Este sábado, al volver del Campo
de Gibraltar, entramos en el Santuario para hacer los deberes y orar cara a
cara con la Virgen. El olivar, las dehesas de acebuches y el verdor de los
primeros sembrados, ofrecían un remanso vivo de paz, que Fernando Toscano ya
descubrió con su poema que acaba: “Buscadme, no lo dudéis. Buscadme siempre en
Los Santos.”
La Janda y su entorno es uno de
los últimos lugares donde pueden encontrarse aves que vienen de Marruecos,
atraviesan el Estrecho y llegan hasta el
cortijo y la ermita. Sin embargo, sus valores e importancia ecológica no se han
tenido en cuenta para frenar la ejecución de obras hidráulicas que provocaron
su desecación.
Hoy, dentro de la ermita no había
nadie. Lo invadía todo la paz y el
gorjeo de las aves que atravesaban los cielos. Entraron dos hombres con máquinas fotográficas y se
llevaron grabados las pinturas de los lienzos con los iconos que cubren las
paredes.
Comimos en la Venta de la ermita,
servida por los hermanos Germán y Guillermo Márquez Gil, a base de carne,
chacina, aceitunas, queso, pan alcalaíno y café puro. Desde allí podíamos
divisar el olivar, los acebuches y los campos abiertos a todas las humedales.
De pronto, una patrulla de ánades
salvajes irrumpieron en el cielo perfectamente organizados. Aves de pechos
blancos y rojos, con cuerpos negros, atravesaron el cielo. Dicen que en nuestra
comarca hay 380 especies y subespecies que se pueden localizar en el área de la
Janda: residentes, nidificantes e invernantes.
La naturaleza lo invade todo,
mientras la imagen de la Virgen espera a las personas que mantienen una fe que
le devuelve la esperanza para seguir viviendo y ayudando a su familia con las
oraciones.
Entre tanto, los humanos nos enredamos en peleas absurdas, las aves
del cielo disfrutan de la libertad, viven seguros del alimento que Dios les
facilita diariamente y trinan de alegría cada mañana para anunciar la aurora.
Las Navidades están ya ahí, pero
son una paradoja. Tienen una cara que anuncia la paz en todos los pueblos y se
cantan villancicos en todas partes. Pero hay otra cara triste, oscura: la de
los enfermos desahuciados, la de los niños sin esperanza, la de los atrapados
por los narcóticos y soporíferos, las personas sin trabajo, la de los
desesperados…
Juan Leiva
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