Jesús alimenta, la comunidad recuerda
Fiesta del Corpus Christi
Ciclo C
La institución de
la Eucaristía se celebra el Jueves Santo. ¿Qué sentido tiene dedicar otra
fiesta al mismo misterio? Podríamos decir que, en el Jueves Santo, el
protagonismo es de Jesús, que se entrega. En la fiesta del Corpus, el
protagonismo es de la comunidad cristiana, que reconoce y agradece públicamente
ese regalo. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su
mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V
recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas
pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la
presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.
En el ciclo C, las lecturas centran la atención en el compromiso del cristiano con Jesús, al que debe recordar continuamente con gratitud (2ª lectura), porque él lo sigue alimentando igual que alimentó a la multitud (evangelio)
1ª lectura. ¿El primer anuncio de la Eucaristía? (Gn 14,18-20)
El c.14 del Génesis cuenta una batalla casi mítica de cinco
reyes contra cuatro, en la que termina tomando parte Abrán (no es una errata,
el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Al volver victorioso, el
rey de Salén (Jerusalén), que es sacerdote del Dios Altísimo, «le ofreció pan y
vino» y lo bendijo. En respuesta, Abrán le da el diezmo del botín recuperado.
Este breve pasaje contiene dos datos que explican su
elección para esta fiesta; 1) Melquisedec no es solo rey, es también sacerdote,
2) Lo que ofrece a Abrán no es una comida normal (un cabrito o un ternero) sino
pan y vino; además, lo bendice.
Siglos más tarde, el autor de la Carta a los Hebreos estableció un paralelismo entre Melquisedec y Jesús. Con estos elementos, no es raro que los Padres de la Iglesia vieran en esta escena un anuncio de la Eucaristía y que los artistas plasmaran esta idea. Lo mejor que Melquisedec pudo ofrecer a Abrán es pan y vino. Lo mejor que Jesús nos ofrece es su pan y su vino.
En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrán, diciendo: «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.» Y Abrán le dio un décimo de cada cosa.
2ª lectura. “En recuerdo mío” (1 Corintios 11,23-26)
Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Dos veces insiste Pablo, al recordar la
institución de la Eucaristía, que hay que realizarla «en memoria mía». Evoca la
imagen de un padre o una madre que, antes de morir, entrega un foto suya a los
hijos diciéndoles: «acuérdate de mí». Lo que pide Jesús es que recordemos todo
lo que hizo por nosotros a lo largo de su vida. La Eucaristía nos obliga a
echar una mirada al pasado y agradecer todo lo que hemos recibido de Jesús.
Pablo no omite la mirada al pasado, pero la limita a la muerte de Jesús, su
acto supremo de entrega; y la proyecta luego al futuro, «hasta que vuelva».
Pablo escribe estas palabras a propósito de los desórdenes que se habían introducido en la celebración de la Eucaristía en Corinto, donde algunos se emborrachaban o hartaban de comer mientras otros pasaban hambre. Por eso les advierte seriamente: cuando celebráis la cena del Señor, no celebráis una comida normal y corriente; estáis recordando el momento último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros. Celebrar la eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor, incompatible con una actitud egoísta.
Evangelio. Segundo anuncio de la Eucaristía (Lc, 9,11b-17)
Si la lectura del Génesis ha sido considerada el primera anuncio de la Eucaristía, la multiplicación de los panes es el segundo.
En aquel
tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo
necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
‒ «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos
de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de
comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que
cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este
gentío.»
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles
que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Lucas, siguiendo a Marcos con pequeños cambios, describe
una escena muy viva, en la que la iniciativa la toman los discípulos. Le indican
a Jesús lo que conviene hacer y, cuando él ofrece otra alternativa, objetan que
tienen poquísima comida. La orden de recostarse en grupos de cincuenta
simplifica lo que dice Marcos, que divide a la gente en grupos de cien y de
cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende recordando la organización del
pueblo de Israel durante la marcha por el desierto en grupos de mil, cien,
cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15). También en Qumrán se organiza al
pueblo por millares, centenas, cincuentenas y decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es
una forma de indicar que la multitud que sigue a Jesús equivale al nuevo pueblo
de Israel y a la comunidad definitiva de los esenios.
Jesús realiza los gestos típicos de la eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice los panes, los parte y los reparte. Al final, las sobras se recogen en doce cestos.
¿Cómo hay que interpretar la multiplicación de los panes?
Podría entenderse como el recuerdo de
un hecho histórico que nos enseña sobre el poder de Jesús, su preocupación no
sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades
materiales.
Esta interpretación histórica encuentra
grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una
multitud enorme, cinco mil personas, sin tener en cuenta que Lucas no habla de
mujeres y niños, como hace Mateo. En aquella época, la “ciudad” más grande de
Galilea era Cafarnaúm, con unos mil habitantes. Para reunir esa multitud
tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. Incluso la
propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida
resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para
alimentar de pronto a tanta gente.
Aun admitiendo que Jesús multiplicase
los panes y peces, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce
personas (a unas mil por camarero, si incluimos mujeres y niños) plantea
grandes problemas. Además, ¿cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús,
o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y
vuelta para recibir nuevos trozos cada vez que se acaban? Después de repartir
la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir
a recoger las sobras en mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que
recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles
no se extrañan lo más mínimo de lo sucedido?
Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta el evangelio. ¿Se basa el relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por los evangelistas para transmitir una enseñanza?
El trasfondo del Antiguo Testamento
Lucas, muy buen conocedor del Antiguo
Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos episodios bíblicos.
En primer lugar, la imagen de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Pero hay también otro relato sobre Eliseo que le vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:
«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las
primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:
― Dáselos a la gente, que coman.
El criado replicó:
― ¿Qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo insistió:
― Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el
Señor: Comerán y sobrará.
Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como
había dicho el Señor»
(2 Re 4,42-44).
Lucas podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo antiguamente. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder es mucho mayor: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.
¿Sigue saciando Jesús nuestra hambre?
Aquí entra en juego un aspecto del
relato que parece evidente: su relación con la celebración eucarística en las
primeras comunidades cristianas. Jesús la instituye antes de morir con el
sentido expreso de alimento: “Tomad y comed... tomad y bebed”. Los cristianos
saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que
ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía,
donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a
Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las
persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema
al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando
reconocen a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían
perdido.
Padre
José Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor
en Sagrada Escritura por el
Pontificio Instituto Bíblico de Roma
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