No
hay Romería sin caballo ni caballo que se precie de no haber podido asistir, al
menos una vez en su vida, a cualquiera de nuestras innumerables romerías
andaluzas. El caballo es a la romería lo que la sal es a la cocina. No es que
las dos vayan indisolublemente unidas, pero sí que en ambas ocasiones se
complementan y perfeccionan. El caballo le da a la Romería prestancia, empaque,
lustre, brillo, esplendor. Creo recordar algo así como que el Rey Fernando III
el Santo llevaba en la montura de su caballo una imagen de la Virgen.
En
nuestras romerías, no hay estampa más bella y más andaluza que una pareja, bien
vestida y engalanada, montada a caballo. El jinete en traje corto y la
acompañante en traje de gitana. No habrá en el mundo algo similar. Gallardía,
dominio de la cabalgadura; colorido, elegancia, belleza, gracia y simpatía en
la dama que la acompaña. Somos así y nadie nos podrá quitar esto, ni
desterrarlo, ni olvidarlo. Al revés tal vez sí; nos podrán imitar, desde un
francés hasta un japonés; pero, ya se sabe, nunca lo imitado fue igual a lo
auténtico, ¿Tú concibes a un inglés bailando sevillanas o a un alemán haciendo
un paseillo torero? Podrán tener el mismo valor, pero para eso hace falta otra
cosa. Es distinción, apostura, salero, etc., y para ser romero, cabalgando un
caballo, igual. Ya lo dijo el famoso político gallego Manuel Fraga: “España es
diferente”, y es esa diferencia la que marca esa personalidad nuestra, que no
se hereda, sino que se nace con ella. Ellos, los otros, podrán cantar mejor, o
no, la ópera, por ejemplo, pero no poseerán ese “pellizco” que tiene nuestro
cante flamenco. Podrán fabricar mejores coches pero no tirarse al ruedo en un
simple tentadero; podrán tener mejores cervezas pero no obtener mejores vinos,
que es lo típicamente nuestro; podrán disponer de mejores caballos percherones
pero no caballos que bailan ni toros bravos.
El
caballo ensalza a la Virgen en su procesión campera y la Virgen, seguramente,
bendecirá al caballo con su presencia. Ambos dan y ambos reciben.
Caballo
para el Rocío,
caballo
para los Santos,
caballo,
casta y tronío,
caballo
orgullo de tantos.
Como se ve, no hay Romería a la que no
asistan caballos a lo largo y ancho de nuestra sin par Andalucía.
Pero como toda regla tiene su
excepción, como se dice, hace veintidós años, en la Romería de los Santos no
asistió ni un solo caballo. Y hubo sus motivos. Fue el año 1991. Unos meses
antes sobrevino una enfermedad animal llamada “la peste equina” y ordenaron que
se inmovilizara toda la ganadería caballar. Y así fue. Y la Romería se resintió
con su ausencia. Y los jinetes sufrieron con no poder asistir como de
costumbre. Y la romería se vería mermada en su lucimiento. Y aquel año no
habría reverencias en la Cruz ante la Virgen. Y cada caballo, en su establo
“añoraría” aquella mañana otros años anteriores en su desfile procesional.
Yo me pongo en ese lugar y momento y
establezco con el caballo este imaginario, sincero, singular y sentimental
diálogo con cada cabalgadura. Y por si el caballo puede llegar a entenderlo, yo
le digo, muy a mi pesar, estas sentidas estrofas.
Hoy
tú no puedes venir
conmigo
de Romería,
siento
lo que vas a oír,
no
puede ser todavía.
Otro
año para esperar,
¿comprendes
lo que te hablo?
te
debes de conformar
con
la cuadra o el establo.
Una
absurda enfermedad
llamada
la peste equina
te
privó de libertad,
que
es para ti la ruina.
Recuerda
el año anterior
qué
triunfal fue tu asistencia,
eras
el dueño y señor
de
toda la concurrencia.
¡Cómo
tus patas bailaban!
¡Qué
gentil tu galanura!
¡Con
qué envidia te miraban
por
tu porte y tu hechura!
En
tu grupa una moza
paseaste
con orgullo,
la
gitana más hermosa,
el
mejor andar ...el tuyo.
Me
di cuenta, ¡qué alegría!
al
saludar en la Cruz,
que
la Virgen sonreía
cuando
te inclinaste tú.
Si
tú quieres, mi caballo,
como
compañero mío,
a
Jerez irás en Mayo,
luego
al Puerto y al Rocío.
En
Abril, para Sevilla,
siempre
de aquí para allá;
Sanlúcar,
la manzanilla,
y
en Septiembre, en Alcalá.
Ya
de tus ojos brotaron
lágrimas
de caramelo,
por
su cara resbalaron
yendo
a regar el suelo.
Yo
te quiero consolar
y
hasta darte un abrazo,
tú
volverás a triunfar,
te
pongo un año de plazo.
Mas,
hoy no puedes venir
conmigo
de Romería,
sé
...que lo vas a sentir,
mañana
...será otro día.
José Arjona Atienza
Alcalá, 12 de Febrero de 2013
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