Si en el centro de la Alameda se pudiera trazar una
línea recta imaginaria, que ascendiera quinientos o mil metros de altura y
desde un helicóptero, parado allí arriba se decidiera hacer una fotografía que
abarcara todo el pueblo, desde el ”Parque” a San Antonio y desde el Prado hasta
el “Lario”, podríamos contemplar lo que es todo Alcalá. Eso sería magnífico y
tendríamos una idea adecuada y exacta del lugar en que vivimos. Se podría
localizar nuestra casa o piso y veríamos casas, calles, plazas, tejados,
torres, la Parroquia, la Victoria, el Castillo, el parque con sus árboles y
jardines, el Polideportivo, la “Playa”, la Alameda, etc. Pero esta foto no
estaría completa aunque recogiera en ella todos esos detalles. Todo eso nos
resultaría complaciente, gozoso y plancentero. Incluso se podría ver en esa
hipotética fotografía algo así como puntitos negros pequeñitos que se mueven
como hormiguitas; esos seríamos, naturalmente, nosotros mismos andando por sus
calles, aunque irreconocibles, dado su diminuto tamaño, absolutamente pequeño.
Eso que estamos describiendo y que lo estáis
contemplando con vuestra imaginación y vuestra fantasía, sería y no sería
Alcalá. ¿Algo contradictorio? No. Solamente que siendo eso que ves, tu pueblo,
no es eso todo tu pueblo. Es algo más. Es como si vemos un coche de Fórmula
uno, es un coche, pero no como el tuyo o el mío. El verdadero valor de ese
coche está en su interior, su motor, su potencia, sus piezas, su calidad, sus
materiales, etc. O también como si vemos por la calle a personajes famosos por
sus grandes cualidades; un artista de cine, un escritor, un gran científico, un
deportista, futbolista o torero. Si vemos a Rafael Nadal en persona veremos en
él a un hombre como a todos los demás, como a otro ser cualquiera. Pero su
verdadero valor no se ve, el verdadero Nadal está en su interior con su fuerza
de voluntad, su esfuerzo, su constancia, su ilusión, sus ansias de triunfo …
Ese es el verdadero hombre, el verdadero Nadal; su valía, su talla, está pues
en su interior, es invisible, no lo notamos.
A Alcalá, la otra Alcalá, le pasa lo mismo; su
verdadero valor está en sus gentes - aquellas hormiguitas…- sus personalidades,
antiguas y actuales, sus inteligencias sobresalientes, sus famosillos. Todas en
el interior de sus casas, invisibles a la foto del helicóptero. El turista que
aquí llega y ve nuestro pueblo, lo contempla por su aspecto, sus rincones, su
blancura, su atractivo, pero no puede ver la verdadera Alcalá con sus virtudes
y defectos, su interior, sus gentes, su historia, su pasado, la psicología de sus moradores.
No reconocerían ni saldría en esa inmensa foto a D.
Diego de Viera, ni Sainz de Andino, ni Fernando Toscano, ni Jesús Cuesta Arana, que, precisamente en estos días, está
disfrutando de las mieles de su éxito, de su triunfo, de su arte, de su
nombramiento como hijo predilecto de Alcalá.
La verdadera semilla que es lo que vale, está escondida bajo tierra; más tarde se verá su
efecto, su resultado, se verán sus frutos; serán árboles, trigales, campos de
girasoles, serán bosques. Oímos decir que “los árboles no dejan ver el bosque”
siendo que esos mismos ya forman parte del ansiado bosque. En nuestro caso de
Alcalá, sus casas, cerradas por el calor sus puertas, o por el frío, por el
peligro que padecemos no dejan ver del todo a sus gentes, que llegan a ser algo
así como las semillas que más tarde producirán artistas, científicos,
deportistas, escritores, etc.
Hay pues, según creo dos Alcalá, la que se ve casi
desde el Santuario o la carretera de Benalup, desde lejos, y dentro de ella
misma, desde la Playa, la Alameda o la Plaza Alta. Yo diría que esas dos Alcalá se delimitan las de
puertas afuera y puertas adentro, donde germina la semilla y más tarde surgirán
las personalidades.
Supongo que a todos los pueblos o ciudades les
ocurrirá algo parecido; pero yo debo hablar del mío y desde su interior. Pueblo
físico pueblo personal. Pueblo cal y blancura y pueblo personajes e
inteligencias, pueblo castillo y torres y pueblo artista, pintores, escultores,
músicos, escritores y poetas. Nuestro pueblo es distinto y diferente. Pueblo en altura y personajes de altura. Tiene encanto,
tiene atractivo, tiene gentes que poseen todo el abanico del quehacer y el
saber humano. Debemos alegrarnos de ser así y tener lo que tenemos, y que, por
eso titulo que hay otra Alcalá, la verdadera, la auténtica, en la que existen
muchos estudiantes de bachillerato, en la universidad, ocupando cargos y
puestos en la capital, etc.
Tú, alcalaíno y alcalaína, siendo de Alcalá eres
también Alcalá. Y eso debe ser para ti motivo de orgullo, sabiendo que estando
en Alcalá formas parte de “la otra Alcalá”, de la verdadera y auténtica Alcalá.
No renuncies de tu pueblo, como la rama, por su
cuenta, no se desprende nunca de su árbol. Somos árbol y somos bosque, aunque
la Alameda no tenga álamos.
Para mí, pues, hay una doble Alcalá y no sé a cual
de las dos preferir. Creo que me quedo con la segunda.
José Arjona Atienza
Alcalá, 3 de julio de 2013
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