La sobreexposición en las redes
sociales
Es ya muy sabido que, en nuestra
sociedad actual, la actividad de las redes sociales es indiscutible, es
permanente y es relevante. Aunque la empleamos en la enseñanza, en la economía,
en el trabajo, en el deporte y en la política tengo la impresión de que
deberíamos controlarla hábilmente para evitar que generen serias consecuencias
personales y sociales. Estas tareas son en la actualidad tan
vitales y tan extendidas que no podemos concebir la mayoría de las actividades
humanas sin tener en cuenta los poderes de las conexiones virtuales. La digitalización
de nuestras vidas es ya un hecho tan imprescindible que nos hace dependientes
incluso para interactuar con nuestros familiares, amigos y compañeros.
Uno de los aspectos más importantes y,
en mi opinión, menos atendidos, es los profundos efectos que el impacto de
estos medios causan a nuestra identidad personal y colectiva, a la psicología
de cada uno de nosotros y a la cultura de nuestros grupos y pueblos. De manera
rápida están transformando nuestra personalidad, nuestras maneras de pensar, de
sentir y de actuar, e influyen en los cambios de nuestras tradiciones
populares. Pienso que, debido a la rapidez con la que diluyen los espacios privados
y mezclan los ámbitos íntimos, familiares y sociales, al mismo tiempo que nos
proporcionan ayudas pueden hacernos más vulnerables. Es cierto que las conexiones
tecnológicas facilitan vivir y formar parte de un mundo más compartido, nos ayudan
para que nos comprendamos y para que comprendamos a los otros, pero también
hacen posibles los ataques y las agresiones al espacio sagrado nuestra privacidad.
El uso excesivo e incontrolado de las
redes sociales está generando un fenómeno contradictorio que, en mi opinión, puede
tener unas consecuencias graves para nuestro equilibrio emocional y para
nuestras relaciones familiares y sociales. Me refiero a esa paradoja tan
generalizada de ‘intimidad pública’, a esa facilidad con la que se anulan los
espacios, los tiempos y las cuestiones personales y, por lo tanto, “sagradas”,
a esas fronteras, a esas puertas y ventanas que nos protegían de quienes pudieran
robarnos nuestros tesoros más personales, esos que nos configuran como seres
individuales, diferentes y únicos, esos que definen nuestros proyectos vitales
y consolidan nuestra identidad y que, justamente, son los que proporcionan a la
persona, a la familia y a la sociedad la riqueza de la diversidad y hacen
posible la convivencia, la colaboración y la amistad.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
0 comentarios:
Publicar un comentario