lunes, 14 de marzo de 2011

EVOCACIONES ALCALAÍNAS


66.- Alcalá y su Jardín Botánico “El Aljibe”

“Tenemos que ir al Jardín Botánico del Aljibe” –me dijo Andrés-. “De pequeño, no había jardines en Alcalá” –repliqué-. “Alcalá era un inmenso jardín donde nuestra fantasía infantil no se agotaba nunca. Había plantas y flores por todas partes, bosques de encinas y alcornoques por cualquier rincón del entorno, arbustos de quejigos y acebuches en cualquier ladera, y matorrales de lentiscos, pitas, palmitos, chumberas y adelfas por todos los caminos. ¿Qué nos pueden mostrar ahora?”.

En el recinto del Jardín, uno piensa que los bosques no se han hecho por casualidad. Miles de especies se afincaron aquí con sus simientes arrastradas por el viento, por las aguas, por las aves, por las patas y pezuñas de los animales. Encontraron un clima cálido y humedad, las dos condiciones para proliferar. Muchas se vieron sometidas a un proceso de adaptación y otras tuvieron que morir porque se extinguieron. Para entender todo esto, tendríamos que remontarnos a millones de años. Pero también tendríamos que reconocer la mano del hombre que se aprovechó de la flora y de la fauna para sobrevivir.

Por eso, todo lo que hagamos por defender la riqueza que nos ha dado la madre naturaleza es poco. Y todo atentado que personas irresponsables hagan a la naturaleza no tiene excusa, a no ser que lo exija la subsistencia o la misma naturaleza. Ciertamente, a veces, la intervención del hombre es decisiva en la transformación del bosque, reduciéndolo a arbustos y matorrales y evitando la desertización. Los elementos en contra fueron la tala y los incendios, pero lo aprovecharon obteniendo maderas, carbón y corcho.

En mi niñez, desde febrero a octubre, la naturaleza reventaba de flores y frutos silvestres que conocíamos al dedillo. Cuando teníamos hambre, nos íbamos al campo a saciarnos de madroños, palmichas, majoletos, murtas, azufaifas, zarzamoras, palmitos, cardos, higos chumbos, higos brevales, piñones, bellotas, algarrobas, y tantas y tantas plantas comestibles como había en Alcalá. El léxico de los chavales se enriquecía continuamente ¡Y qué nombres, Dios mío!

Y los corrales y los patios del pueblo estaban impregnados de naturaleza pura. Las mañanas olían a tomillo, a romero, a orégano, a lavanda, a mejorama, a abulaga...Estregábamos las manos por sus hojillas y volvíamos oliendo a una mezcla de animalillos montunos, de naturaleza salvaje, de monte florido, de helechos, de jara, de durillos en flor, de matagallos de fregar platos... ¡Qué flora, Virgen de los Santos!

“A veces veníamos con un manojo de tagarninas, de espárragos, de alcauciles silvestres, de cardillos, de berros, de borrajas, de madroños, de naranjas chinas, de moras, de palmitos...Era como un regalo de la naturaleza, sin precio, sin nada a cambio, sin exigencia alguna. Sólo había que cogerla de la planta. A veces, durante los meses malos de trabajo, algunos hombres venían por las casas vendiendo esas mismas plantas y frutos comestibles: espárragos, tagarninas, cardos, palmitos o lo que fuera. Y no ponían precio, sino lo que quisieran darle, para llevar a casa un jornal. ¡Qué tristeza, Ángel de la Guarda!”.

“Pero tenemos que ir al jardín botánico a ver las plantas que han reunido allí –insistía Andrés-. Y bajamos a la carretera de Benalup, y entramos en el complejo de Conservación de los Alcornocales y dependencias del “Aljibe”, donde se encuentra nuestra flora más autóctona. Es una nueva adquisición del pueblo.” Una joven nos recibió encantada de podernos mostrar el espacio natural donde se recoge y expone una muestra de la flora alcalaína. La guía nos introduce en el jardín botánico mientras nos dice: “Alcalá, afortunadamente, sigue siendo un lugar privilegiado, entre dos mares –Atlántico y Mediterráneo- y entre dos continentes –Europa y África- para albergar gran diversidad de la flora y desarrollar espléndidos ecosistemas, climas y suelos variados. Porque Andalucía cuenta con unas 4.000 especies de plantas superiores diferentes, y unas 3.500 especies de hongos. Y tenemos uno de los parques naturales más ricos de nuestra región, Los Alcornocales, cuyo jardín “El Aljibe” es una muestra excelente.

Ahora, desgraciadamente, nuestros pueblos han perdido mucho de su flora y de su fauna, porque han sido invadidos por el cemento y por el asfalto. Los jardines botánicos tratan de proteger, de dar a conocer y de conservar la flora y la vegetación autóctona, amenazada por las inmobiliarias incontroladas y por las carreteras de intereses públicos y privados. Lo mismo ocurre con los hongos y setas, recolectados por cualquier ciudadano sin ningún criterio. El Jardín Micológico trata de proteger con una representación local los hongos y setas de nuestras tierras.

En el Jardín del Aljibe, Alcalá puede enorgullecerse de que sus bosques puedan mostrar aún los alcornoques, cortejados por brezos, jaras y helechos. Y los robles, acompañados de robledillas y juagarzos. Y de las mismas cumbres de los cerros o herrizas, lavandas, brezos y plantas carnívoras, empeñadas en cazar insectos. Y los quejigos andaluces refugiados en vaguadas y lugares de alta humedad, rodeados de durillos y madroños, cubiertos de musgos, líquenes y plantas epífitas, vividoras sobre otras plantas de forma parasitaria.

Y los canutos oscuros, donde apenas entra la luz del sol y la humedad, es constante por las nieblas, la vegetación y los arroyos. Ahí existen plantas de otras latitudes, como ombligos de Venus, ojaranzos, acebos, laureles, avellanillos y especies de helechos exclusivos de esta zona. La joven nos asegura que estamos en uno de los lugares más valiosos y sensibles del sector y de mayor interés para la conservación.

Una mujer hace una almáciga rodeada de piedras para sembrar las semillas que seguirán cubriendo el Jardín de plantas alcalaínas, aquellas mismas que encontrábamos los chavales en nuestras correrías. Unos empleados, en plena faena, nos saludan y se afanan por dar vida, lustro y actividad a las dependencias del Jardín. Dicen que se reciben visitas de colegiales de toda la provincia y de los distintos niveles. Vienen a vivir la experiencia en directo de lo que la teoría les ha dado en las clases. Nosotros, de pequeños, teníamos conocimiento directo de nuestras plantas y, después, don Manuel Marchante nos hablaba de ellas en clase.

JUAN LEIVA

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