Miedo
a encontrarnos con nosotros mismos
La soledad y el silencio a veces nos
resultan molestos porque, simplemente, nos da miedo vernos por dentro a
nosotros mismos. El mundo de hoy nos ha hecho más activos que contemplativos y
hemos emprendido tal carrerilla hacia fuera que nos resulta difícil frenar para
advertir que, por ejemplo, estamos envejeciendo. En la actualidad, la mayoría
de nosotros, a no ser que nos veamos sorprendidos por una enfermedad mortal o
por un accidente trágico, nos encaminamos con relativa rapidez hacia una
dilatada ancianidad. A mi juicio, debería ser normal que nos preguntáramos cómo
estamos viviendo o cómo viviremos ese último recorrido que, si lo preparamos
con habilidad, con esmero y con sabiduría, nos ofrece la oportunidad para que
nos planteemos de manera razonable las cuestiones fundamentales de la vida
humana como, por ejemplo, si deseamos vivir mucho tiempo o vivir de una manera
razonable, intensa, generosa y provechosa.
Me permito invitarles a que intenten
concebir la propia ancianidad y que cada uno ensaye sus fórmulas personales
para vivirla de la manera más grata posible. En la
actualidad, la vida de la mayoría de nosotros ha dejado de ser tan breve como
el trayecto de un vehículo que pasa rápidamente. La esperanza de vida ha
aumentado considerablemente, el recorrido es bastante más largo y, durante él,
podemos detenernos, bajarnos y volver a subirnos en cada una de sus diferentes
paradas.
Ese último recorrido que, ya desde
ahora, y si todos lo preparamos con habilidad, con esmero y con sabiduría,
puede ser el tiempo adecuado para recuperar unas experiencias que, quizás, se
nos hayan escapado, para aprender y para emprender los caminos para abrir
puertas a lo desconocido, para escribir páginas aún en blanco, para extraer
enseñanzas incluso de las dolencias y de las limitaciones físicas y, en
resumen, para vivir y para celebrar lo que nos queda de vida.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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