Los aviadores dicen que la más alta velocidad de los aviones es su seguridad. Pero
eso está por ver. Se asegura que la más alta velocidad que se consigue hoy en
vuelos normales es de 800 a 950 kilómetros por hora. Es decir, en avión se puede
atravesar España de norte a sur en una hora. Pero los aviones supersónicos de
combate pueden conseguir hasta 7.000 kilómetros por hora. En unas horas,
podemos desayunar en Madrid, comer en América y dormir en Asia.
Una
velocidad es supersónica cuando es mayor que la velocidad del sonido; es decir,
mayor que 1.225 kilómetros por hora. Muchos aviones de combate son
supersónicos, y vuelan rompiendo la barrera del sonido. A veces lo hemos oído,
pero no lo hemos visto. Están pensados para sorprender a ciudades con
artillería aérea y a escapar sin ser advertidos. La naturaleza no ha conseguido
entre sus aves de presa y de rapiña un ave que pueda compararse a este pájaro
metálico y asesino.
Tienen
prisa para sembrar el terror en los ancianos, mujeres y niños. Esos pájaros van
a llevar a las ciudades abiertas e indefensas, no mensajes de amor ni besos de
paz, sino toneladas de bombas químicas y, quizás muy pronto, misiles nucleares.
Nada más eficaz para sembrar odio y muerte. Que lo diga la franja de Gaza,
Palestina o Siria. El presidente sirio ya ha comunicado que él será el último
en abandonar el barco.
Por
tanto, nada más eficaz para sembrar terror eterno, porque dicen que el cañón se
opone al cañón, pero al avión supersónico es muy difícil espantarlo con
artillería. Llegan de improviso y las escuadrillas de defensa no pueden
evitarlos. Es el mundo de los contrarios, de la afirmación y de la negación, de
las tinieblas y de la luz, del cainismo y de la solidaridad. Dicen los gobernantes
que hay que defender a la diosa patria y, para eso, hay que tener armas y
ejércitos para matar.
El
avión es el símbolo del poder absoluto, del triunfo, del vehículo más rápido
que el sonido y más pesado que el aire. Sus formas son elegantes y fantásticas,
como inmensos insectos, como pájaros colosales. Pero habrá hombres que los
estrellen contra las torres más altas. El avión se convertirá en el vehículo
por excelencia para atravesar el mundo en pocas horas, el símbolo del poder y
de la elegancia.
Mientras
tanto, las grandes naves de lo periplos se transformaron en elegantes cruceros
destinados a viajes de placer; y otros, al transporte de carga y al contrabando. Las
opulentas empresas lo convierte en cetáceos monstruosos, en grasosos
petroleros, en barcos de contenedores inmensos y en submarinos destructores.
Los
humanos nos pasamos la vida intentando triunfar, para conseguir el poder, el
dinero y el bienestar. En el fondo, tenemos miedo a fracasar, a perder, a ser
menos que los demás, a no cubrir lo que llamamos necesidades. Nos hemos
convertido en fugitivos y depredadores. Sin embargo, el proyecto no puede ser
más bello, más útil y más beneficioso para todos los seres que poblamos el
mundo. Bastaría con desarrollarlo, distribuirlo y vivirlo en paz. Los aviones
nos han convertido en fugitivos y depredadores.
JUAN LEIVA
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