Otro
día mas, Alcalá se despierta perezosa por el “Lario”. Abre sus ojos lentamente
y ve toda la fachada norte iluminada, resplandeciente, en declive, blanca como
una bandada de palomas. La torre de la Parroquia las vigila dulce y suavemente.
Cal que reverbera al calor de los primeros rayos matutinos. Quizás agradables
sensaciones ante las fachadas, ventanas y balcones. Sin embargo, apenas se ven
chimeneas. Tenemos la impresión, quizás de mirar las aldeas y pueblos
castellanos, cómo suben sobre los tejados el humo en sus distintos tonos
grises. Son el arder de los troncos de leña y la paja que tempranamente se
encienden para calentar el hogar. Alcalá no necesita eso. Le basta con el
aparato eléctrico, el cable y el enchufe. Es el efecto de la técnica y las
consecuencias de la modernidad. Alcalá, siendo pueblo pequeño, no tiene atisbo
de declinar hacia ser aldea. Entre los rayos de sol y el calorcito de la estufa
nos basta para calentarnos. Estamos en Enero y aquí no llegan las oleadas de
los fríos vientos procedentes del Norte. Y, por supuesto, tampoco llega,
afortunadamente, la nieve. La blanca y fría nieve que divierte y es deporte en
las montañas de los Pirineos, es también, a veces, traicionera y hasta llega a
ser muerte. Ese alud que cae inmisericorde entre los deportistas acabando con
sus vidas, ese montañero que a fuerza de soportar el intenso frío se le “quemarán” los dedos de los pies y
viene la amputación. Nieve blanca y nieve negra den los dedos de dichos
deportistas. Nieve vida y regocijo en Sierra Nevada y nieve temblor y rechinar
de dientes. Nieve esquí y nieve guadaña. Los niños que se lanzan mutuamente
pelotas de nieve y ancianos que, en la madrugada, se encontrarán “tiesos” por
el intenso frío en cualquier banco de cualquier parque o en cualquier entrada
de cualquier gran banco de cualquier gran ciudad.
Todo
tiene su pro y su contra, su polo positivo y negativo, su cara blanca y negra.
Nada hay perfecto en esta vida. Nieve que da belleza a esas atractivas postales
de Navidad con árboles blanco y ríos helados y nieve del aldeano que la soporta
y la sufre caminando sobre ella y hundido casi hasta la cintura en busca de su
ganado. Nieve en Nueva York y nieve en Belén. Nieve en la altura y nieve en la
misma playa.
Leí
hace tiempo un libro premiado de una joven y excelente escritora asturiana
llamada Eugenia Rico y titulado “La muerte blanca”, donde en algunos de sus
párrafos viene a decir que aquel que termina su vida en situación de
congelación, (recuerden hace ya bastantes años el accidente de aviación en las
alturas de los Andes americanos), se les queda en su rostro algo así como un
rictus de dulzura y placidez. No sé.
Se
me ha ido detrás de la nieve el inconsciente “boli” y creo que he sobrepasado
en demasía su raya blanca; y es quizás, porque el que esto escribe la disfrutó
y la sufrió hace tiempo allá por las Lomas de Úbeda.
Pero
volvamos al despertar de un pueblo, del tuyo, de éste, que es el único que
tenemos; aunque alguien dijera, hace solo unas semanas, en la “tele”, que el
gaditano nace donde le da la gana, dicho precisamente en otras palabras algo
más subidas de tono.
Alcalá no necesita de nada de esto para
vivir. La felicidad consiste, dicen, en “conformarse con lo que se tiene”, sin
tener que aspirar a que se cumplan tus deseos y ambiciones. Alcalá es campo y
es ganado, es llanura y es “Picacho”, es arboleda y es perdiz, y conejos, y
ciervo y venado. Alcalá es lo que tiene y lo que se ve. Y, naturalmente, cada
uno la ve con distintos ojos; no podría ser menos, porque todos somos distintos
y diferentes. Los nativos, los que vivimos aquí, la vemos con los ojos de forma
natural, con los ojos de la monotonía o incluso de la indiferencia; y claro, de
esa manera no sabemos apreciarla. En cambio, el forastero, el que llega por vez
primera, la ve con los ojos del asombro, la admiración, la sorpresa o la
novedad. Y eso sin tener apenas nada. No tiene la Giralda de Sevilla, no la
Alhambra de Granada, ni la Catedral de Burgos, ni siquiera el Tajo de Ronda. A
ellos les sucederá algo parecido con los monumentos que poseen.
Las bellezas de Alcalá son de otro
tipo, sean naturales o no. Será su ubicación, su parecido a un pueblecito de
Nacimiento, su calleja de estilo moruno, su rincón donde poder plasmar una foto
de tipo artístico, una calle sumamente empinada o la amabilidad de sus gentes.
Podría decirse, a imitación de Antonio
Machado, cuando describía mi provincia entre campos, olivos y cortijos, que la
visión de Alcalá se presunta ante la visión del turista, que podría describir
su encanto quizás de esta manera: blanco, blanco, blanco, - y entre las
ventanas – el balcón colgado.
Alcalá es el centro de la provincia y
el “Corazón de la Ruta del Toro”. Tendrá encantos aunque no posea industrias,
tendrá turistas aunque no haya vía férrea, aunque sí caminos forestales;
encontrarán “calor” porque no verán la nieve, ni el hielo, ni la escarcha, ni
los témpanos. Tampoco los necesita. Tiene plaza de toros, a pesar de que no se
use ni haya corridas. Tuvo su fábrica de”pipas” y se esfumó, tuvo sus dos piscinas,
de adultos e infantil, donde se encuentra hoy el hotel y se abandonaron; tiene
sus tiendas en la Calle Real, aunque algunas tiendan a desaparecer, tiene su
“Convento” aunque no existan monjas.
Para Alcalá tener y no tener es casi lo
mismo, no le afecta demasiado en su modo de vida. Tiene próximo un pantano que
hace de mar, una Romería en septiembre que hace de Rocío en mayo, una torre que
hace de Giralda y un Castillo que hace de Alcazaba. Tuvo corderillos,
aspirantes a la fiesta de los toros pero no llegaron a “cuajar”, hubo
aficionados al cante grande pero se quedaron en voces de tono pequeño. Ha
habido sus bellezas femeninas, aunque no hayan subido a la pasarela ni
conseguido el honor de ostentar el título de “mises”.
Como veis, Alcalá ha tenido de todo o
de casi todo y aún le queda algo. Nada le sobra y nada le falta, o, si queréis,
todo le falta y nada le sobra. Pero no nos preocupamos, nos conformamos y
vivimos a nuestro aire, y trabajamos (el que pueda), y disfrutamos (también el
que pueda), y así seguimos adelante con las hipotecas y los préstamos. Tal vez
ni envidiados ni envidiosos. No nos apetece. Por eso, quizás, gracias a Dios,
seamos felices.
ALCALÁ COMO UNA
PALOMA
Como blanca paloma que hacia el Cielo
te diriges en vuelo solitario,
resurgiendo, entre nubes, por el Lario,
y te animan tus gentes en el vuelo.
De igual modo abandonas este suelo,
este valle, este mundo, este calvario,
y en alfomba de mágico sudario,
cual sultana cubierta en blanco velo.
Otra reina, la Virgen de los Santos,
que tus fieles elevan y no el viento,
te pasean, te gritan y te cantan.
Y con palmas, con oles y con cantos,
cual marea que llega al firmamento,
en volandas, tus hijos, te levantan.
José Arjona Atienza
Alcalá, 20 de febrero de 2013
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