Domingo XIX
Tres tipos de pan
Continuando el tema del maná y el verdadero pan de vida, la primera lectura y el evangelio nos hablan de tres clases de pan: el que alimenta por un día (maná), el que da fuerzas para cuarenta días (Elías) y el que da la vida eterna (Jesús). Pero comencemos recordando lo ocurrido en la sinagoga de Cafarnaúm.
Desarrollo de Juan 6,41-51
El pasaje es complicado porque mezcla diversos
temas.
1. Objeción de los judíos: ¿Cómo puede este
haber bajado del cielo?
2. Respuesta de Jesús: si creyerais en mí, lo
entenderíais.
-
Pero solo cree en mí aquel a quien el Padre atrae.
-
Mejor dicho: Dios enseña a todos, pero no todos quieren aprender.
-
Atención: El que Dios enseñe a todos no significa que lo veamos.
3. Jesús y el maná: el pan que da la vida y el
pan que no la garantiza.
4. Final sorprendente: el pan es mi carne.
Exposición del contenido
El domingo pasado, Jesús ofrecía un pan
infinitamente superior al del milagro de la multiplicación. Ese pan es él, que
ha bajado del cielo. El evangelio de este domingo comienza contando la reacción
de los judíos ante esta afirmación. ¿Cómo puede haber bajado del cielo
uno al que conocen desde niño, que conocen a su padre y a su madre?
Jesús no responde directamente a esta pregunta.
Ataca el problema de fondo. Si los judíos no aceptan que ha bajado del cielo es
porque no creen en él. Y si no creen en él, es porque el Padre no los ha
llevado hasta él. Esta afirmación tan radical sugiere que todo depende de Dios:
solo los que él acerca a Jesús creen en Jesús. Por eso, inmediatamente después
se añade: «Dios instruye a todos… pero no todos quieren aprender». Solo el que
acepta su enseñanza viene a Jesús, lo acepta, y cree que ha bajado del cielo.
Ningún judío puede echarle a Dios la culpa de no creer en Jesús.
La idea de que Dios instruye a todos cabe
interpretarla como si fuese un profesor sentado delante de sus alumnos, al que
pueden ver. No. A Dios no lo ha visto nadie. Solo el que procede de él: Jesús.
Tras este paréntesis sobre la fe, la acción del Padre y la visión de Dios, Jesús vuelve al tema del pan que baja del cielo, el que da la vida, a diferencia del maná, que no la da. Pero termina añadiendo una afirmación más escandalosa aún: «el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». ¿Cómo reaccionarán los judíos? La solución, el próximo domingo.
En aquel
tiempo los judíos murmuraban de Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado
del cielo», y decían:
-¿No es este
Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora
que ha bajado del cielo?
Jesús tomó
la palabra y les dijo:
-No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios». Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo.
Tres notas al evangelio
1. El auditorio cambia. Ya no se trata de los
galileos que presenciaron el milagro, sino de los judíos. En el
cuarto evangelio, los judíos representan generalmente a las autoridades
que se oponen a Jesús. Sin embargo, lo que dicen («conocemos a su padre y a su
madre») no encaja en boca de un judío, sino de un nazareno. Esto demuestra que
no estamos ante un relato histórico, que recoge los hechos con absoluta
fidelidad, sino de una elaboración polémica.
2. El tema de la fe interrumpe lo relativo a
Jesús como pan bajado del cielo, pero es fundamental. Solo quien cree en Jesús
puede aceptar eso. Lo curioso, en este caso, es cómo se llega a la fe: por
acción del Padre, que nos lleva a Jesús. Normalmente pensamos lo contrario: es
Jesús quien nos lleva al Padre. «Yo soy el camino… nadie puede ir al Padre sino
por mí». Aquí se advierte, como en todo el evangelio de Juan, la acción
recíproca del Padre y de Jesús.
3. Tras este inciso, Jesús vuelve a contraponer el maná y su pan. En la primera parte (domingo 18), adoptó una actitud muy crítica ante el maná. Cuando los galileos, citando el Salmo 78,24, dicen que Dios «les dio a comer pan del cielo», Jesús responde que el maná no era «pan del cielo»; el verdadero pan del cielo es él. Ahora añade otro dato más polémico: los que comían el maná morían; su pan da la vida eterna.
El pan del profeta Elías (1 Reyes 19,4-8).
El siglo IX a.C. fue de profunda crisis religiosa. El rey de Israel, Ajab, se casó con una princesa fenicia, Jezabel, muy devota del dios cananeo Baal. La gente ya era bastante devota de este dios, al que atribuían la lluvia y las buenas cosechas. Pero el influjo de Jezabel y la permisividad de Ajab provocaron que Yahvé dejase de tener valor para el pueblo. A esto se opuso el profeta Elías, denunciando a los reyes y matando a los profetas de Baal, lo que le habría costado la vida si no llega a huir hacia el sur, al monte Horeb (el Sinaí). El viaje es largo, demasiado largo, y Elías se desea la muerte. Un ángel le ofrece una torta cocida sobre piedras; la come dos veces, y con la fuerza de aquel manjar camina cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte en el que tuvo lugar la gran revelación de Dios a Moisés. Este relato se ha usado a menudo en relación con la eucaristía, y por eso se ha elegido para este domingo.
En aquellos
días, Elías anduvo por el desierto una jornada de camino hasta que, sentándose
bajo una retama, imploró la muerte diciendo:
-¡Ya es
demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres.
Se recostó y
se quedó dormido bajo la retama, pero un ángel lo tocó y dijo:
-Levántate y
come.
Miró
alrededor, y a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y un
jarro de agua. Comió, bebió y volvió a recostarse. El ángel del Señor volvió
por segunda vez, lo tocó de nuevo y dijo:
-Levántate y
come, pues el camino que te queda es muy largo.
Elías se levantó, comió, bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.
Tres clases de panes
Las lecturas de hoy sugieren una reflexión.
Antes de la reforma de Pío X, la comunión no
era frecuente. Los cristianos más piadosos comulgaban una vez a la semana;
normalmente, una vez al mes. La comunión era para ellos como el pan de Elías,
que da fuerzas para vivir cristianamente durante un período más o menos largo
de tiempo.
Con la reforma de Pío X, a comienzos del siglo
XX, se difunde la comunión diaria, aunque no se oiga misa. (Recuerdo de joven,
en la iglesia de los franciscanos de Cádiz, la gran cantidad de gente que iba a
comulgar en un altar lateral mientras en el altar mayor se decía una misa que
muy pocos seguían). Es como el maná, que da fuerzas para ese día, pero conviene
repetirlo al siguiente.
El evangelio de Juan nos hace caer en la cuenta de que la eucaristía no solo da fuerzas para un día o un mes. Garantiza la vida eterna. Se comprende que Jesús interrumpa su discurso para hablar de la fe y de la acción del Padre.
La vida eterna en la vida diaria (Efesios 4,30-5,2)
Se cuenta en el libro del Éxodo que, en la
noche de Pascua, los israelitas mojaron con la sangre del cordero el dintel y
las dos jambas de la puerta de la casa para que el ángel del Señor, al castigar
a los egipcios, pasase de largo ante las casas de los israelitas. Esta
costumbre se remonta a los pastores, que al comienzo de la primavera
sacrificaban un cordero y untaban con su sangre los palos de la tienda para
preservar al ganado de los malos espíritus y garantizar una feliz trashumancia.
El autor de la carta a los Efesios recoge la imagen y la aplica al Espíritu Santo, que nos ha marcado con su sello para distinguirnos el día final de la liberación. Y añade una serie de consejos para vivir esa unidad en la que ha insistido en las lecturas de los domingos anteriores. Sirven para un buen examen de conciencia y para ver cómo podemos vivir, ya aquí en la tierra, la vida eterna del cielo.
Hermanos: No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que os ha sellado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor, como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.
Padre José Luis Sicre
Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada
Escritura por el
Pontificio Instituto
Bíblico de Roma
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