En Alcalá, de
pequeños, vivíamos los tiempos. No lo tomábamos en consideración, porque
de eso se encargaban los agricultores,
pero lo sentíamos en nuestro cuerpo, en nuestros patios, en nuestras comidas,
en nuestros campos, en nuestros árboles, en nuestro cielo. Los tiempos
transcurrían según la posición de los astros. Había tiempos para cada estación:
uno para nacer; otro, para crecer; un tercero, para madurar; y el último, para relajarse, y, si es la hora, para descansar. Había
también dos equinoccios, en el que los días y las noches eran iguales: el 21 de
marzo, principio de la primavera; y el 21 de septiembre, principio del otoño. Y dos solsticios: el 21 de junio, el día más
largo, o solsticio de verano; y el 21 de septiembre, la noche más larga, o solsticio
de invierno.
PRIMAVERA.- Todo comenzaba con la Semana Santa y San
Jorge. La primavera era para nacer. Los campos se tornaban verdes, conjugados
por los árboles, las aguas y el sol. Y los cielos se inundaban de pajarillos y
se vestían de azul. El ambiente se imbuía de olores, del azahar de los
naranjales y de los limoneros. El sol se colaba por las rendijas de las puertas
y las flores ocupaban todos los rincones de los patios y de las macetas. Para comer había frutas
en abundancia a todas horas.
VERANO.- El verano era para relajarse, para jugar,
para dormir, para bañarse, para tomar gazpacho fresco, para perseguir el
carrillo de los helados, para bajar al río Barbate, para poner perchas y cepos,
para jugar de noche en la Alameda y recorrer los domingos la calle Real. Para
sentarse de noche en las puertas y no acostarse hasta que la luna se marchara
tras los picachos de la sierra. Para subir a la plaza Alta y jugar en la
bocana.
OTOÑO.- El Otoño era para renovarse, para comenzar los
colegios, para esperar a don Manuel en el Patio de las Campanas, para dormir
temprano, para hacer las tareas, para ver caer las hojas de los árboles, para
ver gozar a los seis ríos de Alcalá, para que la gente del campo prepararan las
tierras para recibir las primeras lluvias. Para sentarse en la estufa y gozar el calor del picón
INVIERNO.- El invierno era para el descansar de los
mayores, para reunirse en tertulia en los bares y en los casinos y jugar al dominó
en la Alameda de la Cruz. Y para morir en paz. El imperio del tiempo lo llevaba
el reloj de la Alameda.
Juan Leiva
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