Romanticismo:
“Halloveen, Tosantos, Cementerio…”
La
víspera de Todos los Santos, conocida como Noche de Brujas o Noche de Difuntos,
ha tenido diversas interpretaciones a través de la historia, pero en todas
partes ha gozado de gran popularidad. Hay mucho de romanticismo en estas
celebraciones. Se desprende de las cavernas oscuras y profundas del hombre,
significando ante todo una dilatación de la vida. A pesar de la tristeza,
desesperación y males del siglo, los románticos se lanzaban a la vida con
avidez y sentían como una embriaguez, un delirio placentero y doloroso, siendo
el sustantivo favorito “orgía”. Hoy lo estamos viviendo en los adolescentes y
en los jóvenes. Esto llevó a los románticos a la pasión: sufrían, pero gozaban
con ello.
Los
anglosajones la llaman Halloween “Noche de Brujas” y es una fiesta de origen
celta, que celebran la noche del 31 de octubre. Canadá, Estados Unidos, Irlanda
y el Reino Unido lo festejan con toda clase de ornamentos lúgubres y colores
fúnebres: naranja, negro y morado. Con
menos raigambre se celebra en Argentina, Chile, Colombia, México, Perú y el
conjunto de Latinoamérica.
Las
poblaciones de raíces cristianas la llaman “Día de todos los Santos” y ”Día de
los Difuntos”, con un trasfondo secular, pero con el fin de contemplar la
legión de gente buena y de la propia familia, que han desfilado por nuestro
mundo de forma anónima y sin esperar nada a cambio. Asimismo, es una manera de
aceptar la muerte con principios esperanzadores desprendidos de la doctrina
cristiana.
Las
visitas a los cementerios son inexcusables para las generaciones mayores. El
campo-santo y el adecentamiento de las tumbas se consideran una actividad
obligada. No es sólo un sentimiento, sino un razonamiento de que es posible
volvernos a encontrar otra vez. Las misas de difuntos se prolongan durante todo
el mes de noviembre, para rememorar y orar por los difuntos.
Pero
la mayoría de las costumbres profanas las imponía el romanticismo. Este
movimiento literario contiene un complejo de tendencias y formas de índoles muy
diversas, que dominan en toda Europa durante el siglo XVIII y la primera mitad
del XIX. Se inicia en Inglaterra, pasa después a Alemania y, posteriormente, se
extiende por toda Europa. En España, después de los intentos de aclimatación
que hace Nicolás Bölh de Faber, de 1814 a 1818, penetra el romanticismo por
Barcelona y Cádiz.
Los
románticos viven del sentimiento y, para ellos, son intransferibles, privativos
del que lo siente y casi incomunicables. Los románticos impregnan de
sentimientos toda la vida. Por eso, la vida romántica se convierte más que en
creación artística, en expresión vivaz y emotiva, de calor y cosa vivida. Las
parejas en sus inicios viven románticamente, sin necesidad de nada con tal de
estar juntos –contigo pan y cebolla-.
De
ahí que muchos románticos solían vivir poco, no llegaban a los cuarenta años;
pero no porque murieran jóvenes, sino porque vivían apresuradamente. Larra
vivió veintiocho años; Espronceda, treinta y cuatro; Byron, treinta y seis, y
así podríamos continuar con un elenco interminable. Cultivaban cuatro géneros
literarios: la lírica, el drama, la novela histórica y la tragedia.
JUAN
LEIVA
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