Aunque estoy de
acuerdo con el sociólogo Salvador Giner en que las dos formas más frecuentes de
estupidez son el optimismo y el pesimismo, pienso que hay otra tercera,
probablemente más extendida en la actualidad: el excesivo realismo. El hombre
de hoy está atrapado por la realidad y por sus infinitas consecuencias -pero
sólo de las consecuencias que abarca su vista-: sólo vemos las apariencias
externas y a escasos metros; sólo percibimos la fachada de los hechos, sus
significantes pero sin interpretar sus significados. Por eso, la mayoría de las
veces, concedemos a la realidad más de lo que encierra y más de lo que puede
ofrecer. Estar demasiado sometido al mundo, a sus reglas, a sus normas y a sus
estructuras, vivir acuciado por la responsabilidad y por el miedo, a veces nos
pueden succionar la dignidad de mujeres y de hombres libres. Aunque es
inevitable y saludable que experimentemos la pesadez de lo real, la gravedad de
la vida y el lastre de la existencia, hemos de procurar que las cosas no nos
hundan con su gravedad.
Para lograrlo
hemos de intentar integrar los objetos y las acciones en un proyecto global y
personal que nos proporcione unidad y coherencia, que nos trascienda, que nos
descubra lo maravilloso en lo cotidiano. Pero la verdad profunda es -querida
María del Carmen- que, como tú me repites, cuando sólo experimentamos con los
sentidos, sin añadir unas gotas de imaginación, de ilusiones, de confianzas, de
esperanzas y sobre todo, de amores, no podemos disimular el aburrimiento y el
hastío.
Empujados por
cierta vocación de esclavitud, nos sometemos a las dictaduras de una realidad
que nos aburre y nos abruma, nos esclaviza y nos debilita, nos coacciona, nos
hastía y nos infunde miedos porque, paradójicamente, con frecuencia otorgamos a
la realidad unos poderes tiránicos que nos mantienen en permanente angustia. Si
pretendemos que la realidad no abuse de nosotros y que disminuya su hiriente y
cruel dureza, hemos de fortalecer nuestra subjetividad; hemos de relativizar
los hechos, jerarquizar los valores, pensar, imaginar, confiar, esperar y,
sobre todo, amar. Un abrazo.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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