Las buenas novelas dibujan las convicciones y de convenciones que se repiten en diferentes épocas y en distintas culturas
Nathanael
West
El día de la langosta
Madrid,
Hermida Editores, 2022
En esta ocasión me permito confesar que,
desde hace más de quince años, tenía curiosidad de leer esta obra a la que
aludía el crítico Harold Bloom en aquel libro provocador titulado El canon occidental, “un catálogo de
libros preceptivos” en el que, como
es sabido, nos ofrece una relación crítica de los escritores más
representativos e influyentes de nuestra literatura. Reconozco que Nathanael
West era uno de los autores cuyas obras yo desconocía totalmente y cuya
búsqueda ha sido baldía hasta que, finalmente, Hermida Editores ha publicado
una traducción española de El día de la
langosta, publicada en 1939 y que fue llevada al cine en 1975 con el mismo
título. El relato se desarrolla en Hollywood, California, durante la Gran
Depresión, y plantea la desasosegada convivencia de quienes merodeaban en los alrededores
de la industria cinematográfica.
En mi opinión, uno de los mayores
alicientes de esta obra de ficción es la eficacia con la que, a pesar de que
nos traslada a un mundo alejado del nuestro, temporal, geográfica y culturalmente,
nos explica unas actitudes y unas conductas que, en diferentes grados, son
análogas a los comportamientos que, en la actualidad, son frecuentes en
ambientes próximos a nosotros. También aquí y ahora, por ejemplo, gran parte de
la gente viste ropa deportiva que no es para hacer deporte sino, simplemente, son
“disfraces” para dar a entender lo que no somos, pero deseamos serlo. También
aquí y ahora, “es difícil reírse de la necesidad de la belleza y del romance”.
Tengo la impresión de que, en gran medida, ilusionarnos con las apariencias y
con las aspiraciones es, simplemente, vivir.
Como es sabido, las peripecias humanas
que narran las novelas -las buenas novelas- poseen un fondo de convicciones y
de convenciones que, de manera más o menos explícitas, se repiten en las
diferentes épocas y en las distintas culturas. Gracias a la descripción de los
escenarios en los que se desarrollan los diversos episodios, a los escuetos
dibujos de los personajes y, sobre todo, a la hábil narración de los
sorprendentes episodios, la lectura de esta obra me ha generado la sensación de
que yo también participaba como un espectador privilegiado en aquel mundillo.
Estoy convencido de que aquí, muy cerca
de nosotros o, al menos, en algunos programas de televisión, podemos reconocer,
aunque con diferentes nombres, a personajes como, por ejemplo, el pintor Tod
Hackett, el ex-encargado de contabilidad en un hotel, Homer Simpson, o la
aspirante a actriz Faye Greener, esos seres originales que merodean por los
alrededores de las salas de cines, de las plazas de toros o de los estadios
deportivos buscando oportunidades.
A mi juicio, uno de los valores literarios
de este relato es la habilidad con la que el autor Nathanael West, estimula
sensaciones y emociones que, en conjunto, proyectan una realidad humana que
sigue vigente en nuestra sociedad actual.
Todos hemos escuchado reiteradas veces
que la literatura nace de un conflicto con el mundo, de un choque de conductas,
de una puesta en cuestión de la realidad que vivimos. Esta novela explica
nuestra reacción ante situaciones adversas, nos abre vías para expresar
emociones negativas o para mostrar sentimientos positivos y, a veces, para
manifestar el malestar interior por acciones inmorales que tienen lugar aquí
mismito, a nuestro lado.
Parto del supuesto, sin embargo, de que
la estética y, más concretamente, la literatura, poseen la autonomía de la
imaginación del lector que interpreta, que valora y que disfruta con los
relatos desde la profundidad y desde la originalidad de su yo. Curiosamente,
Tod Hackett que había acudido para buscar inspiración para su pintura,
descubrió un nuevo rumbo en medio de las violencias de las escenas finales.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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