La necesidad y la urgencia de cuidar y de disfrutar con la naturaleza.
Karen
Armstrong
Naturaleza sagrada
Barcelona,
Planeta, Crítica, 2022
Estoy convencido de que los que se
decidan a leer esta importante obra de la ensayista británica Karen Armstrong,
Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2017, se sentirán
sorprendidos, agradecidos y, sobre todo, esperanzados por la novedad y por oportunidad
de los valientes análisis que hace sobre la gravedad de los peligros con que
todos estamos amenazados y por la originalidad de sus propuestas para que adquiramos
conciencia de nuestra responsabilidad.
Gracias a las reiteradas informaciones
científicas que recibimos por los diferentes canales de comunicación, todos
conocemos las consecuencias graves que, para la naturaleza y para nosotros -los
seres humanos-, se derivan del crecimiento de las emisiones de partículas, de la
elevación de los niveles de contaminación y del aumento de los agujeros en la capa
de ozono. Hoy todos somos conscientes de que asistimos a unos cambios cada vez
más rápidos y de que las temperaturas del globo y el nivel de los mares siguen
subiendo a un ritmo alarmante. Y todos sabemos, además, que el cambio climático
ha dejado de ser una inquietante posibilidad para convertirse en una realidad
terrible como consecuencia de nuestra irresponsable actividad humana. Pero también es cierto que “no percibimos que
estamos engarzados con nuestro entorno natural y que la enfermedad de la naturaleza
determina nuestras dolencias humanas”. ¿Por qué?
La respuesta de Karen Armstrong es
clara y categórica: “Aunque resulte esencial reducir las emisiones de carbono y
prestar atención a las advertencias de los científicos, lo cierto es que no
sólo tenemos que aprender a actuar de otro modo, sino que también es
imprescindible que concibamos de distinta manera el mundo natural. Debemos
recuperar el sentimiento de veneración que siempre nos ha inspirado la naturaleza
y que, durante miles de años, hemos cultivado con mimo los seres humanos. Sin
esta “conciencia” nuestra preocupación por el entorno natural será simplemente una
mera emoción superficial.
Es cierto que cada vez nos estamos
distanciando “progresivamente” de la naturaleza, pero, como la autora afirma,
nos es suficiente con que nos acerquemos físicamente, sino que, además, debemos
modificar la totalidad de nuestro sistema de valoraciones y de creencias. Si
hemos saqueado la naturaleza tratándola como un recurso, es porque “en los
últimos quinientos años hemos cultivado una cosmovisión muy distinta a la de
nuestros antepasados”. No se trata de creer o no en una
doctrina religiosa, sino de incorporar a nuestras vidas una serie de percepciones
y de prácticas que, transformando nuestras mentes y nuestros corazones, cambien
nuestro trato a la naturaleza.
Estoy de acuerdo en que es urgente que,
para volver a vincularnos con aquellos lazos emocionales con los que
convivíamos en y con la naturaleza, deberíamos aprender de esas culturas que,
como la india o la china, concebían a la naturaleza como una fuerza “sagrada”,
como una realidad que es digna de ser respetada, amada y reverenciada. Podríamos empezar acercándonos poco a poco
para observarla atentamente, para escuchar los sonidos de los vientos, los
movimientos de las nubes, la fluidez de los arroyos y para, como dice ella,
“percibir la vida corriente que fluye en todas las cosas y las trenza en una armoniosa
unidad”.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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