La celebración, en el año 2017, del 750
aniversario de la restauración de la antigua diócesis de Asido y de su traslado
a Cádiz nos ofrece a los habitantes actuales de este rincón -tanto creyentes como
no creyentes- una nueva oportunidad para que conozcamos y reflexionemos sobre
nuestro pasado, para que analicemos el presente y para que proyectemos un
futuro acorde con nuestras raíces. Esta conmemoración también nos podría
orientar en la búsqueda de soluciones renovadoras a algunos de los problemas
graves que la actualidad plantea a los ciudadanos y a la sociedad gaditana.
Es obvio reconocer que este estudio del
pasado diocesano debería orientarse, en primer lugar, hacia la obtención de los
tres objetivos pastorales principales de la Iglesia: la evangelización –el
anuncio a los no creyentes del mensaje de Jesús–, la catequesis –la explicación
actualizada de los contenidos fundamentales del Evangelio- e, incluso,
litúrgicos –la celebración participativa y grata de los sacramentos-. Pero no
se debería perder de vista que esta mirada hacia nuestro pasado se tendría que
enfocar también desde una perspectiva actual para identificar aquellos principios,
criterios y pautas de comportamiento que, en ciertos aspectos, iluminan los
problemas individuales, familiares y sociales de hoy. En tercer lugar, se debería cuidar el
lenguaje para que, en vez de reproducir los términos anacrónicos, técnicos o
abstractos de algunos estudios académicos, sea sencillo, directo, claro, comprensible,
ameno y estimulante como, por ejemplo, el que emplea el Papa Francisco.
De manera más concreta, se podría
aprovechar esta oportunidad para contar, de manera clara e interesante, los
comportamientos de aquellos conciudadanos nuestros que, con sus vidas
sencillas, coherentes y generosas, ilustraron los principios y los valores
evangélicos. Sí, me refiero a las historias de esos hombres y de esas mujeres
que, compartiendo las vicisitudes de nuestra ciudad, siguen siendo referentes
claros del modelo de vida que propone Jesús de Nazaret porque fueron
misericordiosos, servidores de los pobres, porque se esforzaron por construir
un mundo más justo y más habitable, y porque se comprometieron con los que
sufren y con los que son víctimas del egoísmo. Se debería tener en cuenta,
además, la condición e, incluso, los prejuicios, más o menos justificados, de
los destinatarios actuales de las informaciones y de los mensajes.
Esta celebración podría ser un momento
privilegiado para que nos preguntemos en qué medida el conocimiento de ese
periodo tan dilatado puede contribuir para orientar los específicos servicios diocesanos
a las mujeres y a los hombres actuales, y para ayudar al desarrollo de la
sociedad contemporánea en colaboración con otras instituciones culturales y
sociales. Si recordar es la forma humana de mantener con nosotros la presencia
de nuestros seres queridos, también es una manera de seguir contando con aquellas
personas que nos han acompañado, es un modo de volver a escuchar sus voces, de
agradecer sus servicios y de animarnos a la imitación de sus comportamientos.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
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