domingo, 29 de marzo de 2020

EL MIEDO


“El ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar”
-Francisco de Quevedo-

“La felicidad es la ausencia de miedo”
-Eduardo Punset-

Aún sorprendido por la imagen de muchos de nuestros compatriotas con los carritos de la compra cargados a tope de rollos de papel higiénico, pienso en el miedo. Aunque, a fuer de sincero, la compra de papel higiénico no tiene nada que con esa asustante emoción. Lo lógico, en estos momentos de pandemia vírica, si del miedo se tratara, debería ser la compra de mascarillas para protegernos y/o de solución hidroalcohólica para desinfectarnos. Pero no, hemos arrasado con el papel higiénico.

Estos fenómenos de compras compulsivas tienen su origen en la propia  conducta de las compras en sí, que son, casi siempre, impulsivas, irracionales y, sobre todo, imitativas. Vemos que hacen y compran los demás y, aunque sea por curiosidad, nos interesamos por ello. En ese momento, quizás, no los imitamos pero, seguramente, más tarde, y sin saber por qué, lo haremos.

En esto del papel hemos pensado que, si todo el mundo lo compra, será por algo, aunque nuestro raciocinio no entienda el por qué y, lo que es peor, pienso que me puedo quedar sin él, después de ver en televisión tantísimas estanterías vacías de los supermercados más conocidos. E imitamos compulsivamente los ejemplos vistos.

Supongo que el primero que se atiborró de papel higiénico estaba pensando en asegurar su más íntima dignidad personal y, al verla en peligro, optó por dotarse de respeto aunque fuese en forma de finas hojas de celulosa enrolladas de una manera peculiar.

Pero como dije anteriormente estoy pensando en el miedo. No sé si es un sentimiento, una emoción, o algo que no se definir. Si sé que es una sensación interior de desagrado que me provoca angustia las más de las veces. He encontrado muchas definiciones del miedo, porque hay muchos puntos de vista desde los que ha sido contemplado y descrito. Y así:

Hay una visión neurológica, que defiende que no es más que la activación de la amígdala, y ya no sé más.

Hay, también, una visión biológica, que sostiene que el miedo no es más que una herramienta de defensa y supervivencia. Al parecer esta es buena para los seres humanos y también para los animales, que también sienten miedo.

Hay un punto de vista psicológico, que nos habla de emociones que llevan aparejada angustia, sin que haya una razón objetiva, muchas veces, para ello.

Hay una visión social que considera al miedo como parte del propio carácter de las personas o, incluso, de la propia sociedad. Como si estuviera ínsito en nuestros genes más primitivos.

Y, además, se estudia como si fuera un accesorio y una prolongación del dolor, pero todo ello más como una amenaza que como un dolor real. Diríamos que es más una sensación que tenemos acerca de un peligro que nos acecha, ya sea real o imaginado el peligro.

Parece una aceptación casi unánime para los que estudian estos temas, que el miedo es necesario e imprescindible, porque de él depende nuestra propia supervivencia. Ni Eduardo Punset ni yo comulgamos con esa idea. Los entendidos dicen que si careciéramos de esas alertas que nos proporciona el miedo sencillamente moriríamos. Y como lo obvio no necesita prueba resulta que nuestra propia experiencia nos dice que el miedo alerta apenas aparece en nuestras vidas. Y vivimos. La no presencia de este miedo no nos hace temerarios. La temeridad es la creencia, falsa o no, de que podemos afrontar una determinada acción por nuestros propios medios y que no corremos ningún riesgo por ello. Así vamos a excesiva velocidad con el coche porque controlamos, expresión ésta donde el miedo no tiene lugar. Hay quien no pasa de veinte kilómetros a la hora por miedo y eso si es una temeridad y un peligro para los demás y, por ende, para el miedoso.

El que sí aparece en nuestras vidas con más frecuencia es el miedo angustia, el miedo irracional, ese que nos hace malvivir, vivir en unas circunstancias desagradables en extremo. Es lo que los expertos llaman “sentir miedo de forma disfuncional”.

En forma disfuncional se pueden sentir cualquiera de las emociones primarias del hombre, como son la alegría o la tristeza, la ira, la sorpresa, el asco o el miedo. Todos recordamos momentos desaforados de alegría o de ira, de asco o de pena, sentidos, por tanto, en forma disfuncional. Como todo en nuestra vida, no es el estímulo, el aguijón que decían los latinos, lo que produce nuestra respuesta, sino la interpretación que hacemos de ese estímulo.

La mayor parte de nuestros miedos no tienen una naturaleza concreta y definida, sino que dependen directamente de nuestro pensamiento, del entramado de ideas irracionales que inundan nuestra razón y que buscan su fundamento lógico más en la posibilidad que en la probabilidad. 

Y creo que ahí es donde deberíamos encontrar la clave. Definimos un suceso como posible cuando es cierto que puede suceder y como probable aquello que sin ser seguro pudiera llegar a ocurrir. Y aunque parecen iguales no lo son. Existen los accidente de coches, o hay aviones que se caen provocando centenares de muertos, son hechos ciertos, por tanto los accidentes son posibles. Sin embargo, cuando nos montamos en un coche o en un avión, no es probable que ocurra un accidente por una sencilla razón, porque ni todos los coches tienen accidentes, ni todos los aviones se caen. Por ello, en ningún caso debemos confundir posibilidad con probabilidad, máxime cuando de miedos se trata.

Solemos, con frecuencia, ignorar la probabilidad de un hecho y, por el contrario, magnificamos la posibilidad de ese mismo hecho y ello nos provoca miedo. Miedo angustia. Miedo disfuncional. Y ello nos acarrea, en muchos casos, un constante y permanente estado de susto, de angustia, de sobresalto, en momentos, de auténtico pánico. Sencillamente porque hacemos realidad en nuestra mente una calamidad que ni ha ocurrido, ni tiene por qué ocurrir. Y que, seguramente, nunca ocurrirá. Estamos poseídos por lo que he llamado miedo angustia, que nos paraliza, nos bloquea, nos acorrala, y contra ese miedo es contra el que lucho.

Y, precisamente ahora, en estos tiempos de nuevos y desconocidos virus, hay un miedo que tiene hasta nombre, asignado desde los más antiguos tiempos de la medicina: la hipocondría. Hipocondríacos surgen por doquier desarrollando en sus mentes esta infección con toda su virulencia. Infección que, posiblemente, nunca tendrán y que, probablemente, si la desarrollan, será de una gran benignidad. Pero son presas del miedo angustia, del miedo disfuncional.

No pretendo ser un irresponsable ignorando que existen peligros y, por tanto, miedos lógicos, pero dado que carecemos de bola de adivinar, dado que no podemos, ni sabemos, adivinar el futuro, no es lógico creer a ciencia cierta que algo nos va a ocurrir cuando no ha ocurrido y, posible y probablemente, no nos ocurrirá jamás.

Creo que haríamos bien en identificar, en todo momento, la amenaza. ¿Qué nos asusta? Hoy, es obvio, la enorme publicidad que se está dando de un virus llamado coronavirus. Y en este punto me hago una pregunta: ¿por qué no afecta esa amenaza igual a todos los seres humanos? ¿Por qué hay algunos que creen que es una amenaza real y otros creen que dicha amenaza no existe, que es inventada? ¿Pero qué pasaría si, efectivamente, nos contagiamos con el virus? Vayámonos a  la estadística. En China, al parecer el origen del nefasto virus, con una población de mil trescientos ochenta y cinco millones de personas, se han infectado poco más de ochenta y una mil personas y han fallecido poco más de tres mil. De cada cien mil habitantes se han infectado seis y de cada cien infectados han muerto cuatro. Y la gran mayoría de fallecidos tenían otras patologías previas que los hacían vulnerables al virus. Si pensamos en posibilidades y probabilidades habría que desechar todo pensamiento amenaza para nosotros.

Es muy conveniente, en este tiempo, pensar también cómo podemos evitar, prevenir o vencer a esta amenaza, dado que , hasta ahora, sólo es una amenaza reiterada una y otra vez por los medios de comunicación. Tenemos unos sencillos comportamientos que atender que se nos han repetido, también, hasta la saciedad: cumplámoslos. Con ello ni siquiera la amenaza como posibilidad irá con nosotros. Y lo más importante: convenzámonos de ello. La amenaza no es de la suficiente entidad para que tengamos miedo de ella. Y, sobre todo, en ningún caso debemos tener miedo angustia.

Y hemos de aplicarlo a todo en nuestra vida. Puede que haya amenazas pero ninguna ha de ser del tenor de provocarnos miedo angustia. Ninguna. No más miedo, nos va la felicidad en ello.

Y como dice mi maestro de autoayuda Dale Carnegie:

He aprendido en la gran Universidad del Sufrimiento una filosofía que ninguna persona que haya tenido una vida fácil puede adquirir. He aprendido a vivir cada día según venga y a no añadir conflictos con el temor del mañana. Es la sombría amenaza de esa imagen lo que nos hace cobardes. Expulso ese temor de mí, porque la experiencia me ha enseñado que cuando llegue el momento que tanto temo se me darán la fuerza y el buen juicio necesarios para hacerle frente. Los contratiempos ya no pueden afectarme.



                            Francisco Jiménez Vargas-Machuca
En mi confinamiento por el estado de alarma provocado por el virus.
 Marbella, 27 de marzo de 2.020

0 comentarios:

El tiempo que hará...