Los viajes y las aventuras de cada día
La comparación de la vida
humana con los ríos, uno de los versos españoles que han quedado grabados en
nuestra memoria colectiva, expresa según todos los críticos literarios el dolor
de Jorge Manrique tras la muerte de su padre, el destino universal de todas las
vidas y, también, el carácter fluido y transitorio de nuestra existencia. En mi
opinión es también una imagen de la influencia del pasado y del futuro, de la
memoria y de expectativas, en cada uno de los momentos presentes. Nuestros
pensamientos, nuestras palabras y nuestras conductas son los resultados de
experiencias anteriores y, también, de aspiraciones alentadoras
Para vivir el día a día de una
manera tranquila, segura y lo más grata posible es necesario que nos apoyemos,
al menos, en el pasado próximo y en el futuro cercano: en el ayer y en el
mañana, en los recuerdos y en las esperanzas. El presente de los seres humanos
es una combinación, a veces no equilibrada, de huellas imborrables y de
ilusiones esperanzadas. Somos lo que fuimos y lo que seremos. Por eso es
saludable que alimentemos las baterías vitales con recuerdos sanos y con
proyectos estimulantes, evitando, en la medida de lo posible, las amarguras
rencorosas y las vanas ilusiones.
“Caminante no hay camino, se
hace camino al andar”… estas palabras de Antonio Machado tan repetidas nos
sirven también para describir de modo magistral lo que es el camino de la vida.
No hay un camino preestablecido de manera definitiva y, por eso, cada uno de
nosotros puede configurar su sendero, su historia personal, llena de desvíos,
de esquinas y de cruces, de aciertos y de errores, de momentos felices y de tragos
amargos. La etapa que ya hemos cubierto -sea cual sea nuestra edad- no resta
nada al camino que nos queda por recorrer, sino que, por el contrario, potencia
nuestra marcha, asegura nuestros pasos, ensancha nuestros horizontes y
profundiza nuestra conciencia de que, efectivamente, cada minuto es una nueva
oportunidad que no deberíamos desperdiciar.
Nuestra vida es un viaje que,
como nos cuentan los poemas homéricos, es a veces de regreso Ítaca, a nuestro
hogar, a ese punto de partida que, en el fondo, es o puede ser las aspiraciones
hondas de esas aventuras que mueven muchos de nuestros proyectos innovadores y
de nuestras íntimas aspiraciones. Ya
hemos repetido más de una vez que los viajes, por muy lejos que nos lleven,
siempre alcanzan su fin y su finalidad en el punto de partida: viajamos para
regresar a nuestro hogar y para descubrir en él unos alicientes de los que
carecen los mejores hoteles.
José Antonio
Hernández Guerrero
Catedrático de
Teoría de la Literatura
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