posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la mayoría de los
judíos no lo aceptó como enviado de Dios.
3. El debate no reproduce lo ocurrido al pie de
la letra, es elaboración del autor del cuarto evangelio. Él sabe que sus
lectores, su comunidad, entenderá rectamente los símbolos. Cuando Jesús dice
que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida», que hay que
comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no se trata de comer un trozo de
su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere a la eucaristía, al pan y la
copa de vino que comparten.
4. Desde un punto de vista pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos discípulos, los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el concepto de «transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo.
La versión milagrosa del maná (Ex 16, 2-4.12-15)
Ya que el evangelio hace referencia al don del
maná, se lee la versión del libro del Éxodo, que lo une al de las codornices
(pan y carne). Hay otra versión muy distinta del maná, nada milagrosa, en el
libro de los Números 11,7-9. En este relato, el pueblo está harto de no comer
más que maná. Y se añade: «El maná se parecía a semilla de coriandro con color
de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo
machaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían
a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él, el
maná».
Sin embargo, la versión que terminó imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo, sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado volando y nadie las echaría de menos.
En aquellos
días, la comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el
desierto, diciendo:
-¡Ojalá
hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos
sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos
habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad.
El Señor
dijo a Moisés:
-Mira, haré
llover pan del cielo para vosotros; que el pueblo salga a recoger la ración de
cada día; lo pondré a prueba, a ver si guarda mi instrucción o no. He oído las
murmuraciones de los hijos de Israel. Diles: al atardecer comeréis carne, por
la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro
Dios.
Por la tarde una bandada de codornices cubrió todo el campamento, y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto una polvo fino, como escamas; parecido a la escarcha sobre la tierra. Al verlo, los hijos de Israel se dijeron: «¿Qué es esto?». Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor os da de comer.»
El maná y el pan de vida (Jn 6, 24-35)
La
introducción ha suprimido muchos datos. Después de la multiplicación de los
panes y los peces, los discípulos se marchan en la barca mientras Jesús se
retira al monte huyendo del deseo de la gente de hacerlo rey. Por la noche,
cuando la barca está en peligro por un viento en contra, Jesús se aparece
caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto llegan a tierra. Lo
anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la gente advierte la
ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su busca.
Empieza
entonces el largo debate. La sección de hoy consta de cuatro intervenciones de
la gente (tres preguntas y una petición), seguidas de cuatro respuestas de
Jesús.
Todo comienza con una pregunta muy sencilla: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta, hace un suave reproche («me buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla del alimento que dura hasta la vida eterna. Lo lógico sería que la gente preguntase cómo se consigue ese alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer lo que Dios quiere. Y Jesús responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel que ha enviado. Los galileos captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan una postura más exigente: para creer en él deberá realizar un gran prodigio, como el del maná. Con la referencia al maná le ponen a Jesús el tema en bandeja. Enfrentándose a la tradición que presenta el maná como «pan del cielo» y «pan de ángeles», Jesús dice que el maná no se puede comparar con el verdadero pan del cielo, que no se limita a saciar el hambre, sino que da la vida al mundo. Los galileos reaccionan de forma parecida a la samaritana: «Señor, danos siempre de ese pan». La respuesta de Jesús no puede ser más desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará la gente? La solución el domingo próximo.
En aquel
tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se
embarcaron y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra
orilla del lago, le preguntaron:
-Maestro,
¿cuándo has venido aquí?
Jesús les
contestó:
-En verdad,
en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque
comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por
el alimento que perdura para la vida eterna; el que os dará el Hijo del hombre;
pues a este lo ha sellado el Padre, Dios.
Ellos le
preguntaron:
-Y, ¿qué
tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?
-La obra de Dios es esta: que
creáis en el que él ha enviado.
Le
replicaron:
-¿Y qué
signo haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a
comer pan del cielo».
Jesús les
replicó:
-En verdad,
en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del
cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque
el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.
Entonces le
dijeron:
-Señor,
danos siempre de este pan.
Jesús les
contestó:
-Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.
«El hombre comió pan de ángeles» (Sal 77)
El salmo
alaba al Señor por su poder al alimentar al pueblo con el maná e introducirlo
en «las santas fronteras» de la tierra prometida. Pensando en las palabras de
Jesús, debemos alabarlo, no por aquel milagro pasado, sino por darnos cada día
el verdadero pan del cielo.
Padre José Luis Sicre
Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada
Escritura por el
Pontificio Instituto
Bíblico de Roma
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