Los
profesionales de la información conocen la avidez con la que los lectores nos
preguntamos por el pasado y la ansiedad con la que nos inquieta el futuro. Esta
curiosidad es comprensible si tenemos en cuenta que el presente de cada uno de
nosotros es el resultado de unas fuerzas irreprimibles que vienen de un
pretérito y que nos impulsan hacia un futuro. El nacimiento no ocurre sólo al comienzo
de la vida y la muerte tampoco sucede sólo al final de nuestra existencia
terrena, sino que son unos episodios que se repiten de una manera diferente y
de una forma renovada instante tras instante. Eso es lo que quiere decir
"existir": vivir es estar renaciendo y muriendo continuamente.
Pensar
en el pasado o en el futuro es vivir de una manera diferente el presente. Es
cierto que el pasado despierta interés general y, por eso, la historia y las
historias siempre han constituido el objeto de la atención de la mayoría de
mortales y del estudio de la minoría de historiadores. Pero también es verdad
que, de manera consciente o inconsciente, la curiosidad por el pasado está
determinada, en gran medida, por la profunda inquietud que produce el futuro siempre
incierto.
Cuando
leemos informaciones de ciencia, de filosofía, de historia, de literatura o,
simplemente, cuando hojeamos las diferentes secciones de la prensa, en realidad
lo que buscamos ansiosamente son pistas que nos orienten en el complicado laberinto
del tiempo; las noticias son las claves que nos ayudan a pensar, a imaginar y a
intuir la enredada madeja del mañana; son presagios que nos disponen a
inventar, a crear, a calcular, a pronosticar y, en definitiva, a controlar el
futuro.
Decía
Peter Handke que no somos otra cosa que preguntas contundentes y vivas,
interrogantes repletos de las dudas inquietantes que provoca la propia
existencia. Somos preguntas anhelantes, miradas inquietas y soledad en medio. Por
eso la sorpresa, los oráculos, los planes, los programas, los proyectos, los
presupuestos y los anuncios de los periódicos alimentan nuestras esperas y
nuestras esperanzas. El futuro de la ciencia, de la filosofía, de la técnica,
de la sociedad, de la religión, de la literatura, del arte, de la economía, de
la política, de la moral o de la medicina son los asuntos que más nos interesan
en el momento presente.
La
verdad es que estamos en este mundo real y en otros imaginarios: el que recordamos
y el que anticipamos, proyectamos e imaginamos, el que no está aquí y el de
mañana; estos mundos irreales nos estimulan y confieren sentido, en la doble
acepción de la palabra, a muchas de nuestras actividades cotidianas.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
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