domingo, 24 de febrero de 2013

ALCALÁ SE DESPIERTA PEREZOSA POR EL LARIO



Otro día mas, Alcalá se despierta perezosa por el “Lario”. Abre sus ojos lentamente y ve toda la fachada norte iluminada, resplandeciente, en declive, blanca como una bandada de palomas. La torre de la Parroquia las vigila dulce y suavemente. Cal que reverbera al calor de los primeros rayos matutinos. Quizás agradables sensaciones ante las fachadas, ventanas y balcones. Sin embargo, apenas se ven chimeneas. Tenemos la impresión, quizás de mirar las aldeas y pueblos castellanos, cómo suben sobre los tejados el humo en sus distintos tonos grises. Son el arder de los troncos de leña y la paja que tempranamente se encienden para calentar el hogar. Alcalá no necesita eso. Le basta con el aparato eléctrico, el cable y el enchufe. Es el efecto de la técnica y las consecuencias de la modernidad. Alcalá, siendo pueblo pequeño, no tiene atisbo de declinar hacia ser aldea. Entre los rayos de sol y el calorcito de la estufa nos basta para calentarnos. Estamos en Enero y aquí no llegan las oleadas de los fríos vientos procedentes del Norte. Y, por supuesto, tampoco llega, afortunadamente, la nieve. La blanca y fría nieve que divierte y es deporte en las montañas de los Pirineos, es también, a veces, traicionera y hasta llega a ser muerte. Ese alud que cae inmisericorde entre los deportistas acabando con sus vidas, ese montañero que a fuerza de soportar el intenso frío  se le “quemarán” los dedos de los pies y viene la amputación. Nieve blanca y nieve negra den los dedos de dichos deportistas. Nieve vida y regocijo en Sierra Nevada y nieve temblor y rechinar de dientes. Nieve esquí y nieve guadaña. Los niños que se lanzan mutuamente pelotas de nieve y ancianos que, en la madrugada, se encontrarán “tiesos” por el intenso frío en cualquier banco de cualquier parque o en cualquier entrada de cualquier gran banco de cualquier gran ciudad.
Todo tiene su pro y su contra, su polo positivo y negativo, su cara blanca y negra. Nada hay perfecto en esta vida. Nieve que da belleza a esas atractivas postales de Navidad con árboles blanco y ríos helados y nieve del aldeano que la soporta y la sufre caminando sobre ella y hundido casi hasta la cintura en busca de su ganado. Nieve en Nueva York y nieve en Belén. Nieve en la altura y nieve en la misma playa.
Leí hace tiempo un libro premiado de una joven y excelente escritora asturiana llamada Eugenia Rico y titulado “La muerte blanca”, donde en algunos de sus párrafos viene a decir que aquel que termina su vida en situación de congelación, (recuerden hace ya bastantes años el accidente de aviación en las alturas de los Andes americanos), se les queda en su rostro algo así como un rictus de dulzura y placidez. No sé.
Se me ha ido detrás de la nieve el inconsciente “boli” y creo que he sobrepasado en demasía su raya blanca; y es quizás, porque el que esto escribe la disfrutó y la sufrió hace tiempo allá por las Lomas de Úbeda.
Pero volvamos al despertar de un pueblo, del tuyo, de éste, que es el único que tenemos; aunque alguien dijera, hace solo unas semanas, en la “tele”, que el gaditano nace donde le da la gana, dicho precisamente en otras palabras algo más subidas de tono.
         Alcalá no necesita de nada de esto para vivir. La felicidad consiste, dicen, en “conformarse con lo que se tiene”, sin tener que aspirar a que se cumplan tus deseos y ambiciones. Alcalá es campo y es ganado, es llanura y es “Picacho”, es arboleda y es perdiz, y conejos, y ciervo y venado. Alcalá es lo que tiene y lo que se ve. Y, naturalmente, cada uno la ve con distintos ojos; no podría ser menos, porque todos somos distintos y diferentes. Los nativos, los que vivimos aquí, la vemos con los ojos de forma natural, con los ojos de la monotonía o incluso de la indiferencia; y claro, de esa manera no sabemos apreciarla. En cambio, el forastero, el que llega por vez primera, la ve con los ojos del asombro, la admiración, la sorpresa o la novedad. Y eso sin tener apenas nada. No tiene la Giralda de Sevilla, no la Alhambra de Granada, ni la Catedral de Burgos, ni siquiera el Tajo de Ronda. A ellos les sucederá algo parecido con los monumentos que poseen.
         Las bellezas de Alcalá son de otro tipo, sean naturales o no. Será su ubicación, su parecido a un pueblecito de Nacimiento, su calleja de estilo moruno, su rincón donde poder plasmar una foto de tipo artístico, una calle sumamente empinada o la amabilidad de sus gentes.
         Podría decirse, a imitación de Antonio Machado, cuando describía mi provincia entre campos, olivos y cortijos, que la visión de Alcalá se presunta ante la visión del turista, que podría describir su encanto quizás de esta manera: blanco, blanco, blanco, - y entre las ventanas – el balcón colgado.
         Alcalá es el centro de la provincia y el “Corazón de la Ruta del Toro”. Tendrá encantos aunque no posea industrias, tendrá turistas aunque no haya vía férrea, aunque sí caminos forestales; encontrarán “calor” porque no verán la nieve, ni el hielo, ni la escarcha, ni los témpanos. Tampoco los necesita. Tiene plaza de toros, a pesar de que no se use ni haya corridas. Tuvo su fábrica de”pipas” y se esfumó, tuvo sus dos piscinas, de adultos e infantil, donde se encuentra hoy el hotel y se abandonaron; tiene sus tiendas en la Calle Real, aunque algunas tiendan a desaparecer, tiene su “Convento” aunque no existan monjas.
         Para Alcalá tener y no tener es casi lo mismo, no le afecta demasiado en su modo de vida. Tiene próximo un pantano que hace de mar, una Romería en septiembre que hace de Rocío en mayo, una torre que hace de Giralda y un Castillo que hace de Alcazaba. Tuvo corderillos, aspirantes a la fiesta de los toros pero no llegaron a “cuajar”, hubo aficionados al cante grande pero se quedaron en voces de tono pequeño. Ha habido sus bellezas femeninas, aunque no hayan subido a la pasarela ni conseguido el honor de ostentar el título de “mises”.
         Como veis, Alcalá ha tenido de todo o de casi todo y aún le queda algo. Nada le sobra y nada le falta, o, si queréis, todo le falta y nada le sobra. Pero no nos preocupamos, nos conformamos y vivimos a nuestro aire, y trabajamos (el que pueda), y disfrutamos (también el que pueda), y así seguimos adelante con las hipotecas y los préstamos. Tal vez ni envidiados ni envidiosos. No nos apetece. Por eso, quizás, gracias a Dios, seamos felices.

ALCALÁ COMO UNA PALOMA
Como blanca paloma que hacia el Cielo
te diriges en vuelo solitario,
resurgiendo, entre nubes, por el Lario,
y te animan tus gentes en el vuelo.

De igual modo abandonas este suelo,
este valle, este mundo, este calvario,
y en alfomba de mágico sudario,
cual sultana cubierta en blanco velo.

Otra reina, la Virgen de los Santos,
que tus fieles elevan y no el viento,
te pasean, te gritan y te cantan.

Y con palmas, con oles y con cantos,
cual marea que llega al firmamento,
en volandas, tus hijos, te levantan.




José Arjona Atienza
Alcalá, 20 de febrero de 2013

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