En vez de ayuno, banquete de bodas
Domingo 2º del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
El domingo pasado
leímos el relato del bautismo de Jesús. Si hubiéramos seguido el orden del
evangelio de Lucas (base de este ciclo C), hoy deberíamos leer el ayuno de
Jesús en el desierto y las tentaciones. Sin embargo, con un salto imprevisible,
la liturgia cambia de evangelio y nos traslada a Caná. ¿Por qué?
Las tres epifanías (o “manifestaciones”)
Para la
mayoría de los católicos, solo hay una fiesta de Epifanía, la del 6 de enero:
la manifestación de Jesús a los paganos, representados por los magos de
oriente. Sin embargo, desde antiguo se celebran otras dos: la manifestación de
Jesús en el bautismo (que recordamos el domingo pasado) y su manifestación en
las bodas de Caná.
Un comienzo sorprendente
Si recordamos lo
que ha contado hasta ahora el cuarto evangelio, el relato de la boda de Caná
resulta sorprendente. Juan ha comenzado con un Prólogo solemne, misterioso,
sobre la Palabra hecha carne. Sin decir nada sobre el nacimiento y la infancia
de Jesús, lo sitúa junto a Juan Bautista, donde consigue sus primeros
discípulos. ¿Qué hará entonces? No se va al desierto a ser tentado por Satanás,
como dicen los otros evangelistas. Tampoco marcha a Galilea a predicar la buena
noticia. Lo primero que hace Jesús en su vida pública es aceptar la invitación
a una boda.
¿Qué pretende Juan
con este comienzo sorprendente? Quiere que nos preguntemos desde el primer
momento a qué ha venido Jesús. ¿A curar unos cuantos enfermos? ¿A enseñar una
doctrina sublime? ¿A morir por nosotros, como un héroe que se sacrifica por su
pueblo? Jesús vino a todo eso y a mucho más. Con él comienza la boda definitiva
de Dios y su pueblo, que se celebra con un vino nuevo, maravilloso, superior a
cualquier otro.
En
aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la
boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: "No les queda
vino." Jesús le contestó: "Mujer, déjame, todavía no ha llegado
mi hora." Su madre dijo a los sirvientes: "Haced lo que él
diga."
Había
allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los
judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: "Llenad las
tinajas de agua." Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó:
"Sacad ahora y llevádselo al mayordomo." Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los
sirvientes si lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio
y le dijo: "Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están
bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."
El simbolismo de la boda: 1ª lectura (Is
62,1-5)
Para los
autores bíblicos, el matrimonio es la mejor imagen para simbolizar la relación de
Dios con su pueblo. Precisamente porque no es perfecto, porque se pasa del
entusiasmo al cansancio, porque se dan momentos buenos y malos, entrega total y
mentiras, el matrimonio refleja muy bien la relación de Dios con Israel. Una
relación tan plagada de traiciones por parte del pueblo que terminó con el
divorcio y el repudio por parte de Dios (simbolizado por la destrucción de
Jerusalén y la deportación a Babilonia).
Pero el Dios del Antiguo Testamento no
conocía el Código de Derecho Canónico y podía permitirse el lujo de volver a
casarse con la repudiada. Es lo que promete en un texto de Isaías:
“El que te
hizo te tomará por esposa:
su nombre es
Señor de los ejércitos.
Como a mujer
abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–.
La primera
lectura de hoy, tomada también del libro de Isaías, recoge este tema en la
segunda parte.
Por
amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa
la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos
verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y
diadema real en la palma de tu Dios.
Ya
no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi
favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu
tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que
te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará
tu Dios contigo.
Para el evangelista, la presencia de Jesús en una boda simboliza la boda definitiva entre Dios e Israel, la que abre una nueva etapa de amor y fidelidad inquebrantables.
El simbolismo del vino
En el libro
de Isaías hay un texto que habría venido como anillo al dedo de primera
lectura:
“El Señor de
los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte
un festín de
manjares suculentos, un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos”.
Este es el
vino bueno que trae Jesús, mucho mejor que el antiguo. Además, este banquete no
se celebra en un pueblecito de Galilea, con pocos invitados. Es un banquete
para todos los pueblos. Con ello se amplía la visión. Boda y banquete
simbolizan lo que Jesús viene a traer e Israel y a la humanidad: una nueva
relación con Dios, marcada por la alegría y la felicidad.
El primer signo de Jesús, gracias a María
A Juan no
le gustan los milagros. No le agrada la gente como Tomás, que exige pruebas
para creer. Por eso cuenta muy pocos milagros, y los llama “signos”, para
subrayar su aspecto simbólico: Jesús trae la alegría de la nueva relación con
Dios (boda de Caná), es el pan de vida (multiplicación de los panes), la luz
del mundo (ciego de nacimiento), la resurrección y la vida (Lázaro).
Pero lo
importante de este primer signo es que Jesús lo realiza a disgusto, poniendo
excusas de tipo teológico (“todavía no ha llegado mi hora”). Si lo hace es
porque lo fuerza su madre, a la que le traen sin cuidado los planes de Dios y
la hora de Jesús cuando está en juego que unas personas lo pasen mal. Jesús
dijo que “el hombre no está hecho para observar el sábado”; María parece
decirle que él no ha venido para observar estrictamente su hora. En realidad no
le dice nada. Está convencida de que terminará haciendo lo que ella quiere.
Juan es el
único evangelista que pone a María al pie de la cruz, el único que menciona las
palabras de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre”. De
ese modo, Juan abre y cierra la vida pública de Jesús con la figura de María.
Cuando pensamos en lo que hace en la boda de Caná, debemos reconocer que Jesús
nos dejó en buenas manos.
La tercera Epifanía
El final del
evangelio justifica por qué se habla de una tercera manifestación de Jesús.
“Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y
creció la fe de sus discípulos en él.” Ahora no es la estrella, ni la voz del
cielo, sino Jesús mismo, quien manifiesta su gloria. Debemos pedir a Dios que
tenga en nosotros el mismo efecto que en los discípulos: un aumento de fe en
él.
José Luis Sicre Díaz,
S.J.
Doctor en Sagrada Escritura
por el
Pontificio Instituto
Bíblico de Roma
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