Jesús en
Samaria y un borracho en La Coruña
Domingo
3º de Cuaresma. Ciclo A.
Acto I: Jesús y la mujer
Al alzarse el telón, se ve un valle,
no muy grande, entre dos montes; a la derecha el Ebal, a la izquierda el
Garizim. En el centro un pozo. Los discípulos han ido al pueblo a comprar
provisiones. Solo se ve a Jesús, sentado en el brocal, con aspecto cansado.
Entra por el fondo una mujer con un cántaro. Lo mira un momento, deja el
cántaro en tierra y se dispone a sacar agua del pozo. Jesús, sin ningún
preámbulo, sin saludar siquiera, le dice.
― Dame de beber.
(La mujer lo mira sorprendida y le
responde con tono irónico.)
― ¿Cómo tú, siendo judío, me pides
de beber a mí, que soy samaritana? Los judíos no se tratan con los samaritanos.
(Jesús
sonríe ligeramente y le habla con igual ironía)
― Si conocieras el don de Dios y
quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
(La mujer
lo mira con recelo, pensando que se trata de un loco inofensivo. Ata la soga al
cubo y se dispone a tirarlo al pozo)
― Señor, si no tienes cubo, y el
pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? ¿Eres tú más que nuestro padre
Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
― El que bebe de esta agua vuelve a
tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el
agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta
hasta la vida eterna.
(Se oye
el golpe seco del cubo contra el agua. Al cabo de un momento, la mujer comienza
a tirar mientras le dice sonriendo).
― Señor, dame esa agua: así no
tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
(Jesús
también sonríe. Cuando la mujer apoya el cubo en el brocal, antes de que
empiece a llenar el cántaro, le dice)
― Anda, llama a tu marido y vuelve.
― No tengo marido.
― Tienes razón, que no tienes
marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la
verdad.
(La mujer
lo mira sorprendida)
― Señor, veo que tú eres un
profeta.
(Su
actitud cambia por completo, ya no lo mira como a un bicho raro ni le habla en
broma. Se siente desconcertada y curiosa. Cuando termina de llenar el cántaro mira
a la montaña que tiene enfrente, el Garizim, y le comenta).
― Nuestros padres dieron culto en
este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en
Jerusalén.
― Créeme, mujer: se acerca la hora
en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais
culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la
salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los
que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque
el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto
deben hacerlo en espíritu y verdad.
(La mujer
no se ha enterado de mucho, pero no pide aclaraciones).
― Sé que va a venir el Mesías, el
Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
― Soy yo, el que habla contigo.
(La mujer lo mira con una mezcla de asombro y miedo. Está a punto de decir algo pero en ese momento comienzan a entrar los discípulos. Coge el cántaro, pero cuando se lo lleva a la cintura, se detiene un momento y lo deja en tierra, junto al pozo. Sale apresurada sin llevárselo.)
Acto II: La mujer y sus paisanos
(La escena se desarrolla en Sicar,
pueblecito cercano al pozo. Pocas casas, niños pequeños jugando. La mujer entra
corriendo y llama a las vecinas.)
― Venid a ver un hombre que me ha
dicho todo lo que he hecho.
(Una
vecina, irónica)
― ¿Todo?
― Sí, todo. Que he tenido cinco
maridos.
― ¿Y te ha dicho algo del que tienes
ahora?
― Sí. También lo sabe. ¿Será
éste el Mesías?
(Comienzan
a entrar hombres que vuelven del campo. La mujer les repite lo ocurrido)
― Está en el pozo. Si queréis, vamos a
verlo.
(Todos se ponen en marcha)
Acto III: Jesús y los discípulos
El
mismo escenario del primer acto. Jesús sigue sentado en el brocal del pozo. Los
discípulos le ofrecen pan y queso, pero no los toca. Ellos se sientan en el
suelo y empiezan a comer. Al cabo de un rato, Pedro y Juan se acercan a Jesús.
― Maestro, come.
(Jesús no se dirige a ellos, habla a
todo el grupo)
― Yo tengo por comida un alimento
que vosotros no conocéis.
(Andrés le comenta a Santiago)
― ¿Le habrá traído alguien de
comer?
― Como no haya sido la mujer que estaba
aquí cuando llegamos… Pero ésa sólo llevaba un cántaro cuando nos la cruzamos
por el camino.
(Jesús
oye el comentario y se dirige de nuevo a todos)
― Mi alimento es hacer la voluntad
del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan
todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y
contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está
recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran
lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: «Uno siembra y otro siega». Yo os envié a segar lo que no
habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
(Felipe
mira a Tomás)
― ¿Te has enterado de algo?
― De nada. Bueno, de lo primero que
dijo: que cumplir la voluntad de Dios le alimenta tanto como el pan y el queso.
― Pues tiene mérito. Ya lo quisiera yo para mí.
Acto IV: Jesús y los samaritanos
Van entrando los habitantes de Sicar
con la mujer al frente y rodean a Jesús mientras lo miran con curiosidad. La
mujer le habla esta vez con enorme respeto.
― Señor, nos gustaría que te quedaras
unos días en nuestro pueblo.
(Jesús los mira con una sonrisa
irónica)
― ¿Cómo vosotros, que sois samaritanos,
le pedís a un judío que se quede en el pueblo?
― La mujer dice que tú lo sabes todo. Y
que la salvación viene de los judíos.
(Jesús guarda silencio mientras los del
pueblo lo miran expectantes)
― Está bien. Me quedaré con vosotros
dos días.
― ¿No pueden ser más? ¿Tanta prisa
tienes?
― Yo no tengo que enseñarlo todo. Como dice el proverbio: «Uno siembra y otro siega». Más adelante vendrán algunos de éstos a recoger el fruto de lo que yo he sudado.
Final
Han
pasado los dos días. En el centro de la escena un grupo numeroso de samaritanos
rodea a la mujer mientras contemplan cómo Jesús y sus discípulos desaparecen
camino de Galilea.
― ¿Llevaba yo razón cuando os dije que
podía ser el Mesías?
― Ya no
creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es
de verdad el Salvador del mundo.
COMENTARIO
Los evangelios de los domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma del ciclo A, tomados de san Juan, presentan a Jesús como fuente de agua viva (Samaritana), luz del mundo (ciego de nacimiento) y vida (resurrección de Lázaro). Son tres símbolos de nuestras necesidades más fuertes (agua, luz, vida), y de cómo Jesús puede llenarlas.
Tres aguadores y tres tipos de agua
Las lecturas
del domingo 3º hablan de tres personajes famosos (Jacob, Moisés, Jesús)
relacionándolos con el don del agua. En gran parte del mundo, beber un vaso de
agua no plantea problemas: basta abrir el grifo o servirse de una jarra. Pero
quedan todavía muchos millones de personas que viven la tragedia de la sed y
saben el don maravilloso que supone una fuente de agua.
En el evangelio, la samaritana recuerda
que el patriarca Jacob les regaló un pozo espléndido, del que se puede seguir
sacando agua después de tantos siglos. En la primera lectura, Moisés sacia la
sed del pueblo golpeando la roca. De vuelta al evangelio, Jesús promete un
manantial que dura eternamente.
Aparentemente, el mismo problema y la misma solución. Pero son tres aguas muy distintas: la de Jacob dura siglos, pero no calma la sed; la de Moisés sacia la sed por poco tiempo, en un momento concreto; la de Jesús sacia una sed muy distinta, brota de él y se transforma en fuente dentro de la samaritana. Este milagro es infinitamente superior al de Moisés: por eso la samaritana, cuando termina de hablar con Jesús, deja el cántaro en el pozo y marcha al pueblo. Ya no necesita esa agua que es preciso recoger cada día, Jesús le ha regalado un manantial interior.
Interpretación histórica y comunitaria
Quizá la intención primaria del relato era explicar cómo se formó la primera comunidad cristiana en Samaria. Aquella región era despreciada por los judíos, que la consideraban corrompida por multitud de cultos paganos. De hecho, en el siglo VIII a.C., los asirios deportaron a numerosos samaritanos y los sustituyeron por cinco pueblos que introdujeron allí a sus dioses (2 Reyes 17,30-31); serían los cinco maridos que tuvo anteriormente la samaritana, y el sexto (“el que tienes ahora no es tu marido”) sería Zeus, introducido más tarde por los griegos. Sin embargo, mientras los judíos odian y desprecian a los samaritanos, Jesús se presenta en su región y él mismo funda allí la primera comunidad. Los samaritanos terminan aceptándolo y le dan un título típico de ellos, que sólo se usa aquí en el Nuevo Testamento: «el Salvador del mundo». En esa primera comunidad samaritana se cumple lo que dice Jesús a los discípulos: «uno es el que siembra, otro el que siega». Él mismo fue el sembrador, y los misioneros posteriores recogieron el fruto de su actividad. Y en esa labor misionera tendría especial valor la actividad de aquella mujer que puso en contacto a sus paisanos con la persona de Jesús.
Interpretación individual
Pero el mensaje de este evangelio no se limita a esta interpretación. Hay dos detalles que obligan a completar la lectura comunitaria con una lectura más personal. El primero es la curiosa referencia al cántaro de la samaritana. Lo ha traído para buscar agua, pero al final, después de hablar con Jesús, lo deja en el pozo. Jesús le ha dado un agua distinta, que se ha convertido dentro de ella en un manantial. El segundo detalle es la relación estrecha entre la promesa de Jesús de dar agua, su invitación posterior, durante la fiesta en Jerusalén: «el que tenga sed, que venga a mí y beba» (Juan 7,37-38), y lo que ocurre en el calvario, cuando lo atraviesan con la lanza y de su costado brota sangre y agua (Juan 19,34). El tema central no es ahora la fundación de una comunidad, sino la relación estrecha de cualquier creyente con él. La persona que tiene su sed material cubierta, aunque sea con el esfuerzo diario de buscarse el agua, pero que siente una distinta, una insatisfacción que sólo se llena mediante el contacto directo con Jesús y la fe en él.
Un último detalle sobre la enorme
riqueza simbólica de este episodio. La samaritana se olvida de beber. Jesús se
olvida de comer. Aunque los discípulos le animen a hacerlo, él tiene otro
alimento, igual que la mujer tiene otra agua.
¿Cuál es esa agua que Jesús ha dado a la
samaritana? Releyendo el relato, se advierte que la mujer va cambiando su
imagen de Jesús. Al principio lo considera un simple judío, que no le merece
gran respeto. Luego lo descubre como profeta, conocedor de cosas ocultas. Más
tarde se pregunta si no será el Mesías, alguien que merece toda su
consideración, aunque destruya sus convicciones religiosas precedentes; alguien
que le revela la recta relación con Dios.
En el Antiguo Testamento se usa a veces la metáfora de la sed y del agua para expresar el deseo de Dios: «Como suspira la cierva por las corrientes de agua, así suspira mi alma por ti, Dios mío» (Sal 42). Ese nuevo conocimiento de Dios y de Jesús es el agua que se ha llevado la samaritana, la que no necesita el viejo cántaro, que puede quedar olvidado junto al pozo de Jacob.
Tres policías mueren por salvar a un borracho (Romanos 5,1-2.5-8)
Ocurrió en La Coruña en la madrugada del
27 de enero de 2012, cuando un universitario eslovaco, con más cubatas de la
cuenta, se empeñó en bañarse por la noche en la playa a pesar de que las
condiciones del mar lo desaconsejaban. Cuando se estaba ahogando, tres policías
se lanzaron al agua para salvarlo. Los tres murieron ahogados, igual que el
muchacho. Me indignan estas personas irresponsables que ocasionan la muerte de
gente inocente, mejores que ellos.
Pero este hecho me trae a la memoria las
palabras de Pablo en la segunda lectura: «Por un hombre de bien tal vez se
atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros». Nosotros nos parecemos al
universitario borracho; si arriesgamos estúpidamente nuestra vida, nadie debe
perder la suya por salvarnos. Sin embargo, eso es precisamente lo que hizo
Jesús y lo que celebraremos en la próxima fiesta de Pascua. Algo que nunca
podremos agradecer debidamente.
Padre José Luis Sicre Díaz,
S.J.
Doctor en Sagrada Escritura
por el
Pontificio Instituto Bíblico
de Roma
0 comentarios:
Publicar un comentario