Disfrutar
con el cuerpo y con el espíritu
El verano constituye una oportunidad para
disfrutar, esa aspiración universalmente ansiadas y, a veces, difícil de
satisfacer. En este tiempo podemos practicar con mayor libertad el disfrute de
esas actividades que son necesarias para seguir vivos, como, por ejemplo, alimentarnos,
hacer deportes y descansar. En mi opinión también deberíamos aprovechar este
tiempo para entrenar las sensaciones que nos proporcionan placer. Es posible
que los prejuicios contra el disfrute sensorial estén determinados por aquella
interpretación errónea de la ascética ampliamente predicada durante los tres
últimos siglos o, quizás, por una reacción generalizada provocada por la ubicua
y agresiva publicidad consumista actual, pero el hecho cierto es que, en
algunos ambientes, existe una seria resistencia a valorar positivamente el
disfrute de los sentidos. Quizás por eso, cuando nos referimos a la sensibilidad, solemos definirla como una
facultad despojada de sus sustanciales dimensiones corporales.
El verano es el tiempo propicio,
además, para cultivar la amistad, esa relación afectiva que ha de estar
presente en las diferentes etapas de la vida, es una necesidad y una fuente de
beneficios de elevados valores terapéuticos y cuya importancia es vital, sobre
todo, en la ancianidad. Los amigos son los que, por su
proximidad y por su semejanza, mejor nos comprenden aunque no tengamos que
darles muchas explicaciones.
El verano nos proporciona nuevas oportunidades
para disfrutar. Sí –queridas amigas y amigos- necesitamos no sólo descansar
sino también disfrutar para seguir caminando, para superar el conformismo y
para progresar. Todos, con independencia de la edad, de las creencias, de las
posibilidades económicas e, incluso, del estado de salud, necesitamos
disfrutar, gozar y deleitarnos para no desfallecer y para vencer el
aburrimiento, esa desagradable sensación de desgana, de cansancio y de fastidio
que nos produce la rutina. Recordemos que la palabra “aburrir” procede del
verbo latino “abhorrere” que significa tener aversión a algo, y que éste deriva
de “horrere” que quiere decir “erizarse”, “ponerse los pelos de punta” a
consecuencia del malestar corporal que producen las ideas, las palabras y las
conductas desagradables. El aburrimiento -cuya expresión externa es el bostezo-
tiene, efectivamente, algo o mucho de disgusto, de fastidio, de molestia y de
hastío. Descansemos y disfrutemos para, por favor, no aburrirnos.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
0 comentarios:
Publicar un comentario