En las crónicas de Castilla
Medieval, se narran con bastantes pormenores la derrota sufrida por el infante
musulmán Abdul-Melik, hijo del Rey de Marruecos. Pero el contemporáneo “Poema
de Alonso el Onceno”, aporta los primeros indicios de la conexión de esta
célebre batalla con los remotos orígenes del Santuario de la Patrona alcalaína.
Octubre de 1339. El citado príncipe
salió de Algeciras con ánimo de conquistar el fronterizo poblado de Alcalá.
Para impedir su acción se formó enseguida un contingente de tropas cristianas,
al mando del Maestre de la Orden de Alcántara, y con participación de varios
Consejos de la Comarca. Este ejercicio hizo campamento en el Llano del Tardal,
hoy de los Santos, antigua vega del morisco Monte Gibr (Alvar), junto al camino
real antiguo o cañada del Esperón.
Al amanecer (relata el Poema)
descubrieron los soldados un crucifijo colgado en una alta vara, hecho que
nadie supo explicar y fue tenido por milagroso.
“La mannana
ssalia clara.
Fesieron ssu
oracion,
e vieron en una
vara
Vn muy fermoso
pendon;
Vn crucificio y
estaúa
Fegurado
noblemiente,
E a todos
semajava
como vino
carnalmente.
Las cinco llagas
tenia
Con que Dios
padescio muerte
De las llagas
parecia
que corria sangre
fuerte.
Mucho se
maravillavan
de tan fermoso
pendon,
E los ynojos fincavan
E fasian
oración”.
Esta aparición era presagio
celestial del éxito de la empresa. En efecto, poco después se libraba la
batalla de Pagana o Patrite, en el llano de la Pelea, y allí pereció el
reyezuelo moro, señalándose aún el lugar donde encontró la muerte. Su
expedición quedó desde luego completamente desbaratada, y aunque su padre
Abdul-Hassan, Rey de Marruecos vino luego a vengar la pérdida de su hijo, de
ahí se derivó nueva y gloriosa victoria cristiana en la insigne batalla del
Salado de Tarifa.
Con los sucesos, debió ser intensa
la emoción religiosa de la hueste cristiana, penetrada de espíritu de cruzada y
en la que participó con mesnada propia el obispo de Mondoñedo. Igual fervor
experimentó sin duda el pueblo de Alcalá, liberado del asedio islámico.
Ejército y pueblo hicieron constantemente la obligada oración de
circunstancias, la invocación y cántico del Trisagio, el habitual himno
trinitario o triple “Santo” en honor del Señor de los Ejércitos. Conforme era
costumbre, los alcalaínos levantaron el Humilladero conmemorativo, sencilla
Cruz de piedra sobre gradas; eso sí, colocando al pie una lápida con la
evocadora alabanza:
SANCTVS
SANCTVS
SANCTVS
A este lugar devoto se iba a orar en
las calamidades; colocado al borde del camino real, servía para los saludos de
viandantes piadosos y tal vez fuera muchos años punto de romería o fiesta que
recordara la antigua victoria.
El testimonio más fundado sobre los
nuevos pasos del culto podemos sacarlo, sobre todo de fray José de San
Anastasio, erudito carmelita que escribe en 1723, pero refiriéndose siempre a
tradiciones antiguas y muy venerables.
En ocasión de una popular
peregrinación al Humilladero para pedir remedio por la sequía la voz de un
pastor ignoto proclamó que allí quería Dios se hiciese una ermita a la Virgen.
Acogida con entusiasmo la idea, se determinó el sitio más a propósito y se
construyó la pequeña iglesia sobre el fundamento de la piedra antigua de los
“Sanctus”, la cual habría de dar la advocación de la Virgen de los Santos,
alteración normal en un culto popularizado y concorde con la insigne titulación
eclesial “Regine Sanctorum Omnium”.
La imagen de la Virgen tiene origen
desconocido. Hay versión de que provino de la misma Parroquia local, pero es
más divulgada la tradición consabida de que fue donada por dos caminantes
desconocidos, suponiéndose también especial intervención divina en su
artificio, anterior ciertamente a 1591 en que el Sínodo diocesano prohibió las
llamadas imágenes de candelero y vestidas. Por este tiempo abundan las
bautizadas alcalaínas de nombre María de los Santos, empiezan los más antiguos
ex votos que han llegado a nuestros días y la ermita debió ampliarse cuando un
documento habla de “la yglesia de nuesttra señora de los santos”.
Se aprecia que la construcción
actual es heredera de otra anterior que ha dejado su huella románica en la
portada del templo. Fue obvia también la aparición paulatina de algunas
modestas construcciones o anejos, al intensificarse incesantemente el culto y
estima comarcal de la Virgen de Alcalá.
El Cabildo la tuvo primitivamente en
sus armas blasonadas y el pueblo la veneró por Madre y Reina desde siempre,
aunque el Patronato oficial se otorgara por la Santa Sede en el siglo pasado (y
el año próximo se cumple el primer centenario de esta gracia).
No debemos distanciar la
transformación del humilladero en santuario mariano. Como hipótesis, nos
atreveríamos a suponerla casi en los mismos linderos del reinado de Don Alfonso
XI, que estuvo en Alcalá, otorgó ilustres títulos a la entonces pequeña villa
cercada de murallas y mostró repetido fervor marianista. El Rey castellano
invocó a la Virgen del Pilar cuando se dispuso para el rechazo de los invasores
benimerines, erigió la ermita tarifeña de Nuestra Señora de la Luz en celebración
de la victoria del Salado y dejó escrito que a Santa Maria “nos tenemos por
Señora é abogada en todos nuestros fechos é a honra é a servicio de todos los
Santos de la Corte Celestial”. ¿No parece propio de su piedad promover que la
Virgen presidiera también el recuerdo de aquel otro gran suceso triunfal de su
reinado?
Fernando Toscano de Puelles
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