viernes, 3 de octubre de 2025

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO - FALTA DE FE Y EXCESO DE PRESUNCIÓN

 

Falta de fe y exceso de presunción

Domingo 27 Ciclo C

 

Después de la parábola del rico y Lázaro, leída el domingo pasado, Lucas empalma cuatro enseñanzas de Jesús a propósito del escándalo, el perdón, la fe y la humildad. Son frases muy breves, sin aparente relación entre ellas, pronunciadas por Jesús en distintos momentos. De esas cuatro enseñanzas, el evangelio de este domingo ha seleccionado solo las dos últimas, sobre la fe y la humildad (Lucas 17,5-10).

Menos fe que un ateo

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

            ‒ Auméntanos la fe.

El Señor contestó:

            ‒ Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: «Arráncate de raíz y plántate en el mar». Y os obedecería.

            El evangelio de Mateo cuenta algo parecido: un padre trae a su hijo, que sufre ataques de epilepsia, para que lo curen los apóstoles. Ellos no lo consiguen. Aparece Jesús, y lo cura de inmediato. Los apóstoles, admirados, le preguntan por qué ellos no han sido capaces de curarlo. Y Jesús les responde: “Por vuestra poca fe. Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”

            Lucas ofrece un enfoque distinto, más irónico y malicioso. En su evangelio los apóstoles no buscan la explicación a un fracaso, sino que formulan una petición: “Auméntanos la fe”.

            ¿Qué piden los apóstoles? ¿Qué idea tienen de la fe? Ya que no eran grandes teólogos, ni habían estudiado nuestro catecismo, su preocupación no se centra en el Credo ni en un conjunto de verdades. Si leemos el evangelio de Lucas desde el comienzo hasta el momento en el que los apóstoles formulan su petición, encontramos cuatro episodios en los que se habla de la fe:

ü  Jesús, viendo la fe de cuatro personas que le llevan a un paralítico, lo perdona y lo cura        (5,20).

ü  Cuando un centurión le pide a Jesús que cure a su criado, diciendo que le basta pronunciar una palabra para que quede sano, Jesús se admira y dice que nunca ha visto una fe tan grande, ni siquiera en Israel (7,9).

ü  A la prostituta que llora a sus pies, le dice: “Tu fe te ha salvado” (7,50).

ü  A la mujer con flujo de sangre: “Hija, tu fe te ha salvado” (8,48).

            En todos estos casos, la fe se relaciona con el poder milagroso de Jesús. La persona que tiene fe es la que cree que Jesús puede curarla o curar a otro.

            Pero la actitud de los apóstoles no es la de estas personas. Cuando una tempestad amenaza con hundir la barca en el lago, no confían en el poder de Jesús y piensan que morirán ahogados. Y Jesús les reprocha: “¿Dónde está vuestra fe?” (8,25). La petición del evangelio de hoy, “auméntanos la fe”, empalmaría muy bien con ese episodio de la tempestad calmada: “tenemos poca fe, haz que creamos más en ti”. Pero Jesús, como en otras ocasiones, responde de forma irónica y desconcertante: “Vuestra fe no llega ni al tamaño de un grano de mostaza”.

            ¿Qué puede motivar una respuesta tan dura a una petición tan buena? El texto no lo dice. Pero podemos aventurar una idea: lo que pretende Lucas es dar un severo toque de atención a los responsables de las comunidades cristianas. La historia demuestra que muchas veces los papas, obispos, sacerdotes y religiosos/as nos consideramos por encima del resto del pueblo de Dios, como las verdaderas personas de fe y los modelos a imitar. No sería raro que esto mismo ocurriese en la iglesia antigua, y Lucas nos recuerda las palabras de Jesús: “No presumáis de fe, no tenéis ni un gramo de ella”.

Ni las gracias ni propina

            En línea parecida iría la enseñanza sobre la humildad. El apóstol, el misionero, los responsables de las comunidades, pueden sufrir la tentación de pensar que hacen algo grande, excepcional; algunos pueden pensar que merecen ser recompensados con un episcopado o un cardenalato. Jesús vuelve a echarles un jarro de agua fría.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

            La parábola es de una ironía sutil. Al principio, el lector u oyente se siente un gran propietario, que dispone de criados a los que puede dar órdenes. Al final, le dicen que el propietario es Dios, y él un pobre siervo, que se limita a hacer lo que le mandan. Si fuese un camarero, no debería esperar que le diesen las gracias ni propina. Un lenguaje duro, hiriente, muy típico del que usa Jesús con sus discípulos.

¿Dios no lee el periódico ni ve el telediario? (Hab 1,2-3; 2, 2-4)

            Basta recordar lo ocurrido esta semana para preguntarse si a Dios le preocupa lo que nos ocurre. Gaza, Ucrania, Yemen, tifón en Hong Kong, inundaciones destructoras en el norte de Italia y sur de Francia, narcotráfico…

            El profeta Habacuc, en el siglo VII-VI a.C. se planteó este problema, pero centrándose en la tragedia producida por las invasiones sucesivas de los grandes imperios: Asiria, Egipto y Babilonia. El profeta comienza quejándose a Dios. El profeta comienza quejándose a Dios.

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que escuches?

¿Te gritaré “violencia” sin que salves?

¿Por qué me haces ver desgracias,

me muestras trabajos, violencias y catástrofes,

surgen luchas, se alzan contiendas? 

No comprende que contemple impasible las desgracias de su tiempo, la opresión del faraón y de su marioneta, el rey Joaquín. Y el Señor le responde que piensa castigar a los opresores egipcios mediante otro imperio, el babilonio (1,5-8). Pero esta respuesta de Dios es insatisfactoria: al cabo de poco tiempo, los babilonios resultan tan déspotas y crueles como los asirios y los egipcios. Y el profeta se queja de nuevo a Dios: le duele la alegría con la que el nuevo imperio se apodera de las naciones y mata pueblos sin compasión. No comprende que Dios «contemple en silencio a los traidores, al culpable que devora al inocente». Y así, en actitud vigilante, espera una nueva respuesta de Dios.

El Señor me respondió así: 

«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. 

La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará;

si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. 

El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»

La visión que llegará sin retrasarse es la de la destrucción de Babilonia, el injusto que será castigado por Dios. El justo es el pueblo judío y todos los que confíen en la acción salvadora del Señor. El mensaje de Habacuc es un grito de esperanza y de fe en un futuro mejor. Aunque hoy día, más que al pueblo judíos, habría que dirigírselo a los de Gaza, Ucrania, Yemen…

Este tema no tiene relación con la petición de los discípulos. Pero las palabras finales, “el justo vivirá por su fe”, tuvieron mucha importancia para san Pablo, que las relacionó con la fe en Jesús. Este puede ser el punto de contacto con el evangelio. Porque, aunque nuestra fe no llegue al grano de mostaza ni esperemos cambiar montañas de sitio, esa pizca de fe en Jesús nos da la vida, y es bueno seguir pidiendo: “auméntanos la fe”.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

NUESTRA GRATITUD POR EL REGALO

  Nuestra gratitud por el regalo de una biblioteca



 

Te felicito –querida amiga y querido amigo lector- por el cumpleaños feliz de esta generosa Biblioteca que, instalada en vuestro propio hogar, emula la librería que Don Quijote. Te dejo que elijas entre las diferentes imágenes que explican las riquezas que te ofrece este recinto tan importante en tu domicilio. ¿Es un almacén, una despensa, un museo, un templo, un joyero, una farmacia o un teatro?

Comparto la alegría y la pasión de cada uno de vosotros que, como escritores, investigadores, profesores o críticos sois, como nosotros, lectores que hemos decidido vivir nuestras vidas y, también, descubrir nuevos mundos conviviendo con personajes insólitos con cuyas ideas, unas veces, nos identificamos y, otras veces, discrepamos.  

Las lecturas de estas obras que nos regala la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes nos proporcionan oportunidades para descubrir nuevos mundos, para enterarnos de secretos y para hacer amigos, unas maneras de sentirnos acompañados experimentando el placer íntimo y expansivo de leer, extrayendo los jugos deliciosos que nos alivian, nos animan y nos divierten. 

Estos libros son -pueden ser- unos amigos fieles que aquí nos esperan dispuestos a acompañarnos, a llenar nuestros tiempos vacíos, a hacernos preguntas y a responder a nuestras inquietudes.  Son unos reflectores que nos ayudan a descubrir el sentido de la vida y nos acercan a la libertad; son motores de superación personal y mecanismos impulsores de cambios saludables y de ilusiones nutritivas; son lazos que ligan el pasado con el presente y con el futuro e, incluso, son remedios terapéuticos que nos sirven para reconciliarnos con nosotros mismos y que nos empujan, amigablemente, a luchar para no ser presas prematuras de una muerte inevitable.

Por eso me uno a vosotros para expresar a la Universidad de Alicante y a los profesionales que gestionan y actualizan nuestro acceso a sus abundantes fondos, además de nuestra felicitación por su feliz creación en 1999, agradecerles sus importantes e imprescindibles servicios para la preservación del patrimonio documental, para la promoción de la cultura y para la democratización del acceso a la información, al pensamiento y al disfrute del arte, a ensanchar nuestra capacidad de sentir, de evocar, de pensar, de soñar y de disfrutar. Muchas felicidades.

 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

viernes, 26 de septiembre de 2025

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO - LUJO Y MISERIA

 

Lujo y miseria

Domingo 26 Ciclo C

 

Una parábola inspirada en una denuncia profética (Amós 6,1a.4-7)

            La parábola del rico y Lázaro, exclusiva del evangelio de Lucas, se inspira en un texto del profeta Amós, elegido este domingo como primera lectura. Este profeta del siglo VIII a.C. vivió una situación muy parecida, en ciertos aspectos, a la de hoy: gente millonaria, que puede permitirse toda clase de lujos, y gente que llega a duras penas a fin de mes o incluso pasa hambre.

Esto dice el Señor todopoderoso:

¡Ay de los que se fían de Sión, confían en el monte de Samaria! Os acostáis en lechos de marfil, os arrellanáis en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.

            El profeta se dirige a la clase alta de las dos capitales, Jerusalén (Sión) y Samaria, y denuncia su forma lujosa de vida. El lujo se extiende a todos los ámbitos: al mobiliario, con lechos y divanes de marfil, mientras la inmensa mayoría de la gente duerme en el suelo; a la comida, a base de carne de carnero y de ternera, cuando los pobres se contentan con pan y agua, unas uvas y un poco de queso; a la bebida en copas refinadas o de gran tamaño (el término hebreo puede interpretarse de ambos modos); a los perfumes carísimos, mientras los pobres sólo huelen a sudor.

            Y esta gente que se permite toda clase de lujos “no se duele del desastre de José”. José no es una persona concreta sino todo el país, conocido entonces como Casa de José porque sus tribus principales eran Efraín y Manasés, los dos hijos del patriarca José.

            Lo que dice el profeta es que esa gente que vive con toda clase de lujos no se preocupa lo más mínimo del sufrimiento de millones de personas que lo pasan mal. Como castigo, les anuncia la invasión de un ejército extranjero que pondrá fin a sus orgías y los deportará.

El rico comilón (Epulón) y el pobre Lázaro (Lucas 16,19-31)

La parábola de Lucas, inspirada inicialmente en el texto de Amós, podemos dividirla en tres partes.

El rico y el pobre (vv.19-21).

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

A Lucas le gusta presentar parejas de personajes antagónicos: Marta y María, los dos hermanos, el rico y su administrador injusto… Aquí elige un rico y un pobre. Del rico no dice el nombre, solo menciona su forma de vestir y su excelente comida. Se viste de púrpura y lino, tejidos valiosos, que se usan para los ornamentos sacerdotales (Ex 28,5). Su excelente comida le ha valido en España el nombre de Epulón, basado en la palabra epulabatur de la traducción latina.

Del pobre, en cambio, comienza dando su nombre, Lázaro, cosa atípica en las parábolas, que no dan nombre a los protagonistas. Lázaro significa «Dios ayuda», nombre que resulta irónico, porque Dios no parece ayudarlo. Su vestido son llagas que le cubren el cuerpo y lamen los perros. Comida no tiene. Desearía llenarse el vientre con los trozos de pan que se utilizaban para empapar en el plato y para limpiarse las manos, que luego se arrojaban bajo la mesa. La expresión «deseaba saciarse» recuerda al hijo pródigo en su época de hambre, pero este tuvo la posibilidad de buscar solución, volviendo a la casa paterna. El pobre está tirado a la puerta del rico, casi sin poder moverse.

Muerte y sepultura (v.22).

Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham.  Se murió también el rico, y lo enterraron.

Cosa nada extraña en un cuento, parece que los dos mueren el mismo día. Desde ese momento cambia su suerte. El pobre es llevado por los ángeles al seno de Abrahán, idea que no encuentra paralelo en la literatura bíblica, pero que expresa muy bien el excelente trato recibido por el pobre. Del rico se dice escuetamente que «fue sepultado». El autor del libro de Job habría descrito un cortejo fúnebre solemne: «Lo conducen al sepulcro, se hace guardia junto al mausoleo… Después de él marcha todo el mundo, y antes de él incontables» (Job 21,32-34). La parábola no menciona tanta pompa, ni siquiera un solo acompañante; solo dice que lo sepultaron, se hundió en la tierra, no en el seno de Abrahán.

El rico, Lázaro y Abrahán (vv.23-31).

Los protagonistas son el rico y Abrahán. Lázaro no dice nada, se limita a pasarlo bien. Después de enterrarlo, el rico se encuentra en el Hades, término griego que designa originariamente al Dios del mundo subterráneo y, más tarde, a dicho mundo, un lugar de tormento, en el que las llamas provocan una sed terrible. Aunque ese espacio está separado del seno de Abrahán por un abismo infranqueable, se puede ver al patriarca y dialogar con él. Esto da lugar a un largo diálogo entre ellos, con tres peticiones del rico y las consiguientes repuestas del patriarca.

Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritó.

Primera petición (24-26)

“Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.”

Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.

Lo que pide no puede ser menos: una gota de agua en la punta de un dedo de Lázaro, para apagar la sed. Abrahán comienza su respuesta en el mismo tono cariñoso. El rico lo ha llamado «padre» y él lo llama «hijo». Pero no le concede lo que pide, aduciendo dos argumentos. 1) La suerte se ha invertido: el que tenía todo lo bueno en esta vida, se ve ahora atormentado; el que solo tuvo males, ahora es consolado. Que el pobre reciba su premio después de haber sufrido tanto en esta vida es fácil de aceptar. En cambio, el castigo del rico es tan terrible que algún pecado debe haber cometido. En esta línea, lo que más debe intranquilizarnos (porque la parábola pretende sacudir la conciencia) es que el rico no es un explotador ni un criminal, no se dice que pagara un salario de miseria a sus obreros ni que se hubiera enriquecido con el narcotráfico. Lo que denuncia la parábola es su forma exquisita de vestir y de comer, sin fijarse en el pobre que está tendido a su puerta. Es la injusticia indirecta causada por el egoísmo. 2) Entre nosotros y vosotros existe un abismo infranqueable. La idea coincide con la del libro etiópico de Henoc, que habla de un abismo entre la región donde termina la gran tierra y un lugar desierto y terrible.

Segunda petición (v.27)

El rico insistió: Te ruego entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.

Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.

El rico no ceja y plantea un deseo muy distinto, que a él no le beneficia en nada, pero sí a su familia. De nuevo sería Lázaro quien debería actuar, presentándose ante los cinco hermanos para darles un testimonio e impedir que vengan a este lugar de tormento. La respuesta de Abrahán es breve y seca: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». No es fácil imaginar a cinco millonarios consultando la Biblia. ¿Qué espera el patriarca que saquen de su lectura? El mensaje social de la legislación del Pentateuco (Moisés) y de profetas como Amós, Isaías, Miqueas… es de una fuerza enorme. Si el lector no lo sabe, el rico lo ha captado de inmediato.

Tercera petición (vv.30-31)

El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero si un muerte va a verlos, se arrepentirán.

Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

Lo que pretende el rico es la conversión de sus hermanos. Y esto se consigue mejor con la aparición de un muerto (Lázaro) que con mucha lectura. La respuesta de Abrahán niega que incluso el mayor milagro, la resurrección de un muerto, sirva de algo si no existe la actitud de escuchar a Dios. El v.31 recuerda lo ocurrido con otro Lázaro, el hermano de Marta y María. Después de su resurrección, muchos judíos creyeron en Jesús; pero algunos contaron a los fariseos lo que había hecho, y se decidió su condena a muerte (Jn 11,45-48). Y las comunidades cristianas, al escuchar este cuento, refrendarían que tampoco la resurrección de Jesús consiguió convencer a quienes se negaban a creer en él.

El cambio que introduce la parábola.

Mientras Amós piensa que el castigo ocurrirá en esta vida, mediante la invasión de los asirios, Jesús lo desplaza a la otra vida. Él no se hace ilusiones; en esta vida, el rico seguirá disfrutando, y el pobre pasando hambre. Este cambio radical en el punto de vista ayuda a entender otras afirmaciones del evangelio de Lucas.

            En el Magnificat, María pronuncia unas palabras que, aplicadas a nuestro mundo, resultan estúpidas o de un cinismo blasfemo cuando dice que Dios “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. A la luz de la parábola del rico y Lázaro queda claro cuándo tendrá lugar esa revolución.

            Lo mismo afirma el comienzo del Discurso en la llanura, que contrasta la situación presente (ahora) con la futura. “Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque seréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis… Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya recibís vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque pasaréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque lloraréis y haréis duelo” (Lc 6,20-25).

¿Dos textos trasnochados?

            Tanto Amós como Jesús viven en una sociedad muy distinta de la nuestra (al menos de la del Primer Mundo). Entonces no existía la clase media. La riqueza se acumulaba en pocas manos, mientras la mayor parte del pueblo vivía en circunstancias muy duras. Aplicar la parábola a los multimillonarios de hoy día, jeques árabes, grandes industriales, artistas de cine, deportistas de élite… supondría dejar con la conciencia tranquila a los millones de personas que vivimos en circunstancias infinitamente mejores que la inmensa mayoría de la población mundial. Si ahora mismo resulta difícil resistir su mirada, mucho más difícil será cuando nos mire Dios.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

miércoles, 24 de septiembre de 2025

LA EXQUISITA SENCILLEZ DE TOMÁS NIETO CRESPILLO

 

La exquisita sencillez de Tomás Nieto Crespillo

                                              

A través de un compañero y amigo común acabo de recibir la noticia del fallecimiento de Tomás a los 91 años, ese hombre sencillo, amable y de modales exquisitos, que nos llamaba la atención por no darse nunca importancia. Esperanzado creyente en Jesús de Nazaret y en los seres humanos, estaba dotado de una singular capacidad para conjugar la vida familiar con las actividades docentes y pastorales.

Su modestia, su sencillez y su generosidad nos han demostrado el atractivo de unos valores fundamentales que pasan desapercibidos pero que, a la larga, son reconocidos por casi todos nosotros. Encaró las dificultades de la vida con vigor, afrontó las adversidades con fortaleza y defendió sus convecciones cristianas con firmeza.

Su conducta, sus actitudes y sus palabras constituyen unos estímulos fraternales para que compartamos la vida y una vacuna contra la invasión del creciente sentimiento de desesperanza, de impotencia y de ansiedad que, a veces, amenaza a muchos de los creyentes.     Estoy convencido de que el patrimonio más valioso y, si lo administramos responsablemente, el más rentable, es la vida de estas personas ejemplares que constituyen nuestros modelos de identificación.

Si recordar es la forma humana de mantener con nosotros la presencia de nuestros seres queridos, también es la manera indispensable de seguir contando con el ejemplo de Tomás, y tratando de volver a escuchar sus palabras y de agradecer sus estimulantes ejemplos.

Además del dolor por su pérdida, reiteramos nuestra admiración y expresamos nuestro de afecto, nuestra gratitud por su coherencia y por su compromiso, y manifestamos nuestra alegría por haber convivido con sus importantes experiencias. En este momento de dolor te agradecemos, querido Tomás, lo mucho que hemos aprendido de ti. Tu modestia y tu sencillez nos han demostrado la validez de unos valores fundamentales que pasan desapercibidos pero que, a la larga, son reconocidos por casi todos nosotros.

Recuerdo las veces que hemos repetido que recordar es la forma humana de mantener con nosotros la presencia de nuestros seres queridos. Somos muchos los compañeros y amigos que acompañamos con pena a tu esposa Charo y a tus hijas Verónica y Vanesa. Recordar tu vida es también una manera de volver a escuchar tu voz. Descansa en paz querido Tomás.

 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

viernes, 19 de septiembre de 2025

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO - ELOGIO DEL ADMINISTRADOR LADRÓN Y TRAMPOSO

 

Elogio del administrador ladrón y tramposo

Domingo 25 Ciclo C

 

[Pido perdón por el despiste del domingo pasado, 14 de septiembre, que no tuve en cuenta la fiesta de la Exaltación de la Cruz.]

            Que en una empresa, un banco, o un partido político, haya un administrador ladrón, que incluso hace trampas para disimular sus robos, no tiene nada de extraño. Que algunos de sus amigos o partidarios lo aprueben y defiendan, también puede ocurrir. Pero que Jesús ponga de modelo a un sinvergüenza, a un administrador ladrón y tramposo, es algo que desconcierta y escandaliza a mucha gente. Por eso, la traducción litúrgica no pone la alabanza en boca de Jesús, sino en la del “amo”; una opción bastante discutible. De hecho, Juliano el Apóstata (s. IV) usaba la parábola para demostrar la inferioridad de la fe cristiana y de Jesús, su fundador. El cardenal Cayetano (s. XVI) y Rudolph Bultmann (s. XX) la consideraban ininteligible; otros muchos piensan que es la más difícil de entender. [Quien desee conocer los diversos problemas puede consultar mi comentario El evangelio de Lucas. Una imagen distinta de Jesús (Verbo Divino, 2021), 355-360].

            Como en otros casos, la liturgia permite elegir entre una versión breve y otra larga.

Una parábola irónica (Lucas 16,1-9) [Versión breve]

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

‒Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando. El administrador pensó: ¿Qué voy a hacer, ahora que el amo me quita el puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me licencien, alguno me reciba en su casa. Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Contestó: Cien barriles de aceite. Le dijo: Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta. Al segundo le dijo: Y tú, ¿cuánto debes? Contestó: Cien fanegas de trigo. Le dice: Toma tu recibo y escribe ochenta.

El amo alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado. Pues los ciudadanos de este mundo son más astutos con sus colegas que los ciudadanos de la luz.

Y yo os digo: ganaos amigos con la riqueza injusta, de modo que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.

Las dificultades para entender esta parábola parten de los presupuestos en los que se basa Jesús, contrarios a nuestra forma de ver:

            1. Nosotros no somos propietarios sino administradores. Todo lo que poseemos, por herencia o por el fruto de nuestro trabajo, no es propiedad personal sino algo que Dios nos entrega para que lo usemos rectamente.

            2. Esos bienes materiales, por grandes y maravillosos que parezcan, son nada en comparación con el bien supremo de “ser recibido en las moradas eternas”.

            3. Para conseguir ese bien supremo, lo mejor no es aumentar el capital recibido sino dilapidarlo en beneficio de los necesitados.

                La ironía de la parábola radica en decirnos: cuando das dinero al que lo necesita, tú crees que estás desprendiéndote de algo que es tuyo. En realidad, le estás robando a Dios su dinero para ganarte un amigo que interceda por ti en el momento decisivo.

La idolatría del dinero (Lucas 16,10-13) [Versión larga]

            El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si en no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?

Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

            Desarrollando el tema de la parábola, el primer párrafo contrapone los bienes materiales («lo poco», «la riqueza injusta», «lo ajeno») y el bien supremo («lo mucho», «la riqueza verdadera»,  «lo vuestro») y anima a portarse rectamente en el uso de la riqueza.

            El segundo párrafo es más famoso y merece un comentario. Jesús no parte de la experiencia del pluriempleo, donde a una persona le puede ir bien en dos empresas distintas, sino de la experiencia del que sirve a dos amos con pretensiones y actitudes radicalmente opuestas. Es imposible encontrarse a gusto con los dos. Y eso es lo que ocurre entre Dios y el dinero.

            Estas palabras de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría y defensa del primer mandamiento ("no tendrás otros dioses frente a mí"). Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría. Naturalmente, ninguno de nosotros acude a un banco o una caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero, en el fondo, podemos estar cayendo en la idola­tría del dinero. Según el Antiguo y el Nuevo Testamentos, al dinero se le da culto de tres formas:

            1) mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato, para tener más). El dinero se convierte en el bien absoluto, por encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo. Este tema lo encontramos en la primera lectura, tomada del profeta Amós.

            2) mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no hace daño directo al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de sus necesidades. El ejemplo clásico es la parábola del rico y Lázaro, que leeremos el próximo domingo.

            3) mediante el agobio por los bienes de este mundo, que nos hacen perder la fe en la Providencia.

Unos casos de injusticia directa: Amós 8, 4-7

Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo:
«¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?» Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.

            Amós, profeta judío del siglo VIII a.C. criticó duramente las injusticias sociales de su época. Aquí condena a los comerciantes que explotan a la gente más humilde. Les acusa de tres cosas:

            1) Aborrecen las fiestas religiosas (el sábado, equivalente a nuestro domingo, y la luna nueva, cada 28 días) porque les impiden abrir sus tiendas y comerciar. Es un ejemplo claro de que “no se puede servir a Dios y al dinero”.

            2) Recurren a trampas para enriquecerse: disminuyen la medida (el kilo de 800 gr), aumentan el precio (lo ocurrido tras la guerra de Ucrania es un ejemplo que pasará a la historia) y falsean la balanza.

            3) El comercio humano, reflejado en la compra de esclavos, que se pueden conseguir a un precio ridículo, “por un par de sandalias”. Hoy se dan casos de auténtica esclavitud (como los chinos traídos para trabajar a escondidas en fábricas de sus compatriotas) y casos de esclavitud encubierta (invernaderos; salarios de miseria aprovechando la coyuntura económica, etc.).

Reflexión final

            Puede resultar irónico, incluso indignante, hablar del buen uso del dinero y de los demás bienes materiales cuando la preocupación de la mayoría de la gente es ver cómo afronta las necesidades de cada día. Sin embargo, Jesús nunca ofreció un camino cómodo a sus seguidores. Tanto la parábola como la enseñanza siguiente y el texto de Amós nos obligan a reflexionar y enfocar nuestra vida al servicio de los más necesitados.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

IGNACIO SANTOS CARRASCO - DE LOS MÍOS SED

 El secreto de la creación poética

Ignacio Santos Carrasco

De los míos sed

Málaga, Editorial Anáfora,                 

En estos densos poemas Ignacio Santos expresa su imperiosa necesidad de identificar y de explicar su enfrentamiento cordial con el misterio de la vida y con su renovada fe en el destino y en el poder de la palabra para descubrir el enigma de la existencia humana y el misterio de la creación poética.  Logra su propósito de expresar las experiencias vividas que están retenidas en las entrañas de su memoria, ese rico arsenal de testimonios que él combina gracias a su irreprimible impulso creativo.

La amplia serie de los procedimientos que emplea en De los míos sed se fundamentan en los principios de la “oposición” o el de la “repetición”. Construye cada verso relacionando objetos, episodios o palabras diferentes o reiterándolos con el fin de generar diversos efectos acústicos que intensifican sus significados, nos sorprenden y estimulan nuestra la reflexión sobre la complejidad de la realidad: nos hacen reflexionar con el fin de que indaguemos o imaginemos unos mundos posibles y, a veces, gratificantes. 

Cada palabra de este intenso poemario forma parte de un tesoro vivo que encarna sus propias experiencias y que él utiliza sin necesidad de recurrir al barroquismo florido tan utilizado incluso en estos tiempos porque le resultan suficientes la desnudez, la parquedad y la claridad expresiva.

Aunque en algunas de estas composiciones advertimos ciertas influencias vanguardistas en la disposición tipográfica de sus versos, hace gala de sobriedad y de su elevada capacidad para crear imágenes originales y para invitarnos a los lectores a descubrir nuevas asociaciones y comparaciones inusitadas. 

En sus versos advertimos su preocupación por el destino del ser humano tras descubrirnos esos abismos inexpugnables de la existencia humana cuando se reúnen armónicamente la vida y el ensueño. En mi opinión, la raíz de esta fuerza expresiva reside en esa contradicción existencial entre la vida y la muerte.

La vida y la muerte forman esa unidad indivisible que invade todo el dominio humano: y es que, efectivamente, la muerte puede propiciar una nueva vida. En realidad, significan dos partes complementarias de un proceso irreversible. El nacimiento y la muerte están simultáneamente presente en cada etapa de la existencia humana.

El tiempo cumple una función aniquiladora porque reduce el capital potencial de la vida y acorta también el horizonte de la muerte: la vida posee un contenido mortal pero la muerte contiene un sentido positivo cuando abre y estimula la posibilidad de vidas más intensas.

 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

jueves, 11 de septiembre de 2025

NUESTRO SALUDO AGRADECIDO A NUESTRA VIRGEN DE LOS SANTOS

 Nuestro saludo agradecido a nuestra Virgen de Los Santos

En nombre vuestro –queridas amigas y queridos amigos- me limito a pregonar, como lo hacen los vendedores de caramelos, de caballas o de cupones, la dulzura, el alimento y la ilusión de nuestra Virgen de los Santos –vida, dulzura y esperanza nuestra- esa mujer buena, que tan amable y tan generosamente nos acompaña, nos alivia y nos empuja para que, en medio de los nubarrones sigamos remando, para que, en medio de las tormentas, convivamos en paz como compañeros, como amigos y como hermanos.

Este pueblo nuestro es el espacio privilegiado para la acogida, para la reunión, para la participación en los sentimientos nobles de esperanza y de cariño, es aquí donde mejor suena y resuena la palabra gracias a nuestra Virgen, esa mujer amable que es el faro de nuestra esperanza, la causa de nuestra alegría, la reina de nuestra familia y, sobre todo, nuestra amiga llena de la gracia.

Hoy me limito a pronunciar y a repetir esta palabra “gracias”. La más bella, la más beneficiosa y la más gratificante de nuestra lengua porque expresa los sentimientos más profundos y más nobles, porque nos hace saborear y vivir la vida con agrado, porque aumenta la amistad, incrementa la alegría y abre las puertas del infinito, las ventanas por las que penetra el aire que purifica la atmósfera de impurezas, porque nos ayuda a contemplar y a vivir la belleza, la alegría y, sobre todo, el amor.

Gracias, gracias y gracias.

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

LAS DIFÍCILES HABILIDADES DE ESCUCHAR Y PREGUNTAR

 Las difíciles habilidades de escuchar y preguntar

 

Manuel Ceferino Pérez Pérez

                           

La densidad humana y la sencillez expresiva con la que Ceferino explica su pensamiento hunden sus raíces, a mi juicio, en su natural capacidad para callar, para escuchar y para preguntar. Me llama la atención, sobre todo, la actitud acompasada que mantiene ante el mundo y ante la vida, su serenidad frente a los problemas y su respeto a los comportamientos coherentes. Estoy convencido de que Ceferino piensa y habla con discreción, sobre todo, porque sabe escuchar con atención y preguntar con respeto.

Apartado de las vulgares ambiciones, este hombre serio y amable, profesa una honda devoción a su familia y una inquebrantable lealtad a esos amigos comunes que me repiten una y otra vez que es un acompañante leal y un compañero fiel que constituye, para todos, un regalo.

Tengo la impresión de que son escasas las personas que aceptan que escuchar es esa tarea tan difícil que exige aprender diferentes destrezas mediante un dilatado y costoso entrenamiento. Opino que para hablar y para expresar con palabras, con gestos, con actitudes o con comportamientos nuestras sensaciones, nuestras emociones o nuestras ideas y, en resumen, para exponer nuestra personal manera de percibir y de vivir la vida y cada uno de los episodios, es imprescindible aprender a escuchar, esa operación que implica, además de oír los sonidos o de percibir los gestos, descifrar sus significados e identificar sus sentidos, y, sobre todo, valorar la importancia de quien, con la mejor de sus intenciones, nos dirige una palabra amable.

Y es que, a mi juicio, la “amabilidad”, mucho más que una manifestación de educación y de cortesía, es la demostración de la calidad humana y la prueba de la autenticidad personal. Ceferino revela el equilibrio mental, la nobleza y esas cualidades que antaño definían al “caballero” o, exactamente, los valores opuestos a las actitudes y comportamientos de quienes presumen de malos modos, de agresividad o de una incontrolada antipatía. Perdónenme que les confiese que a mí me llaman la atención quienes –como Ceferino- poseen esas habilidades que suelen pasar desapercibidas y que, en mi opinión, son muy valiosas. Me refiero a esas personas sencillas que, sin llamar la atención sobre ellas mismas, nos tratan de manera acogedora, cordial y amable.  

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

domingo, 7 de septiembre de 2025

EL RESCATE DE PELETE

 La trascendente importancia de los relatos infantiles


DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDIINARIO - ANTI-CAMPAÑA ELECTORAL

 

 

Anti-campaña electoral

Domingo 23 Ciclo C

 

El político que comenzase su campaña electoral prometiendo bajar los salarios, subir los impuestos y aumentar el paro, difícilmente despertaría mucho entusiasmo. Si encima añade: “El que me vote, irá a la cárcel”, es probable que se quedase completamente solo. Jesús llevo a cabo una campaña más loca aún. Para ser discípulo suyo exige posponer los amores más grandes (a la familia y a uno mismo), jugarse la fama y la vida, renunciar a todo. Es lógico pensar que Jesús, poniendo esas condiciones, se quedaría sin un solo seguidor. ¿Ocurrió así?

El problema

            El evangelio de hoy comienza hablando de la gran cantidad de gente que sigue a Jesús. La mayoría no son discípulos, sino simples interesados, en busca de un milagro o una enseñanza. Es lógico que alguno desease unirse más estrechamente al grupo de Jesús. Él, adelantándose a cualquier petición en este sentido, se dirige a todos e indica las condiciones.

Primera condición: renuncia a lo más querido

Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 

            En el Antiguo Testamento, la tribu de Leví era el modelo de servicio radical a Dios. Las Bendiciones de Moisés comentan a propósito de ella:

            Dijo a sus padres: No os hago caso;

            a sus hermanos: No os reconozco;

            a sus hijos: No os conozco.

            Cumplieron tus mandatos

            y guardaron tu alianza (Deuteronomio 33,9)

            Para los levitas, el cumplimiento de la voluntad de Dios está por encima del amor a padres, hermanos e hijos.

            En línea parecida, pero más radical, formula Jesús su exigencia: para seguirle hay que posponer a su padre y a su madre // a su mujer y a sus hijos // a sus hermanos y a sus hermanas. La familia de la que uno procede (padre y madre), la familia que uno ha creado (mujer e hijos), el entorno familiar (hermanos y hermanas) simbolizan todo el mundo afectivo; colocarlos en segundo plano significa una gran renuncia. Pero Jesús añade un séptimo elemento, el más duro, que no se menciona a propósito de los levitas: hay que posponerse incluso a sí mismo.

Segunda condición: arriesgar la fama y la vida

            Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío.

            Esta exigencia ya ha aparecido en el evangelio de Lucas, formulada de manera más radical aún, pero que aclara el sentido: Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz cada día y venga conmigo (9,23).

            La imagen, durísima, equivaldría a decir hoy: “El que quiera seguirme, cargue con su silla eléctrica y venga conmigo”. Con la diferencia de que la silla eléctrica no es transportable, mientras que la cruz la llevaba cada condenado hasta el lugar donde iba a morir.

            El hecho de que se hable de cargar con la cruz cada día demuestra que es algo distinto de estar dispuesto a morir. La muerte en cruz era considerada por los romanos la más cruel e ignominiosa, prevista para graves delitos contra el estado y la sociedad. Por consiguiente, cargar con la cruz cada día expresa la disposición de soportar la deshonra, el odio y desprecio de la sociedad, e incluso la muerte.

Una pausa para reflexionar y desanimar

            Lo dicho basta para desanimar a gran parte del auditorio. Por si alguno no se ha enterado, Jesús propone dos comparaciones que invitan a no tomar decisiones precipitadas con respecto a su seguimiento. «Antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo. No sea que después fracases y hagas el ridículo.»

¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?  No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar."

            ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Lo mismo vosotros.

Tercera condición: renuncia a los bienes materiales

            El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

            A la renuncia a los grandes afectos, al arriesgar la fama y la vida, Jesús añade en tercer lugar la renuncia a los bienes materiales. Es lo que dice al rico: Vende cuanto tienes, repártelo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. Este personaje no fue capaz de hacerlo. En cambio, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, “dejándolo todo, lo siguieron” (5,11). También Leví, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (5,28).

Nada nuevo bajo el sol

            Las exigencias anteriores parecen terribles. Sin embargo, a quien ha leído con atención el evangelio de Lucas le resultan conocidas. Coinciden con otros casos en los que Jesús habla de las condiciones para seguirlo.

                957Mientras iban de camino, uno le dijo:

            ‒ Te seguiré adonde vayas.

                58Jesús le contestó:

            ‒ Los zorros tienen madrigueras, las aves tienen nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar la cabeza.

                59A otro le dijo:

            ‒ Sígueme.

            Le contestó:

            ‒ Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.

                60Le replicó:

            ‒ Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reinado de Dios.

                61Otro le dijo:

            ‒ Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia.

                62Jesús le replicó:

            ‒ Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios.

¿Exigencias para todos los cristianos?

            En el libro de los Hechos, cuando se cuenta la expansión de la Iglesia, el término “discípulos” no designa ya a un grupo relativamente pequeño que acompaña a Jesús a todas partes sino a los cristianos de Damasco, Jerusalén, Jope, Antioquía, etc. ¿Se aplican a ellos las exigencias anteriores? ¿Son válidas, por tanto, para todos los cristianos actuales?

            El caso que conocemos mejor es el de la tercera exigencia: la renuncia a los bienes materiales. Cuando Ananías y Safira, un matrimonio de Jerusalén, vendieron un campo, se quedaron con parte del dinero y pusieron el resto al servicio de la comunidad, pero fingiendo que lo entregaban todo. San Pedro les dice que no estaban obligados a entregar nada; lo malo era que intentaran engañar. Este ejemplo deja claro que para formar parte de la comunidad cristiana, para ser discípulo, no había que renunciar a todos los bienes materiales. De hecho, en las comunidades fundadas por Pablo, lo que él aconsejaba era compartir los bienes con los necesitados.

            Las dos primeras exigencias, que nos resultan tan duras, posiblemente tuvieron que vivirlas bastante a menudo la mayoría de los cristianos. En una época de frecuentes persecuciones, cuando los cristianos eran ridiculizados e insultados como criminales y enemigos del estado, hacerse discípulo de Jesús suponía en muchos casos la ruptura con los seres más queridos, la pérdida de la fama y la estima social, incluso la muerte. La situación no es muy distinta en bastantes comunidades actuales de África y Asia, prescindiendo del desprestigio que supone en muchos ambientes occidentales el hecho de confesarse cristiano.

El misterio

            Jesús no se quedó sin discípulos. Al contrario, cuanto más difíciles eran las circunstancias, más eran los que querían seguirle. Como escribió Tertuliano, que vivió entre los años 160-220: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Lo que desanima de seguir a Jesús no son sus grandes exigencias, sino la comodidad y vulgaridad de quienes lo seguimos.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

El tiempo que hará...