Es
cierto que tenemos que seguir luchando para que los legisladores, mediante
leyes adecuadas, favorezcan unas condiciones objetivas de las vidas de las
mujeres que hagan posible que -realmente y en todas partes- sean iguales que
las de los hombres: que gocen de la misma libertad efectiva y que puedan
ejercer eficazmente todos los demás derechos humanos. Pero, si pretendemos la
construcción de una sociedad más justa sea consistente y estable, es necesario
que, además, cambiemos el sistema de significados que subyace en el fondo
secreto de nuestras “inconsciencias”.
Las
diferencias sociales, laborales, económicas, jurídicas e, incluso, religiosas que
separan a los hombres y a las mujeres tienen unas raíces mentales profundas que
penetran hasta el fondo de nuestro mundo de los símbolos. Éstos son, no
olvidemos, los factores que determinan la formación de las ideas, el
significado de las palabras, la adopción de las actitudes y el mantenimiento de
las pautas de los comportamientos individuales, familiares y sociales. La
eficacia y el peligro de estos símbolos son mayores cuanto menor es el
conocimiento de su existencia y de su funcionamiento.
En
la amplia bibliografía que se ha producido en los últimos cincuenta años sobre
el feminismo, abundan los libros que describen los múltiples ámbitos de la vida
ordinaria en los que se manifiestan tales desigualdades, pero son escasos aún
los trabajos que ahondan en esos niveles de las representaciones, de los
significados, de los sentidos y de los símbolos.
En
mi opinión es necesario que tengamos en cuenta cómo, a partir de la presencia
femenina, cambia el clima del espacio laboral: se alteran las relaciones, el
valor del dinero, el significado del tiempo, el sentido de la actividad frente
a la pasividad e, incluso, la concepción de la política y de la religión. Pienso
que es el momento de preguntarnos si el modelo emergente de mujer que
descalifica la pasividad generará también un nuevo tipo de interpretación
filosófica, una alteración de modelos de relaciones sociales y una
transformación de las reglas de juego en la política e, incluso, en la religión.
Vamos a ver si las iniciativas del papa Francisco dan algunos frutos o si son
frenadas por las resistencias de los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos
ultra heterodoxos.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
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