sábado, 22 de marzo de 2025

DOMINGO 3º DE CUARESMA - TRES MANERAS DE MORIR Y UNA SOLA DE SALVARSE.

 

Tres maneras de morir y una sola de salvarse

Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo C.

 

El evangelio de hoy es exclusivo de Lucas, sin correspondencias en Mateo y Marcos. Y las tres breves partes en que podemos dividirlo se centran en el mismo tema, muy apropiado a la Cuaresma: la conversión.

Lectura del evangelio según Lucas 13, 1-9

 

En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió:

- ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pareceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceareis de la misma manera.

Y les dijo esta parábola:

- Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?». Pero el viñador respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar».

Tres maneras de morir

1) Asesinado por Pilato; 2) Aplastado por una torre; 3) Negándonos a convertirnos.

Todo comienza con el aparente deseo de informar a Jesús, galileo, de lo que ha hecho el procurador romano a otros galileos: matarlos mientras ofrecían sacrificios en el templo. Parece un informe imparcial, pero es una trampa muy astuta: nadie le pregunta qué piensa de este hecho; se limitan a contarle el caso. Si responde airadamente, se enemistará con las autoridades; si se calla la boca, se revelará como un mal galileo y un mal israelita.

Para quienes han venido a contarle el caso, todo se juega entre unos galileos muertos, Pilato y Jesús. Ellos se limitan a informar, como la prensa; el caso no les afecta personalmente. Y aquí es donde Jesús va a cazarlos en su propia trampa. Con una ironía muy sutil da por supuesto que sus informadores no le piden una declaración de tipo político (Pilato es un asesino, ¡muerte a los romanos!) sino de tipo religioso (esos galileos han muerto por ser pecadores). De hecho, la mayoría de los judíos de la época (y muchos cristianos actuales), consideran que una desgracia es consecuencia de un pecado.

Pero Jesús toma un rumbo distinto. Los importantes no son los galileos muertos, Pilato y Jesús. Los importantes son ellos, los que preguntan, que no pueden considerarse al margen de los acontecimientos. Si piensan que esos galileos eran más pecadores que ellos, se equivocan. También se equivocaron quienes pensaron que los dieciocho aplastados por el derrumbe de la torre de Siloé eran más pecadores que los demás.

La muerte no solo la provocan políticos injustos y criminales (Pilato) o desgracias naturales evitables (la torre). Hay otra amenaza mucho más grave: la que tramamos contra nosotros mismos cuando nos negamos a convertirnos.

Dios pide higos a la higuera, no pide peras al olmo

 La historia de los galileos y de la torre la ha utilizado Jesús para avisar seriamente, y por dos veces: «Si no os convertís, todos pereceréis». Pero esta exhortación no debe interpretarse de forma equivocada. Dios no va a caer sobre nosotros como una torre ni va a mandar a sus ángeles con espadas desenvainadas. Mediante un breve parábola Lucas cuenta cómo nos va a tratar: como un agricultor sensato, realista y paciente.

Sensato, porque solo nos pide lo que podemos dar naturalmente, sin especial esfuerzo. De la higuera solo espera que dé higos, no plátanos ni melones. Lo que espera de nosotros es algo que cada uno debe pensar teniendo en cuenta sus circunstancias familiares y laborales, pero nunca esperará nada que exceda nuestra capacidad.

Realista, porque no se deja engañar. La higuera lleva tres años sin dar fruto. Con él no valen las excusas del mal estudiante que asegura haber trabajado mucho cuando no ha dado golpe en todo el curso. A nosotros podemos engañarnos diciendo que damos fruto; a Dios, no.

Paciente, porque ha esperado ya tres años, y todavía está dispuesto a conceder uno más. Según el Levítico, cuando se planta un árbol frutal, los tres primeros años no se pueden cortar sus frutos; el cuarto año, se consagran al Señor; al quinto se pueden comer (Lv 19,23-25). El propietario lleva tres años viniendo a buscar fruta en ella, lo cual significa que ha sido improductiva durante siete. Su decisión de cortarla es comprensible, ya que la higuera absorbe mucho alimento y quita las sustancias nutritivas a las cepas que la rodean.

Pero la parábola no habla solo del dueño de la viña. El gran protagonista es el viñador, el que intercede por la higuera y se compromete a cavarla y echarle estiércol. Ya que la higuera nos representa a cada uno de nosotros, el viñador tiene que ser Jesús. Se espera que la higuera produzca fruto no solo por ella misma sino también gracias a su acción.

En definitiva, la parabolita final matiza bastante la dureza de la primera parte del evangelio. Pero matizar no significa anular. Si nos empeñamos en no dar fruto, si no mejora nuestra relación con Dios y con el prójimo, por más que Jesús cave y trabaje, la higuera será cortada.

Nosotros no somos distintos ni mejores (1 Cor 10,1-6.10-12)

  En el evangelio, Jesús advierte a los presentes que no deben considerarse mejores que los asesinados por Pilato o muertos por el derrumbe de la torre. La segunda lectura nos recuerdan que nosotros no somos mejores que el pueblo de Israel. A pesar de tantos beneficios divinos (paso del Mar, maná, agua que brota de la roca), muchos israelitas no agradaron a Dios y terminaron pereciendo en el desierto. Esto debe servirnos de ejemplo y escarmiento. Nos puede ocurrir lo mismo si nos comportamos igual que ellos. Dicho con las palabras del evangelio. «Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».


No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento, espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.

Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador.

Todo esto les sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se crea seguro, cuídese de no caer.

Historia de la salvación (II): vocación de Moisés (Ex 3,1-8.13-15)

La primera lectura de los domingos de Cuaresma se dedica a recordar grandes personajes o momentos de la Historia de la Salvación, para sugerir que la Pascua es el culmen de dicha historia. Tras recordar a Abrahán el domingo pasado, hoy se cuenta la vocación de Moisés.

La lectura del Éxodo nos habla de la preocupación de Dios por su pueblo esclavizado en Egipto. La vocación de Moisés será el primer acto de su liberación. Por eso, el estribillo del Salmo repite: «El Señor es compasivo y misericordioso». Pero igual de importante, o más, es la revelación del nombre de Yahvé. Los judíos, para evitar el uso indebido del nombre de Dios, nunca usan Yahvé, sino «el Señor» (adonay), «el nombre» (ha-shem), «los cielos» u otro circunloquio. El Concilio Vaticano II pidió evitar la forma hebrea para no herir la sensibilidad de los judíos. Por eso, siempre que aparece, las traducciones españolas usan «el Señor», igual que hicieron los judíos de lengua griega al traducir la Septuaginta. Esta decisión, válida para la liturgia, significa un empobrecimiento horrible a la hora de entender muchos textos del Antiguo Testamento.

 

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó, la zarza ardía sin consumirse.

Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza». Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:

- Moisés, Moisés.

Respondió él: 

- Aquí estoy.

Dijo Dios:

- No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.

Y añadió:

- Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.

Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios.

El Señor le dijo:

- He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.

Moisés replicó a Dios:

- Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: «El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros». Si ellos me preguntan: «¿Cuál es su nombre?», qué les respondo?

Dios dijo a Moisés:

- Yo soy el que soy. Esto dirás a los hijos de Israel: «Yo-soy me envía a vosotros».

Dios añadió:

- Esto dirás a los hijos de Israel: El Señor, Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación».

 

Apéndice sobre el nombre de Yahvé

[Tomo los datos siguientes de mis apuntes sobre el Pentateuco, no publicados.]

Para el autor Yahvista (J), este nombre es conocido desde los comienzos de la humanidad: lo pronuncia Eva (Gn 4,1) y lo invoca Set (Gn 4,26). Sin embargo, según el autor sacerdotal (P), es ahora cuando Dios se revela con este nombre. A propósito de él se ha escrito mucho, como si la pregunta del faraón: “¿Quién es Yahvé?”, siguiese resonando en los oídos de los comentaristas. De los problemas tratados en torno al tema selecciono tres: 1) los orígenes del nombre; 2) sentido del nombre; 3) rasgos de Yahvé.

¿Se da el nombre fuera de Israel?

Se ha pretendido encontrar el nombre de este dios en lugares muy distintos: Babilonia, Ugarit, Egipto... Pero las dos hipótesis más en boga son la quenita y, sobre todo, la madianita.

Hipótesis quenita. Aduce que Caín, epónimo de los quenitas, llevaba el signo de Yahvé (Gn 4,15). Y que los recabitas, yahvistas fervientes (2 Re 10,15-27; Jr 35,1-11) descendían de los quenitas según 1 Crónicas 2,55. Por consiguiente, el nombre y el culto a Yahvé les habrían llegado a los israelitas a través de estas tribus del sur. Pero Gn 4,15 no prueba nada. Es un texto J (yahvista), y este autor introduce a Yahvé desde el comienzo de la humanidad. Por otra parte, la genealogía de Crónicas es tardía y no basta para demostrar una relación entre recabitas y quenitas. No hay indicio alguno de que los quenitas adorasen a un dios Yahvé.

Hipótesis madianita. Se basa en el relato de Ex 18. Moisés y su suegro, sacerdote de Madián, se encuentran en la montaña de Dios. El sacerdote de Madián ofrece un sacrificio y preside un banquete. Bendice a Yahvé y proclama que es superior a otros dioses. Por consiguiente, es un sacerdote de Yahvé, y la montaña de Dios es un santuario madianita. Moisés, al entrar en contacto con esta tribu, habría conocido a Yahvé y lo habría convertido en su dios. Aun reconociendo cierto valor a esta teoría, se aducen en contra los siguientes argumentos:

a) La confesión de Jetró puede entenderse de otras formas: como conversión al yahvismo, o como reconocimiento de que Yahvé, el dios de Moisés, es más poderoso que los otros dioses. Por sí misma no obliga a pensar que Yahvé es el dios de Jetró.

b) La montaña de Elohim no es el sitio donde Jetró reside. Va a ella y vuelve de ella a su casa (18,27); según 3,1 está lejos de su residencia habitual. No se puede decir que dicha montaña era el santuario madianita donde oficiaba Jetró como sacerdote. 

c) Ex 18 no conserva la tradición primitiva. Se ofrecen holocaustos y sacrificios de comunión, que son sacrificios posteriores, típicos de Canaán, no del desierto. Por otra parte, el v.12 no habla de Moisés y sí de Aarón y los ancianos. Al tener una historia compleja, no podemos basar fácilmente en este capítulo una hipótesis sobre el origen de Yahvé.

Etimología y sentido del nombre

1) A partir de la interjección ya y del pronombre personal huwa, algunos lo entienden como exclamación cultual: Ya-huwa, “¡Oh, él!”.

2) A partir del árabe hwh/hwy, que significa “caer”, “arrojar de arriba abajo”, se explica el nombre de Yahvé como divinidad de la tormenta, del trueno y del relámpago.

3) Otros se basan en el árabe hwy, “amar, actuar con pasión” para interpretar Yahvé como “el Apasionado”.

4) A partir del semítico del norte, hwy, “ser” (en hebreo, hyh). Dentro de esta etimología caben distintas posibilidades:

- como participio: “el que sostiene, mantiene, establece”.

- como sustantivo descriptivo formado con el prefijo ya: “El Ser, el Existente”. 

 como imperfecto verbal sustantivado: “Él es”, “él hace ser”. 

El cuarto apartado es el que ofrece las mayores posibilidades. Pero queda claro que la cuestión es muy debatida.

Rasgos de Yahvé

La imagen global que ofrece la Biblia podemos resumirla en los siguientes puntos:

Dios único. No pertenece a un panteón ni tampoco lo tiene. Carece de esposa, hijos o hijas. (Aunque entre los judíos de Elefantina aparece una esposa de Yahvé, esto no representa la fe judía oficial, sino una deformación herética) .

En relación con lo anterior, no tolera competidores, es celoso.

No está vinculado al ciclo de la naturaleza; no muere ni resucita con ella, como le ocurre a Baal, Osiris y otros dioses.

No está vinculado a un lugar ni a un territorio, sino a un grupo humano, al que defiende como guerrero y lo salva de los enemigos. 

Es concebido antropomórficamente, no con figura de astros, animales o plantas. Con rasgos humanos −como amor, odio, alegría−, aunque sin las debilidades y defectos de los dioses homéricos. Pero no podemos negar ciertos rasgos “demoníacos” (Volz), que, según Fohrer, expresan más bien lo irracional en Yahvé. Dentro de los capítulos iniciales del Éxodo, este aspecto se advierte sobre todo en el misterioso relato de 4,24-26, donde Yahvé está a punto de dar muerte a Moisés después de haberle encomendado la misión.

Es un dios ético, que exige confianza y obediencia. El aspecto ético, tan marcado en el Éxodo, donde se niega a admitir la opresión, adquirirá gran relieve en el mensaje de los profetas. 

Lo anterior no impide que sea también el Dios del amor y del perdón. La única “autodefinición” de Yahvé, la de Ex 34,6-8 (que se repite en diversos Salmos y otros textos), subraya este matiz.

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

INTERSECCIONES LETALES

 Los gérmenes de la violencia con “los otros”

Patricia Hill Collins

Intersecciones letales

Barcelona, Paidós, 2025                                             

 

Partiendo del hecho comprobado por todos nosotros de que la violencia personal, social y política, es una lacra que, extendida por todas partes, arruina e impide la vida individual y colectiva, Patricia Hill Collins nos explica con detalle, claridad y rigor la estrecha relación que vincula la violencia con los poderes. Su análisis histórico le permite llegar a la conclusión de que los distintos sistemas de poder se entrelazan y de que el racismo cobra significado a través del sexismo, del capitalismo y del nacionalismo. Sus conclusiones responden a las preguntas fundamentales planteadas al comienzo de su estudio: qué entendemos por violencia, porqué existe la violencia, cómo está organizada y qué podemos hacer para frenarla.

Demuestra cómo estos sistemas de poder convergen de manera especial, por ejemplo, en los negros, en los pueblos nativos, en las mujeres, en los jóvenes, en los pobres, en los inmigrantes y en las personas LGTBQ, y cómo la raza y el género, la clase y la nación dan forma a las desigualdades sociales y están apoyados en la violencia. Ejemplos claros de estas intersecciones son el racismo sistémico, la violencia sufrida por las mujeres de color en los Estado Unidos y en el resto del mundo, el esclavismo, los genocidios y las políticas restrictivas de inmigración.

Partiendo del supuesto de que constituye un problema social provocado por acciones humanas, plantea una visión amplia de la violencia como fenómeno que cala en las normas y en los códigos de la sociedad, fomenta las desigualdades sociales y económicas, y origina sufrimientos y muertes prematuras. Tras sus detallados análisis sobre la relación determinante de la violencia y de las ideas, de la identidad nacional y de la violencia invisible encerrada en el capitalismo y en colonialismo, llega a la conclusión de que las relaciones de poder se apoyan en la violencia como mecanismo fundamental para administrar la desigualdad social y en ideas y en prácticas que es imprescindible frenar.  

A mi juicio la violencia constituye una de las cuestiones que deberían ser tratadas en las diferentes ciencias humanas y explicada en los análisis críticos de los medios de comunicación. Estoy convencido de que la gravedad de la aceptación pasiva de estos comportamientos tan generalizados es moralmente inadmisible. La claridad y solidez con la que Patricia Hill Collins constata, demuestra y denuncia este grave problema planteado en las comunidades pequeñas y en la geopolítica mundial contemporánea debería hacernos pensar a todos los ciudadanos de buena voluntad.

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

viernes, 14 de marzo de 2025

DOMINGO II DE CUARESMA - LA ANTICIPACIÓN DEL TRIUNFO DE JESUS Y DE NUESTRO TRIUNFO


El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.

El contexto: la promesa

Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Y ha avisado que quienes quieran seguirle deberán negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver el reinado de Dios». ¿Se cumplirá esa extraña promesa?

El cumplimiento: la transfiguración

Ocho días después de estas palabras, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían del sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, que bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía.

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle».

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

El relato podemos dividirlo en dos partes: la subida a la montaña y la visión. Desde un punto de vista litera­rio es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.

       La teofanía del Sinaí

Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presen­cia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testa­mento.

         La subida a la montaña

Jesús sólo elige a tres discípu­los, Pedro, Santiago y Juan. Va a ocurrir algo tan grande que no puede ser presen­ciado por todos.

Lucas introduce aquí un cambio pequeño, pero importante. Marcos y Mateo dicen que subieron “a una montaña alta y apartada”; Lucas, que “subieron a la montaña para rezar”. La altura y aislamiento del monte no le interesa, lo importante es que Jesús reza en todas las ocasiones trascendentales de su vida.

         La visión

En ella hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud.

1. La transformación del rostro de Jesús. Lucas destaca que el cambio se produce mientras Jesús oraba, y se centra en el cambio de su rostro más que en el de sus vestidos: “Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.” Es un anticipo de las apariciones de Cristo resucitado, cuando su rostro es difícil de identificar para María Magdalena, los dos de Emaús y los discípulos en el lago.

2. La aparición de Moisés y Elías. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Según la tradición bíblica, sin Moisés no habrían existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús) es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple despropósito. Pero son conse­cuencia de lo que ha dicho antes: «qué bien se está aquí». Es mejor quedarse en lo alto del monte que cargar con la cruz y seguir a Jesús hasta la muerte.    

3. Como en el Sinaí, el monte queda cubierto por una nube.

4. Las palabras de Dios reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: "¡Escuchadle!" La orden se relaciona directamente con las anteriores palabras de Jesús, sobre su propio destino y sobre el seguimiento y la cruz de sus discípulos.

         Resumen

         La transfiguración supone para los discípulos una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vesti­dos tienen la expe­riencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) la aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revela­ción de Dios; 3) la voz del cielo les enseña que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

         La anticipación de nuestro triunfo (Filipenses 3,17-4,1)

A la comunidad de Filipos, igual que a otras fundadas por Pablo, llegaron misioneros cristianos, pero de tendencia radical, judaizante, convencidos de salvarse por observar una serie de normas alimentarias (“su Dios es el vientre”) y por la circuncisión (“se glorían de sus vergüenzas”). En consecuencia, aunque no lo reconozcan, para salvarse no es preciso que Jesús muera por nosotros, y “se comportan como enemigos de la cruz de Cristo”.

         Frente a esta postura, los filipenses, seguidores de Pablo, no aspiran a cosas terrenas sino que aguardan a un salvador, Jesús, que transformará nuestro cuerpo humilde a semejanza del suyo glorioso. Esta promesa de la transformación de nuestro cuerpo es la que ha movido a elegir esta lectura, en paralelo con la del evangelio: la transfiguración de Jesús no solo anticipa su gloria sino también la nuestra. 

Seguid mi ejemplo, hermanos, y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas.

Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelos de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

         La teofanía a Abrahán (Gn 15, 5-12. 17-18)

El texto ha sido elegido por su importancia en la historia de la salvación, que se recuerda en las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma, pero no tiene relación estricta con el evangelio.

         En el libro del Génesis, Abrahán, presentado como un pastor seminómada, recibe las dos mayores promesas que puede desear: una descendencia numerosa y una tierra donde asentarse. El texto podemos dividirlo en tres partes: la primera promete una descendencia numerosa como las estrellas; la segunda, la tierra (sin concretar de qué tierra se trata, se supone la de Canaán); la tercera une los dos temas: la descendencia de Abrahán heredará la tierra (en este caso se le atribuye una extensión fabulosa)

         1)

              En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrahán y le dijo: 

              - Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.

              Y añadió:

              - Así será tu descendencia.

             Abrahán creyó al Señor, y se le contó en su haber.

       2)

       El Señor le dijo:

       - Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos para darte en posesión esta tierra.

       El replicó:

       - Señor Dios, cómo sabré yo que voy a poseerla.

       Respondió el Señor:

       - Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.

       Abrahán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrahán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrahán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.

3)

       Aquel día el Señor hizo alianza con Abrahán en estos términos: A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates.

 

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma


LA VIDA ES JUEGO

 Jugar para seguir aprendiendo y disfrutando durante toda la vida

La vida es juego. Cómo mejorar tus capacidades cognitivas a través del juego

Madrid, Ediciones Pirámide (Grupo Anaya) 2025

                                              

Aunque reconocemos -o deberíamos reconocer- que el juego es un asunto serio, no siempre ni todos somos capaces de explicar los fundamentos psicológicos, sociológicos, pedagógicos y neurológicos de esta convicción. Los abundantes estudios realizados por especialistas de estas disciplinas, debido a sus explicaciones teóricas, no suelen ser claros ni, mucho menos, amenos. Esta obra de Víctor J. Ventosa Pérez, sin ser un libro de autoayuda, es rigurosa, documentada e interesante tanto para los profesionales de las ciencias humanas como para los lectores que carecemos de conocimientos especializados.

Este estudio, elaborado tras una experiencia dilatada, además de sus análisis minuciosos y de sus reflexiones apoyadas en los actuales descubrimientos de las neurociencias, nos proporciona unas importantes reflexiones y unas concretas sugerencias prácticas. Parte del supuesto de que es la naturaleza la que juega con nosotros “para perpetuase a sí misma”. Nos explica cómo el juego, más que un entretenimiento improductivo, es un mecanismo biológico de supervivencia con el que nuestra especie incrementa su desarrollo cerebral. Demuestra con argumentos sólidos y con un lenguaje ameno cómo jugando adquirimos y entrenamos mecanismos “seguros y ficticios” que desarrollan las habilidades necesarias para la supervivencia, representando, mirando y viviendo la realidad de diferentes maneras.

Quizás lo más sorprendente de esta obra sea la amplia serie de propuestas concretas y prácticas para que, estimulando los sentidos, como hizo Leonardo da Vinci, desde la niñez hasta la ancianidad, podamos seguir aprendiendo y disfrutando de la vida. Es especialmente sugerente su recorrido histórico desde la mitología griega hasta los juegos infantiles actuales en los que muestra cómo cantar, bailar, tocar o escuchar una composición son diferentes maneras para que los niños, los adultos y los ancianos juguemos con las ondas sonoras. Porque, efectivamente, durante la ancianidad, podemos seguir combinando los recuerdos acumulados y, sobre todo, construyendo, recomponiendo y enriqueciendo nuestras capacidades mentales con el fin de contrarrestar la decadencia cognitiva asociada al envejecimiento.

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

El tiempo que hará...