lunes, 20 de diciembre de 2010

EVOCACIONES ALCALAÍNAS


60.- Navidad en el cielo de Alcalá

El cielo de Alcalá siempre fue bello. En primavera, azul, profundamente azul, como el mar; en verano, rojo, ascua candente, como el oro; en otoño, beige, amarillo pajizo, como las hojas del árbol caídas; en invierno, blanco, alba pura, como la luz de la luna; o negro, como un velo de aguas y tormentas. Pero siempre bello, sobre todo en Navidad.

Una noche de Navidad, ya tarde, me asomé al mirador de la Coracha. El cielo era profundo, pero una legión de estrellas de plata temblaban sobre el “Prao”. Algunas se reflejaban sobre el agua dormida del Barbate. A lo lejos se oían los villancicos de siempre: “Pero mira cómo beben los peces en el río”; “La Virgen se está peinando”; “Dime niño de quien eres”.... De pronto, las negras nubes parecían querer ahogar al pueblo, pero la legión de estrellas las espantaron con sus espadas de acero.

Una mañana que venía del Campo de Gibraltar, subí desde la Alameda, por la calle la Amiga, a evocar mis años de la infancia. Por la esquina de San Jorge –la de los vientos del norte-, oí gritar a los niños del Beaterio. Desconcertado, como si se hubiera parado el tiempo, la brisa me heló el corazón, al comprobar que el tiempo había pasado. Pero miré al cielo y vi que era de un celeste blanquecino como los de mi niñez. ¡Cielo navideño de mi Alcalá!.

En aquellos inviernos, con frecuencia nos sorprendían las grandes nubes. Venían de los picos del Aljibe. Las luces del pueblo eran tristes, viejas, desprotegidas de farolas. De vez en cuando, aparecía la luna blanca caminando entre nubes, agua y viento. Del “Prao” subía olor a tierra mojada, y de la sierra, olor a romero. Tras el campanario de San Jorge, aparecía antes de tiempo algún lucero. La Valenciana volvía de Algeciras y se iba camino de Jerez. Y los perros ladraban ¡sabe Dios por qué razón!.

Los domingos de invierno, después de misa, eran tristes. Las flores del corral se llenaban de perlas líquidas que se resistían a caer. No podíamos jugar porque todo estaba húmedo. Las madres sólo querían que nos sentáramos en la “copa”, para jugar al “Parchís” o a la “Oca”. Pero nosotros preferíamos salir a la calle y jugar con el agua que bajaba de la Plaza Alta. Cuando salía el sol, todo se tornaba verde.

El mejor entretenimiento de Navidad era montar el Portal de Belén. Íbamos al campo a coger musgos, aquella hierba que crecía en los lugares sombreados, sobre piedras, troncos, pozos viejos y rincones callejeros. También buscábamos corcho para hacer el portal, y ramas de murtas, lentiscos y romero para representar los prados y los campos. Los ríos se hacían con papel de plata de las tabletas de chocolate. Y las luces, con las bombillas de las linternas y sus pilas de petaca. Las figuras eran de barro y destacaba siempre las del misterio: el Niño, la Virgen, San José, la mula y el buey.

Todo era puro, hasta el frío de los rincones, el calor de la chimenea, la luz de la lámpara de aceite y las rosas cortadas de los rosales del corral. También el cielo, del que dice el Génesis que “es el trono desde donde Dios ejerce su soberanía sobre la tierra”. Y el evangelista Mateo dijo que “entrar en el cielo es encontrar a Dios.” Hay algo de inmortalidad en todas estas tradiciones y por eso volvemos.

JUAN LEIVA

1 comentarios:

Andrés dijo...

Mi felicitación para Juan Leiva, que semana trás semana ha hecho posible que sus artículos fuesen leído por tantos alcalaínos y no alcalaínos, residentes en diferentes lugares de nuestra geografía y fuera de ella. Que estas y todas las Navidades sea muy feliz junto a su familia. Que el Niño Jesús le pague todo su trabajo y su aportación a la cultura.

El tiempo que hará...