Se
llama Jorge Mario Bergoglio, bonaerense de 76 años y oriundo de Italia. Su naturaleza,
profesión y grupo religioso es la de argentino, químico y primer jesuita papa. Su
formación y tercer voto lo hizo en Alcalá de Henares. Su nombre de pontífice,
“Francisco I”, y sus hipocorísticos o
familiares, “Paco” y “Curro”. Ya dicen los que arañan para conocer su vida, que
le gusta el fútbol y los tangos, como corresponde a un buen argentino.
No
está mal para un hombre sencillo, cercano y del pueblo, que se hace la comida,
camina a pie y viaja en autobús. Aparte de estos gestos y nominaciones, viene
de la parte de la Iglesia católica más abundante del orbe, Sudamérica; y de la Orden
Religiosa, más colaboradora de los papas, la Compañía de Jesús.
Todo
esto ha sido una sorpresa para la mayoría de los católicos, porque no era,
precisamente, de los nombres que se barajaban como papables. Sin embargo, en el
cónclave anterior, acompañó en la terna al papa emérito Benedicto XVI y muchos
cardenales ya se inclinaban por él. Es, sin duda, un conocedor a fondo de dos
extremos: la cúpula directora del Vaticano y la iglesia pobre y necesitada de
Sudamérica. Las dos instituciones más urgentes de atención y reforma.
Por
su parte, los jesuitas han sido, desde sus raíces, los más eficaces mensajeros
de la Iglesia en su preparación pastoral, en las misiones y en la vanguardia de
la pastoral de la liberación. Desde la época de los descubrimientos, comenzaron
a actuar en Uruguay y en toda América Latina, al mismo tiempo que otros muchos
religiosos. Fueron perseguidos y exiliados de forma injusta de los países
sudamericanos. Últimamente, varios jesuitas han dado su vida por la liberación
de los pobres en Latinoamérica.
La
Iglesia, con más de dos mil años de experiencia, ha desplegado sus mejores
elementos mediáticos, para estar a la altura de las circunstancias. El mismo
papa ha roto las fórmulas tradicionales, iniciando las plegarias por el papa
saliente y pidiendo la bendición del pueblo antes que dar la suya. Aventuramos
que el papa Bergoglio ha escogido el sendero de la libertad y ha evitado la autopista
de los grandes viajeros.
Es
posible que a muchos políticos y
defensores de las fórmulas arcaicas, les parezca que llega la iglesia
infantil de las emociones y los embelesos. Hay que recordar, por si a alguno se
le olvida, que es químico como Rubalcaba y que, hasta ahora, no parezca que
sabe ser papa. Sus preocupaciones son otras, más parecidas a la de Jesús.
Comenzamos a sospechar que la Iglesia del futuro no está en Europa. Ni siquiera
la presidenta de Argentina, en su discurso de acogida al papa, se ha dado
cuenta.
Juan Leiva
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