sábado, 5 de marzo de 2016

DOMINGO 4º DE CUARESMA - 6 DE MARZO DE 2016


Primera lectura

Lectura del libro de Josué (5,9a.10-12):

En aquellos días, dijo el Señor a Josué:
- «Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto.»
Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.
El día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas.
Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 33,2-3.4-5.6-7

R/.
 Gustad y ved qué bueno es el Señor

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escucha y lo salvó de sus angustias. R.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,17-21):

Hermanos:
Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. .
Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. 

Palabra de Dios

Evangelio del domingo

Evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32), del domingo, 6 de marzo de 2016
18
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32):

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
- «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
- «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. "
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, "
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."
El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"».

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio del 

Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
Este es uno de los textos que propone el Papa para el Año de la Misericordia, es una parábola muy conocida del Evangelio y quizás de las más cautivadoras. La hemos llamado del hijo pródigo, del hermano mayor, pero la figura central parece el padre misericordioso. Sin duda sorprende ver a un padre tan especial que no guarda para sí su herencia, respeta la libertad, calla y espera. No anda obsesionado con la moral de sus hijos, él aguarda a los perdidos, que: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echo al cuello y se puso a besarlo”. ¿Será así Dios?

Todo consiste en volver a la casa del padre, en integrarse a la familia, en convertirse. Para lo cual primero hay que recapacitar, pensar: “Recapacitando entonces, se dijo…”, hay que tener la valentía de mirarse como uno está. Después hay que reconocer el pecado, cuesta mucho decirnos la culpa es mía, reconocer nuestros límites y querer crecer aunque sea en un puesto secundario. Y por último hay que ponerse en pie: “me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré…”. Pero no basta con la reflexión y el cambio interior, no basta con confesar el pecado, hay que rehacer los lazos rotos. El perdón siempre es el encuentro de dos amores: un amor que espera y un amor que vuelve.
Ser misericordioso no significa ser liberal o relejado, significa tener entrañas, por eso el padre repite dos veces: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo he encontrado”. Si se pusiera en práctica esta frase del Evangelio, es posible que la imagen de la Iglesia fuera distinta. Después vendrán los abrazos, los besos, la fiesta, el cordero cebado, el baile, el anillo, el mejor traje. El padre devuelve a su hijo la dignidad de hijo y celebra la fiesta de la reconciliación, porque supo volver. ¿Será esto el Reino de Dios?
Hay que dejarse amar, sentirse amado por el padre y como nos dice San Pablo en la segunda lectura, transformarse en un hombre nuevo: “El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo eso viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación”. El amor cambia, saber que somos acogidos y acoger a otros con misericordia, es el mensaje que se nos ha confiado, debemos ser signos de reconciliación.
Pero lo de la fiesta es demasiado, así piensan muchos de los hermanos mayores: “El se indignó y se negaba a entrar”. Hemos separado la fiesta y la alegría de la liturgia y nuestras celebraciones son tan correctas, que sólo los santos de nuestras péanas parecen divertirse. Hay que celebrar a los hermanos que vuelven, que en realidad somos todos, eso es la Pascua, pero como dice nuestro Papa: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua” y “Por consiguiente un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral” (Evangelii  Gaudium, nº 6 y 10). En ocasiones parece que no entendemos ni jota del amor o de aquella frase de Jesús: “Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse” (Lc. 15,7).
Por eso, cuando se nos acerca el extraño, el que no piensa y vive como nosotros, decimos: “Ese hijo tuyo…” y el padre nos dice: “Ese hermano tuyo” y “Todo lo mío es tuyo”. El padre invita a los hermanos a acogerse con el mismo cariño, cuesta pedir perdón pero en ocasiones cuesta más perdonar y amar al que sentimos lejos de nuestras maneras de pensar. Y es que sin prejuicios, sin condenas, debemos de ser serios con nuestra propia conciencia; estimulándonos permanentemente al cambio y la conversión y comprensivos con los demás; llenos de ternura y misericordia. Difícil tarea, pero: ¿No será este el secreto de la vida cristiana?
La actitud del padre nos habla de cómo es Dios, la fiesta de cómo es el Reino y la reconciliación del secreto y la salsa de la vida, nuestras comunidades y parroquias deben vivir cada domingo la alegría de los que se reencuentran y se reconcilian. 

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