El amor es la clave suprema
Las experiencias que nos proporciona el
amor, ese hecho que, como nos dice Iris
Murdoch (1919 -1999), nos descubre que “alguien o algo diferente a nosotros existe”
-que es real y que es valioso- debería ser, a mi juicio, la clave suprema para
interpretar el sentido humano de nuestras vidas. Frente a las narraciones
superficiales de las novelas rosas y en contra de las definiciones tópicas de
algunos románticos, otros escritores actuales como, por ejemplo, Esteban Torre
(1934), David Pujante (1953), Marisa Calero (1956), Pedro Sevilla (1959), Pepa
Caro (1961) o José Mateos (1962), y los miembros del Club de Letras que escriben en la revista Speculum, con sus versos,
con sus relatos y con análisis críticos, nos muestran sus convicciones de que
el amor es el motor para crear belleza y para construir el bienestar personal,
familiar, social y político o, en resumen, para creer y para crear un mundo
humano.
Si analizamos nuestras experiencias diarias
descubrimos que el amor está presente en nuestras actividades, en nuestros proyectos
y en nuestros recuerdos, y que también es –debería ser- el motor de nuestros
impulsos y de nuestros gestos por muy superficiales que, a simple vista, nos
parezcan. El rastro del amor está –debería estar- presente en los actos
cotidianos como, por ejemplo, cuando intentamos comprender los comportamientos
automáticos complacientes o las reacciones agresivas de nuestros conciudadanos.
Podemos identificarlo en nuestra contemplación de los paisajes o en nuestras
miradas a las personas con las que nos cruzamos por la calle.
En mi opinión, el amor –en cualquiera
de sus versiones- debería constituir la base permanente de los diferentes
comportamientos éticos, sociales y políticos, y, por supuesto, la clave de las
creaciones artísticas y poéticas. Estoy convencido de que, además, podría ser el
mejor criterio para evaluar nuestras propias creencias ideológicas, sociales y
religiosas. Creo que podría –debería- ser la pauta fundamental para interpretar
el verdadero significado de esas palabras que repetimos de manera automática en
nuestros juicios sobre los comportamientos humanos como, por ejemplo, justicia,
solidaridad, beneficencia, afecto o, incluso, caridad.
Sigo pensando que el pensamiento
realmente amoroso sigue siendo revolucionario y que, en algunos casos, es
inédito a pesar de muchos de los hábitos, pancartas, escudos o insignias que
lucimos y, por supuesto, a pesar de los versos que, a veces, componemos. Estoy
convencido, sin embargo, de que, para creer y, sobre todo, para crear, es
imprescindible amar.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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