sábado, 2 de agosto de 2025

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO - DOS SABIOS ANTE LA RIQUEZA

 

Dos sabios ante la riqueza

Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Un sabio pesimista (¿u optimista?): Qohélet (Eclesiastés 1,2; 2,21-23)

            El nombre de Qohélet le suena a muy pocas personas. Sin embargo, muchos han oído citar su famosa frase: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad», con la que comienza la primera lectura de este domingo. Pero su enseñanza no se refiere hoy a la vanidad sino a la riqueza.

En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran a menudo fruto de la opresión y explotación; los sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. En esta última línea se inserta la primera lectura de hoy, que recoge dos reflexiones de Qohélet.

            La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos).

¡Vanidad de vanidades, dice Qohélet;

vanidad de vanidades, todo es vanidad!

Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,

y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.

También esto es vanidad y grave desgracia.

            La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal.

Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?

De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.

También esto es vanidad.

            Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.

Un sabio optimista (¿o pesimista?): Jesús (Lucas 12,31-21

            En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola, y la enseñanza final.

El punto de partida

            En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

            ‒ Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.

            El le respondió:

            ‒ ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?

            Y les dijo:

            ‒ Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica, como es frecuente en él, con una parábola.

La parábola.

Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y se dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”

A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear.

            Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a otra persona.

            La enseñanza final. Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios.

Pesimismo, optimismo y realismo

            Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes.

            Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos.

            Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase.

            Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.

Frente al mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Y este consejo es tremendamente realista porque no se fija en lo que ocurrirá al final de la vida, sino en lo que puedo y debo hacer desde ahora mismo.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

LA CONVERGENCIA "AMABLE" ENTRE LA TEORÍA Y LA PRACTICA.

 La convergencia “amable” entre la teoría y la práctica



Ramón de Cózar Siever

Hombre de ciencia y de Técnica -las dos caras de una misma moneda-, Ramón es, además, un observador atento, crítico y responsable de la vida humana: de las reacciones de las personas con las que, solícito, convive, y de los vaivenes de la sociedad en la que, solidario, navega. Él suele comentar que el saber de la ciencia y el hacer de la técnica han de esta orientados por la mirada amable y por la reflexión seria de quienes pretenden vivir una vida intensa y gratificante. En mi opinión, esa conjugación armónica de teoría y de práctica, y esa firme coherencia entre sus convicciones y sus comportamientos constituyen uno de los rasgos que definen su vida familiar y su trayectoria profesional.

De Ramón me llama poderosamente la atención, además, su afán -su “manía” dice él- por pensar en lo que pasa a su alrededor, con el fin de ver algo donde los demás no ven nada y, sobre todo, con la pretensión de descubrir la vaciedad -el hueco- de muchas actividades y objetos que, en realidad, están huecos. Por eso suelo estar atento a sus comentarios sobre la vida cotidiana, sobre esos sucesos que, a la mayoría de los mortales, nos resultan insignificantes y anodinos. 

Estoy convencido de que el eje vertebrador de su talante personal e intelectual, -serenamente inconformista y discretamente audaz- está amasado por dos cualidades distintas pero íntimamente relacionadas: el don de la mesura y el don de la oportunidad. Ramón acepta casi todo, pero a condición de que sea en su justa medida y en su momento. Quizás sea ésta la clave profunda que explica por qué muestra sus saberes sin pregonarlos y propone sus teorías de manera apacible, sin esforzarse por subrayar las palabras, convencido de que la transmisión fluida de los conocimientos se realiza mejor a través de esa menuda y permanente lluvia de ideas claras que mediante chaparrones contundentes de conceptos oscuros acompañados de los rayos de la pedantería o de los truenos de la suficiencia: ofrece lo que sabe, inspirando confianza, estimulando interés y despertando curiosidad.

Su notable capacidad de discreción -no de reserva-, su regusto por el silencio fecundo -el silencio del saber- y su necesidad de intimidad -el único paraíso terrenal que vale la pena-, constituyen el ambiente propicio para elaborar sus propuestas documentadas y para desarrollar sus sugerentes hipótesis; es un trabajador sistemático, constante e incansable que, gracias al profundo conocimiento de los contenidos de sus clases hace fácil lo difícil.

Este humano y humanista integral, con sus afinados juicios críticos, que es capaz de identificar los detalles más sutiles, nos proporciona muestras de una potente inteligencia: no se conforma con los datos objetivos, desnudos, sino que busca las claves explicativas de los sentidos más profundos que identifiquen las relaciones y los paralelismos entre los deslavazados hechos de la experiencia cotidiana y las teorías de esas ciencias y de esas técnicas que él explica.

 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura


sábado, 26 de julio de 2025

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO - APRENDIENDO A REZAR

 

 

Aprendiendo a rezar

Domingo 17 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

 

El domingo pasado, el evangelio nos animaba a escuchar a Jesús, como María. Hoy nos anima a hablarle a Dios. Ante una persona importante es fácil quedarse sin palabras, no saber qué decir. Mucho más ante Dios. Quizá por eso, los discípulos no rezan. Pero les suscita curiosidad ver a Jesús rezando. ¿Qué dice? ¿Por qué no les enseña a hablarle a Dios? Este será el tema del evangelio, que recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del cristiano y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios? Dada la importancia del tema, comentaré la primera lectura al final.

Aprendiendo a rezar (Lucas 11, 1-4)


            Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

            ‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. 

            Él les dijo:

            ‒ Cuando oréis decid:

            “Padre,

            santificado sea tu nombre,

            venga tu reino,

            danos cada día nuestro pan del mañana,

            perdónanos nuestros pecados,

            porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,

            y no nos dejes caer en la tentación.”

Nota a la traducción

            En Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”.

            La liturgia traduce “nuestro pan del mañana”; debería traducir, como en la misa, “nuestro pan de cada día”, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística.

Breve comentario al Padre nuestro

            El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como en Lucas).

            Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.

            Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas.

            Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.

            Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”.

            Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”.

            Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”.

            El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser:

            Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros proble­mas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios;

            Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud.

            Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”.

            Comunitaria. “Padre nuestro", danos, perdónanos, etc.

            En disposición de perdón.

Necesidad de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)

            Y les dijo:

            ‒ Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 

            Pues así os digo a vosotros:

            Pedid y se os dará,

            buscad y hallaréis,

            llamad y se os abrirá;

            porque quien pide recibe,

            quien busca halla,

            y al que llama se le abre. 

            ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

            ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?

            ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

            Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

El ejemplo del amigo importuno

            En las casas del tiempo de Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar sus quejas y maldiciones.

            El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere.

            Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia.

La bondad paternal de Dios y un regalo inesperado

            En realidad, no haría falta ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas a sus hijos.

            Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada.

            El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene.

            Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.

Un regateo inútil (Génesis 18, 20-32)

En la primera lectura Abrahán es como el amigo inoportuno de la parábola, aunque, en este caso, su insistencia no sirve de nada. Sodoma y Gomorra desaparecerán de la historia porque no se encontraron en ella ni siquiera diez personas buenas. Prescindiendo de lo que pueda haber de histórico a propósito de esas dos ciudades, el episodio está contado pensando en Jerusalén, que también ha sido devastada por los babilonios en el año 586 a.C. ¿Cómo es posible que Dios no la haya perdonado? El autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La culpa es de la ausencia total de inocentes.


           
En aquellos días, el Señor dijo:

            ‒ La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

            Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

            Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

            ‒ ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?

            El Señor contestó:

            ‒ Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.

            Abrahán respondió:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

            Respondió el Señor:

            ‒ No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

            Abrahán insistió:

            ‒ Quizá no se encuentren más que cuarenta.

            Le respondió:

            ‒ En atención a los cuarenta, no lo haré.

            Abrahán siguió:

            ‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

            Él respondió:

            ‒ No lo haré, si encuentro allí treinta.

            Insistió Abrahán:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?

            Respondió el Señor:

            ‒ En atención a los veinte, no la destruiré.

            Abrahán continuó:

            ‒ Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

            Contestó el Señor:

            ‒ En atención a los diez, no la destruiré.

            El lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. En las ciudades de Ucrania, de Siria, en Gaza, en Hiroshima y Nagasaki había sin duda más de diez justos. Dios no es el responsable de invasiones, bombardeos, destrucciones y deportaciones. De eso nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Pero Abrahán nos sirve de modelo. No se alegra al enterarse de que esas ciudades van a ser destruidas, intercede por ellas, intenta que no les sobrevenga la desgracia. Algo que muchas personas buenas siguen haciendo con procedimientos muy distintos y acudiendo a instancias de otro tipo. ¡Ojalá tengan más éxito que Abrahán!

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

LA ESPIRAL DE LA RAZÓN

                                         La defensa de las convicciones irracionales

Dan Ariely

La espiral de la razón

Barcelona, Ariel, 2025

                                              

Quizás sean muchos los que, durante la lectura de la introducción de esta obra, se pregunten igual que yo si se trata de un ameno e interesante relato de ficción elaborado por un literato dotado de una potente imaginación. Es más probable, sin embargo, que, después, si se adentran en los razonamientos de “la gente que quiere creer lo que ya cree” lleguen a la conclusión de que Yuval Noah Harari, además de científico social, es un hábil pedagogo que explica cómo los seres humanos, incluso los que se dedican al estudio de las Ciencias Humanas, somos unas personas bastante irracionales.

De manera clara y amena nos responde a unas preguntas que muchos nos hemos hecho: ¿Por qué nos creemos la desinformación, por qué la buscamos y la difundimos de forma activa? ¿Cuál es el proceso que sigue una persona, en apariencia racional, que, tras plantearse unas convicciones irracionales, las adopta y, después, las defiende? Insisto en que, además de la actualidad estos asuntos, es importante la claridad de sus explicaciones sobre personalidad, psicología clínica y antropología, y la habilidad para lograr que las entendamos y las apliquemos quienes no somos especialistas en esas disciplinas.  

¿Por qué la gente es tan susceptible? ¿Por qué nos creemos la desinformación, la buscamos y la difundimos de forma activa? ¿Cuál es el proceso que sigue una persona en apariencia racional al plantearse esas convicciones irracionales que, primero las adopta y, después, las defiende? La constatación de este hecho posee una importancia mayor en estos tiempos en los que está tan generalizada la desinformación, la polarización, la “indignación de gatillo fácil” y la accesibilidad generalizada a las redes que se refieren unos hechos que nos afectan a todos. Lo más interesante, a mi juicio, es la claridad con la que explica cómo cada uno de nosotros damos forma –justificamos- nuestras convicciones, las reforzamos, las defendemos y las difundimos.

La lectura de los periódicos, la escucha de las radios, la visión de los telediarios durante estos días me ha confirmado que, más que información, buscaba la “confirmación” de mis convicciones previas y evitar las que las contradicen. Es probable que los políticos, los religiosos y los hinchas deportivos encontremos en esta obra un conjunto de herramientas para entender estos procesos, para interrumpirlos, para mitigarlos o, al menos, para evitar algunas de las convicciones infundadas que a todos nos amenazan.


 José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

sábado, 19 de julio de 2025

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO - AFANARSE O ESCUCHAR

 ¿Afanarse o escuchar?

Domingo 16 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

 

El domingo pasado, la parábola del buen samaritano terminaba con una invitación a la acción: «Ve, y haz tú lo mismo». Imaginemos que quien tenemos delante no es un pobre hombre apaleado y medio muerto, sino Jesús. Se ha presentado en la casa a mediodía. ¿Qué es más importante: afanarnos por darle bien de comer o sentarnos a escucharle?

            Como el evangelio va de invitación a comer, para la primera lectura se ha elegido la famosa escena en la que Abrahán invita a tres personajes misteriosos que llegan a su tienda.

            La preciosa miniatura que adjunto contiene todos los elementos del relato: la encina de Mambré, los tres hombres, representados como ángeles, Abrahán y Sara. El artista ha convertido la tienda de Abrahán en una casa, casi una iglesia. El texto nos ayudará a comprender mejor el evangelio.

Abrahán invita a comer al Señor (Génesis 18,1-10)

            En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo:

            ‒ Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.

            Contestaron:
            ‒ Bien, haz lo que dices.

            Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:

            ‒ Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.

            Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.

            Después le dijeron:

            ‒ ¿Dónde está Sara, tu mujer?

            Contestó:
            ‒ Aquí, en la tienda.

            Añadió uno:

            ‒ Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.

¿Cuántos son los invitados?

            Este breve relato ha supuesto uno de los mayores quebraderos de cabeza para los comentaristas del Génesis. Empieza diciendo que el Señor se aparece a Abrahán, pero lo que ve el patriarca son tres hombres.

            Al principio se dirige a ellos en singular, como si se tratara de una sola persona (“no pases de largo”), pero luego utiliza el plural (“os lavéis, descanséis, cobréis fuerzas”). El plural se mantiene en las acciones siguientes (“comieron, dijeron”), pero la frase capital, la gran promesa, la pronuncia uno solo.

            En resumen, un auténtico rompecabezas, resultado de unir tradiciones distintas. No faltaron comentaristas cristianos que vieron en esta escena un anticipo de la Santísima Trinidad. Aunque la idea carece de fundamento serio, sirvió de base para una de las creaciones artísticas más maravillosas: el icono de Andréi Rubliov, pintado hacia 1422-1428.

            Hospitalidad

            La ley de hospitalidad es una de las normas fundamentales del código del desierto. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua ni poblados donde comprar provisiones, está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de beduinos o de pastores no es un intruso ni un enemigo. Es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, se le debe protección durante otros tres días (unos 100 kilómetros). Esta ley de hospitalidad es la que pone en práctica Abrahán.

El menú, dos cocineros y un maître.

            Abrahán no se limita a hospedar a los visitantes. Entre él y su mujer, con la ayuda también de un criado, organiza un verdadero banquete con un ternero hermoso, cuajada, leche y una hogaza de flor de harina. A diferencia de las comidas actuales, no hay prisa. Pasan horas desde que se invita hasta que se preparan los alimentos y se termina de comer.

La cuenta

            Al invitado no se le cobra. Pero el huésped principal paga de forma espléndida: prometiendo que Sara tendrá un hijo. El tema de la fecundidad domina toda la tradición de Abrahán y se cumple a través de muchas vicisitudes y de forma dramática. 

Marta invita a comer a Jesús (Lucas 10, 38-42)

            El texto del evangelio también se ha prestado a mucho debate. Este relato es exclusivo de Lucas, no se encuentra en Mateo, Marcos ni Juan

            En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:

            ‒ Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?  Dile que me eche una mano.

            Pero el Señor le contestó:

            ‒ Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.

¿Cuántos invitados a comer?

            En la historia de Abrahán resultaba difícil saber si los invitados eran uno o tres. El relato de Lucas nos deja en la mayor duda. Jesús siempre iba acompañado, no sólo de los Doce, sino también de muchas mujeres, como afirman expresamente Marcos y Lucas, citando el nombre de algunas de ellas. ¿Los recibe a todos Marta? ¿Se limita a invitar a Jesús? Las palabras “Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio” sugieren que no se trataba de un solo invitado. Pero la escena parece tan simbólica que resulta difícil imaginar la habitación abarrotada de gente.

El menú, y una cocinera sin ayudante

            No sabemos el número de invitados, pero sí está claro el de cocineras. Aquí no ocurre con en el relato del Génesis, donde Sara amasa y cuece la hogaza, mientras Abrahán colabora corriendo a escoger el ternero, dando órdenes de prepararlo, encargándose de la cuajada y de la leche.

            En la casa del evangelio hay también dos personas, Marta y María. Pero María se sienta cómodamente a los pies de Jesús mientras Marta se mata trabajando. ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Porque son muchos los invitados? ¿O porque Marta pretende prepararle a Jesús un banquete tan suculento como el de Abrahán, y le faltan tiempo y manos para el ternero, la hogaza, la cuajada y la leche?

            Desgraciadamente, ignoramos el menú. Según algunos comentaristas, las palabras que dirige Jesús a Marta, “sólo una cosa es necesaria” significarían: “un plato basta”, no te metas en más complicaciones.

Dos actitudes

            El contraste entre María sentada y Marta agobiada se ha prestado a muchas interpretaciones. Por ejemplo, a defender la supremacía de la vida contemplativa sobre la activa, sin tener en cuenta que esas formas de vida no existían en tiempos de Jesús ni en la iglesia del siglo I. Entre los judíos de la época existían grupos religiosos con tintes monásticos (los esenios de los que habla Flavio Josefo y los terapeutas de los que habla Filón de Alejandría), pero Lucas no presenta a María como modelo de las monjas de clausura frente a Marta, que sería la cristiana casada o la religiosa de vida activa.

            El evangelio no contrapone pasividad y trabajo. Jesús no reprocha a Marta que trabaje sino que “andas inquieta y nerviosa con tantas cosas”. Esa inquietud por hacer cosas, agradar y quedar bien, le impide lo más importante: sentarse un rato a charlar tranquilamente con Jesús y escucharle.

            Todos tenemos la tendencia a sentirnos protagonistas, incluso en la relación con Dios. Nos atrae más la acción que la oración, hacer y dar que escuchar y recibir. Nos sentimos más importantes. La breve escena de Marta y María nos recuerda que muy a menudo andamos inquietos y nerviosos con demasiadas cosas y olvidamos la importancia primaria del trato con el Señor.

Marta-María y el buen samaritano

            Este episodio sigue inmediatamente a la parábola del buen samaritano, que leímos el domingo pasado. Los dos textos son exclusivos del evangelio de Lucas, y pienso que se iluminan mutuamente.

            La parábola del buen samaritano es una invitación a la acción a favor de la persona que nos necesita: “ve y haz tú lo mismo”.

            Para mantener la acción a favor del prójimo la mejor preparación es sentarse, como María, a escuchar la palabra de Jesús. 


Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma





           

EL CUERPO ES...EL ALMA.

 El cuerpo es...el alma.

 

Francisco Fernández-Trujillo

                                            

 

Tengo el convencimiento de que la vocación de este profesor universitario de Anatomía tiene su origen, más que en una llamada para explicar la configuración y el funcionamiento del cuerpo humano, en una firme decisión de descifrar la hondura de las vidas: de excavar para descubrir los misterios que encierran en sus entrañas y de narrar con claridad las claves que determinan el bienestar personal e, incluso, la convivencia familiar y social. Él parte de supuesto fundamental de que el equilibrio personal y la armonía colectiva dependen, en gran medida, de la comprensión de nuestro organismo, del trato que le dispensemos y, sobre todo, de la manera de relacionarnos con él. El conocimiento y la aceptación de nuestro cuerpo son, efectivamente, las sendas inevitables para hacer que emerja nuestro yo más auténtico.

Hemos de tener muy presente, además, que él, un admirador -por herencia familiar- de la belleza de los seres creados, y un convencido de que el cuerpo humano constituye el resumen de las demás obras bellas, no ha regateado esfuerzos para penetrar en el interior del organismo con el fin de identificar las raíces profundas de nuestros comportamientos. Por eso reivindica, de manera permanente, la importancia capital de su estudio riguroso y de su correcto cuidado mediante una alimentación equilibrada y grata a todos los sentidos, como la condición indispensable para mantener la salud, para diagnosticar las dolencias y para prescribir los adecuados tratamientos.

Sólo a partir de estos presupuestos podemos comprender y valorar los diferentes rasgos que dibujan la personalidad de este gaditano extrovertido, despierto y atento, que posee una notable habilidad para conectar con las gentes y una singular destreza para entablar relaciones sociales. Impulsado por un afán enciclopédico y dotado de un espíritu conciliador, es, sobre todo, un cultivador de la amistad. Aunque evita en todo momento caer en quimeras, es un hombre lúcido que conjuga la imaginación y el sentido común con el fin de comprender y de vivir la vida de aquí y de ahora.

Curro es un médico dotado de singulares cualidades y de inmejorables condiciones para interpretar el sentido del dolor y del sufrimiento, del goce y del bienestar, del progreso y de la tradición, del cuerpo y del espíritu, de la ciencia y del arte, del lenguaje y del pensamiento, del amor y del desamor, de los temores y de las esperanzas, de la vida y la muerte. Más de una vez me ha comentado que las palabras alcanzan “efectos terapéuticos” cuando el profesional, antes de prescribir, escucha, mira y atiende al enfermo para lograr penetrar en el fondo íntimo de cada una de las dolencias. Él parte del supuesto de que los pacientes también participamos en la evolución de nuestras enfermedades. Con sus observaciones cargadas de chispa y de razón, este profesor de la Facultad de Medicina nos demuestra que es, al mismo tiempo, un ocurrente y reflexivo, inteligente e ingenioso conversador, un contador de deliciosas historias que se esfuerza, de manera permanente, por disfrutar del momento presente, depurando el pasado de rencores y de odios, e imaginando un futuro siempre esperanzador.

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

viernes, 11 de julio de 2025

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO. EL TEÓLOGO LISTILLO Y EL BUEN SAMARITANO


El teólogo listillo y el buen samaritano

Domingo 15º. Tiempo ordinario. Ciclo C 

El domingo pasado, el envío de los setenta y dos discípulos nos hacía pensar en los miles de personas anónimas que difunden el evangelio en todas partes del mundo. Este domingo, la parábola del buen samaritano nos recuerda a tantísima gente que ha puesto en práctica su enseñanza.

¿Cuántas normas hay que cumplir para salvarse?

Hace años se hizo famoso un libro escrito por el jesuita Jorge Loring, Para salvarte, primera obra en lengua española que alcanzó un millón de ejemplares en vida de su autor. Todo empezó con unos breves apuntes para sus catequesis, pero terminaron convirtiéndose en un enorme volumen de 1084 páginas. Ante tal cúmulo de páginas, el lector puede sentirse como el antiguo israelita, retratado en el Deuteronomio, que considera imposible conocer la voluntad de Dios; o como el legista del evangelio que le pregunta a Jesús qué debe hacer para conseguir la vida eterna.

         La respuesta del Deuteronomio es clara: no hay que subir al Himalaya ni atravesar el Atlántico para saber lo que Dios quiere de nosotros. Lo que Dios quiere del israelita está escrito “en el código de esta ley”, que se limita a los capítulos 12-26 del Deuteronomio. No se trata de estudiar mucho sino de convertirse con todo el corazón y toda el alma, y de poner en práctica lo que allí se dice.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

       Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?” Ni está más allá del mar, no vale decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?” El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.

       Pero al Deuteronomio le ocurrió algo parecido al Para salvarte. Aunque el texto era intocable, y nadie estaba autorizado a quitar ni añadir nada, la interpretación de sus normas fue creciendo de forma incontrolable. En tiempos de Jesús, el judaísmo contaba 613 mandamientos (365 prohibiciones y 248 preceptos) capaces de volver loco a cualquier persona.

Los intentos de sintetizar

         Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. A propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivie­ron pocos años antes de Jesús, se cuenta la siguiente anécdota. Una vez llegó un pagano a Shammay, famoso por su intolerancia, y le dijo: “Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mien­tras aguanto a pata coja”. Él, que era sastre, lo echó, amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. Entonces fue a Hillel, famoso por su tolerancia, que le respondió: “Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpreta­ción”. También del Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) se recuerda un esfuer­zo parecido de sintetizar toda la Ley en una sola frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran princi­pio general en la Torá”.

         En los evangelios hay diversos intentos de simplificar la cuestión con una respuesta breve y drástica. El más famoso es la Regla de oro, con la que cierra el evangelio de Mateo el Sermón del Monte: “Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. En esto consiste la ley y los profetas” (Mt 7,12). El tema reaparece en el episodio de hoy, cuando le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento principal.

El teólogo malintencionado de Lucas

         El protagonista del relato de Lucas no viene con buena intención, pretende poner en un aprieto a Jesús; y no plantea una cuestión teórica (“¿cuál es el mandamiento principal?”) sino muy personal: “¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

         Jesús no cae en la trampa. En vez de responder, pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Y el legista se ve obligado a reconocer que sabe perfectamente lo que debe hacer: amar a Dios y al prójimo. Jesús, con cierta ironía, le indica que su problema no consiste en saber lo que tiene que hacer, sino en hacerlo.

         Aquí podría haber terminado todo. Pero el legista, que tiene la sensación de haber quedado en ridículo, para justificarse plantea una cuestión filosófico-teológica: “¿Y quién es mi prójimo?” Afortunadamente, Jesús no era alemán. No le da una conferencia de Antropología ni le escribe un Manual de quinientas páginas para aclarar esa intrincada cuestión. Se limita a contar una parábola.

         Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto.

         Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo.

         Lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo

          Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo,

          le dio lástima,

          se le acercó,

          le vendó las heridas,

          echándoles aceite y vino,

          y, montándolo en su propia cabalgadura,

          lo llevó a una posada

                   y lo cuidó.

         Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:

         Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.

La parábola ofrece dos modelos de conducta: la del sacerdote y del levita, que ante el pobre hombre asaltado y malherido por los bandidos dan un rodeo y pasan de larg; y la del samaritano que siente lástima, se acerca, echa aceite y vino en las heridas, las venda, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a una posada, lo cuida y paga su estancia. Son siete acciones, basadas todas ellas en el sentimiento inicial de lástima.

         Al legista podría resultarle ofensivo que le cuenten un cuento. Pero Jesús no le da tiempo a protestar, pasa directamente al ataque, obligándole a reconocer que lo importante es comportarse como prójimo.

         ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? 

          Él contestó: El que practicó la misericordia con él.

          Díjole Jesús:  Anda, haz tú lo mismo.

         Lo importante no es discutir sino actuar.

La mala idea de la parábola

         A muchos les gustaría limitar la parábola al ejemplo del samaritano y dejarnos con buen sabor de boca. Pero Lucas, del que siempre alabamos su bondad, resulta en este caso muy hiriente. No le basta un protagonista, necesita tres. Y los elige con toda la intención: un sacerdote, un levita, un samaritano.

         El sacerdote y el levita, los personajes especialmente consagrados a Dios, hacen exactamente lo mismo: dan un rodeo y siguen su camino. ¿Por qué actúan de este modo? ¿Porque son malos y egoístas? No. Porque si el herido no está herido, sino muerto, basta tocarlo para quedar impuro.

         La ley es tajante: “El sacerdote no se contaminará con el cadáver de un pariente, a no ser de pariente próximo: madre, padre, hijo, hija, hermano o de su propia hermana soltera, no dada en matrimonio. Queda profanado” (Levítico 21,2-4). Si no pueden contaminarse con un pariente, mucho menos con un desconocido al borde del camino.

         Y lo que se deduce es trágico: es la ley de Dios la que impide practicar la misericordia y comportarse como prójimo del herido.

         Lucas podría haber buscado como tercer protagonista a un cura progre o a un diácono permanente sin obsesión por la ley. Elige al menos indicado: un samaritano. El personaje más odioso y despreciable para un judío, miembro de un pueblo que, según el libro de los Reyes, “no veneran al Señor ni proceden según sus mandatos y preceptos”. Irónicamente, un representante de este pueblo que no venera al Señor ni procede según sus mandatos y preceptos es quien actúa con misericordia y se comporta como prójimo.

Reflexión actual

Sin caer en la crítica injusta a obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, la parábola nos hace pensar en tantos samaritanos agnósticos, ateos, homosexuales, lesbianas, etc., que se entregan plenamente a personas necesitadas. «Anda, haz tú lo mismo».

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

El tiempo que hará...