El fenómeno de la
emigración ha existido siempre, con grandes diferencias, debido a la situación
de las personas que lo tienen que afrontar porque la incapacidad lo han obligado a abandonar
su tierra por distintas causa: el trabajo, la formación de los hijos; las
enfermedades, las guerras o los acontecimientos naturales, como lo sucedido en Italia en estos días. Esas
causas obligan a muchas personas a abandonar su ciudad, su pueblo, su hábitat.
Nuestro Alcalá sabe mucho de ellas, porque ha sido protagonista repetidas veces
de tener que abandonar nuestro pueblo. Generalmente,
el abandono y la emigración de la patria es voluntaria, pero a veces obligada,
buscando una acomodación o
establecimiento más humano en otro país o en otras tierras.
Existen otras causas muy
distintas en países subdesarrollados, como el exceso de población, la
disconformidad política, la persecución religiosa…Por algunos de estos motivos
emigraron los hugonotes franceses a
Alemania y los puritanos ingleses y escoceses a América. En 250 años emigraron
a América casi un millón de españoles.
El mes de septiembre es
uno de los que acoge la vuelta de muchos alcalaínos, porque no asumen
desvincularse definitivamente de nuestro Alcalá. Los países del Tercer Mundo, en
cambio, huyen los que sufren.
Viene a coincidir con los
meses veraniegos y con los patronazgos marianos de muchas Vírgenes en la
mayoría de los pueblos de Andalucía. Y tienen que huir para refugiarse en otros
países.
Las imágenes de la Vírgenes
se pasean por todos los mares de España, por los ríos y por las riberas
marítimas implorando la bendición de las primeras lluvias. No se trata de una
moralina espuria, ni de un alcohol garrafero, ni de humos de estupefacientes.
La pretensión de la moral laica ha resultado ser un espejismo. Y los Estados de
la Europa del siglo XXI ha demostrado ser malos tutores de la moralidad sana.
Pero el sentido religioso común de las jóvenes y los jóvenes han preferido
acudir a los santuarios y a las ermitas, para pedir protección.
Alcalá ha tenido siempre
un buen toldo y un buen manto para acoger a los adolescentes, a los jóvenes y a
todos los fieles que acuden al santuario. Entonces comenzará el silencio
mariano y no habrá ruidos, porque ya sabemos que el ruido no hace bien, ni el
bien hace ruidos. Y allí todos, los de dentro y los de fuera, para orar y pedir
protección. Y la Virgen en el camarín.
Juan Leiva
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