viernes, 13 de julio de 2012

LA PEPA BENÉFICA



La Pepa benéfica
                                                       
Estos momentos –en los que ya hemos pasado el ecuador del “ilusionante” 2012- pueden ser los propicios para que realicemos un balance provisional del grado de cumplimiento de aquellas estimulantes promesas que a muchos nos hicieron soñar con un reparto más justo y más equitativo de sus posibles beneficios. A mi juicio, hemos de evitar un paralizante catastrofismo y un ingenuo triunfalismo. Si es cierto que Cádiz no estrenará este año un nuevo perfil urbano, económico, social y cultural, y que “El Doce“ no ha servido para dotar a la Provincia y a la Capital de nuevas infraestructuras como, por ejemplo, la llegada del tren de alta velocidad o ni para culminar ese segundo puente sobre la Bahía, que se convertiría en un emblema de la capital; si, también es verdad que el 2012 no ha sido un revulsivo social, ni aquella divisa del profundo agradecimiento de todo el Estado a ese “espíritu de un Cádiz, moderno, generoso y benéfico”, también hemos de reconocer que aquí han tenido lugar unos relevantes eventos como, por ejemplo, el reciente Seminario sobre “La Historia olvidada de la Constitución de Cádiz”, la VIII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y la próxima celebración de la XXII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. No podemos menospreciar tampoco la restauración del Oratorio, la creación del Centro de Interpretación de la Constitución de 1812, la inauguración del Espacio de Creación Contemporánea y la Exposición del Señor de Sipán.
¿Recuerdan ustedes cómo, en las fechas previas, los líderes políticos pugnaban para repartirse la “tarta” y discutían acaloradamente sobre ¿quién debía repartirla? ¿cómo se debía repartir? y ¿quién recibiría la mayor parte? Ahora, cuando se ha llegado a la conclusión de que la “tarta” es muy pequeña, son escasos los que se deciden a responsabilizarse de su distribución y, aún no aparecido quienes –haciendo una elemental autocrítica- reconozcan que se equivocaron haciendo aquellos cálculos tan beneficiosos. Lo cierto es que, por culpa de la crisis y de otros muchos factores que deberíamos examinar, aquel lujoso buque se ha convertido en una mera patera en la que no caben, como ocurre casi siempre, los menos favorecidos.
En mi opinión, el resultado más rentable de la celebración del Bicentenario de la Pepa debería ser la aplicación de las principales lecciones éticas, sociales, solidarias y “benéficas” que, como es sabido, sólo fueron papel mojado en aquella festiva fecha de 1812. El balance sería positivo si, en ese examen, tras contabilizar las actividades festivas y evaluar el grado de cumplimiento de las promesas y de los proyectos anunciados a bombo y platillo, ahora –a mitad de la carrera- llegamos a la conclusión de que, al menos, merecemos aprobar las lecciones políticas, éticas y sociales, aquellas “piadosas intenciones benefactoras” que la Carta Magna contenía.
Los comentarios que escuchamos sobre el exiguo grado de cumplimiento de aquellas ilusionantes promesas que, con la mejor voluntad, sembraron los responsables de las diversas instituciones políticas suelen olvidar unas cuestiones que, a mi juicio, son importantes. Me refiero, en esta ocasión, a la atención preferente que merecen esos ciudadanos que, por sufrir algunas minusvalías, tropiezan con serias dificultades para disfrutar de unos eventos que, probablemente, no se repetirán en nuestra Ciudad y Provincia. Como se insiste hasta la saciedad, la Constitución de Cádiz de 1812, derivada de la soberanía nacional y orientada a consolidar derechos humanos universales, ha adquirido un valor casi mítico, como perdurable símbolo de libertad, de justicia y, también, de “beneficencia”.


José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura


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