Por la
renuncia al triunfo
Domingo 2º de Cuaresma. Ciclo A.
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Advertencia sobre las primeras lecturas de los domingos
de Cuaresma
No han sido elegidas por su relación estricta
con el evangelio, sino para recordar algunos momentos capitales de la
historia de la salvación. En este ciclo A se trata de los siguientes: 1)
pecado de Adán y Eva (domingo pasado); 2) vocación de Abrahán; 3) milagro de
Moisés en el desierto; 4) unción de David como rey; 5) promesa de
restauración del pueblo desterrado en Babilonia.
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Durante la Semana Santa, nuestras calles verán
pasar diversas imágenes de Jesucristo crucificado. La gente las mirará con
mayor o menor respeto, pero nadie dirá: “Era un terrorista y un blasfemo.
Hicieron bien en matarlo”. Si nuestra imagen de Jesús es positiva a pesar de su
destino tan trágico se debe, en gran parte, al evangelio de hoy.
El
tema común a las tres lecturas de este domingo es “por la renuncia al triunfo”.
En la primera, Abrahán debe renunciar a su patria y a su familia, experiencia
muy dura que sólo conocen bien los que han tenido que emigrar. Pero obtendrá
una nueva tierra y una familia numerosa como las estrellas del cielo. Incluso
todas las familias del mundo se sentirán unidas a él y utilizarán su nombre
para bendecirse.
En la
segunda lectura, Timoteo deberá renunciar a una vida cómoda y tomar parte en el
duro trabajo de proclamar el evangelio. Pero obtendrá la vida inmortal que nos
consiguió Jesús a través de su muerte.
En el evangelio, si recordamos el episodio inmediatamente anterior (el primer anuncio de la pasión y resurrección) también queda claro el tema: Jesús, que renuncia a asegurarse la vida, obtiene la victoria simbolizada en la transfiguración. Así lo anuncia a los discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar a este Hombre como rey». Esta manifestación gloriosa de Jesús tendrá lugar seis días más tarde.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su
hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante
de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
― «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los
cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el
amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de
espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
― «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús,
solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
― «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña (v.1), la visión (vv.2-8), el descenso de la montaña (9-13). Desde un punto de vista literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.
La teofanía del Sinaí
Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testamento.
La subida a la montaña
Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros pretende indicar que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Se dice que subieron «a una montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se contenta con estas indicaciones generales, la ha identificado con el monte Tabor, que tiene poco de alto (575 m) y nada de apartado. Lo evangelistas quieren indicar otra cosa: usan el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. Una montaña «alta y apartada» aleja horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto va a tener lugar la manifestación gloriosa de Jesús.
La visión
En ella
hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud: 1) la
transformación del rostro y las vestiduras de Jesús; 2) la aparición de Moisés
y Elías; 3) la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes; 4) la
voz que se escucha desde el cielo.
1. La
transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas palabras: «sus vestidos
se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún
batanero del mundo» (Mc 9,3). Mateo omite esta comparación final y añade un
dato nuevo: «su rostro brillaba como el sol». La luz simboliza la gloria de
Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan
sorprendente.
2. «De
pronto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él». Moisés es el gran
mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a
cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel
ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor
momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por
el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la
obra de Moisés. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a
Jesús) es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están
siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa
de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra
a plenitud.
En este
contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a
despropósito. Pero son simple consecuencia de lo que dice antes: «qué bien se
está aquí». Cuando el primer anuncio de la pasión, Pedro rechazó el sufrimiento
y la muerte como forma de salvar. Ahora, en la misma línea, considera preferible
quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que seguir a Jesús con
la cruz.
3. Como
en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella.
4. Sus primeras palabras reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: “¡Escuchadlo!”. La orden se relaciona directamente con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. “¡Escuchadlo!”.
El descenso de la montaña
Dos
hechos cuenta Mateo en este momento: La orden de Jesús de que no hablen de la
visión hasta que él resucite, y la pregunta de los discípulos sobre la vuelta
de Elías.
El
primero coincide con la prohibición de decir que él es el Mesías (Mt 16,20). No
es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y
esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso
aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad
también de su gloria.
El segundo tema, sobre la vuelta de Elías, lo omite la liturgia.
Resumen
Este
episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva
para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús
hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus
seguidores, tenemos tres experiencias complementarias: 1) vemos a Jesús
transfigurado de forma gloriosa; 2) contemplamos a Moisés y Elías; 3)
escuchamos la voz del cielo.
Esto
supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vestidos
tenemos la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la
gloria; 2) la aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús es el culmen de la
historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) la voz del cielo
nos dice que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de
Dios.
Tres
ideas que ayudan a superar el escándalo de Jesucristo crucificado.
Padre José
Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor
en Sagrada Escritura por el
Pontificio
Instituto Bíblico de Roma
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