Todos hemos experimentado esa sensación tan desagradable que nos invade
cuando, tras leer un titular periodístico llamativo, comprobamos que el
contenido de la información no corresponde a lo que él nos anuncia. Nuestra
confusión aumenta de manera notable si comparamos los diferentes titulares con
los que varios periódicos encabezan una misma noticia, pero nuestra perplejidad
ante los titulares tendenciosos se convierte en indignación cuando sospechamos
que sus autores tratan de engañarnos haciéndonos creer que las cosas son
diferentes de lo que son. Nos sorprende
comprobar cómo, en la práctica, muchos periódicos que blasonan de su
objetividad e independencia aceptan que la mentira es un legítimo instrumento
de defensa y de ataque, e, incluso, cómo, a veces, presumen cuando logran que,
a base de repetirla, una información falsa se transforma en verdad aceptada.
Algunos profesionales, incluso, están convencidos de que el arte supremo de la
habilidad comunicativa consiste en hacer ver que lo blanco es negro.
En nuestra opinión, sin embargo, los titulares tendenciosos,
excesivamente teñidos de partidismo, se convierten en un bumerán incluso cuando
los lectores adictos reconocen que prefieren esos periódicos, no porque cuentan
la verdad de los hechos, sino porque defienden unas ideas o unos intereses que
coinciden con los suyos. Permítanme que les haga una pregunta: ¿no es cierto
que hechos como, por ejemplo, una catástrofe ecológica, el aumento del paro,
los incendios forestales, la inflación, los acuerdos con los partidos
nacionalistas, la sequía, los accidentes
de tráfico o las reformas de la educación, son calificados de manera diferente
según sean los inquilinos del Palacio de la Moncloa?
La calidad de un titular se mide, como es sabido, por el acierto en
resumir los datos fundamentales, por su capacidad para atraer la atención de
los destinatarios y por su fuerza para despertar el interés de su lectura. Si
el titular carece de "garra", es posible que los lectores no se
animen a leer el resto del texto ya que, debido al volumen tan elevado de
noticias que nos ofrecen los periódicos, a la cantidad tan amplia de
ocupaciones y a la rapidez con la que se superponen los problemas, la lectura
completa de cualquier periódico es una tarea excesivamente enojosa. Lo más que
solemos hacer es contemplar las ilustraciones gráficas y repasar las esquelas
mortuorias.
Los titulares constituyen unas ayudas imprescindibles para que estemos al
corriente de aquellos episodios que, como ciudadanos del mundo nos conciernen y
para que, en consecuencia, adoptemos las actitudes y las conductas más
adecuadas. Pero hemos de ser conscientes de que los titulares pueden ser unas
armas peligrosas que, en manos de profesionales sin escrúpulos, en vez de
informar, explicar y valorar los sucesos relevantes, nos desinforman
tergiversando los datos, interpretándolos de manera incorrecta por el simple
procedimiento de destacar un dato insignificante o, por el contrario,
prescindiendo de otro relevante.
Tanto la forma de elaborar el resumen como la manera de enfatizar o de
subrayar determinadas palabras pueden transmitir unos mensajes interesados e
inducir a los lectores para que extraigan unas conclusiones falsas. A veces,
con el fin de atraer la atención, la exageración y la generalización pueden
modificar substancialmente la recepción. Y es que la importancia otorgada al
“cómo se dice”, más que al “qué se dice”, se hace patente en nuestros días, en
la redacción de los titulares.
José Antonio Hernández Guerrero
0 comentarios:
Publicar un comentario