La luz de mi vida.
Alumbraron las
luces del alba
la mañana fría de
febrero,
esperando en su
vientre yo estaba
la llegada de mi
mundo nuevo.
Solo había velas
encendidas
en el cuarto donde
se encontraba,
esperando las
claras del día
otra vida que su
cuerpo daba.
Una cama vestida de
limpio,
blancas sábanas
almidonadas
y sobre el fuego
una olla, ya herbía,
esperando, para ser
lavada.
Unos llantos me
dieron la vida
al salir de mi
oscura morada
y al cortar lo que a ella me unía
otro mundo surgió
de la nada.
Me encontré con mi
nueva familia,
la mejor que ese
mundo me daba,
me bañaron de
espumas salada,
me abrigaron de
grandes caricias.
Ellos fueron la luz
de mi vida,
la familia más
linda del mundo,
con raíces de suelo
fecundo
dando frutos con
savia encendida.
Y nacimos cual
nacen las flores
de sus tallos
plantado en el suelo,
con raíces de
padres y abuelos
perfumando sus
muchos olores.
Entre noches de
triste vigilia
tras los días con
su agotamiento,
manejando su poco
sustento
de comer no faltaba
ni un día.
Quién podría hacer
tal milagro
sin quejarse de
tanto trabajo,
ni que un día se
viniera abajo
y lloraran sus
ojitos negros.
Era bella su cara
morena
como luz que
desprende la sal
al formarse en
espejo del mar,
se refleja cual
bella sirena.
Ella fue la mujer
de mi vida,
la que nunca podre
yo olvidar,
es la virgen que
tengo en mi altar,
me la tiene el señor bendecida.
Para siempre será
ella, ¡Mi madre!
Dolores le pusieron
por nombre:
Yo quisiera tenerla
a mi vera
aun sabiendo que
está junto a Dios,
abrazarla con mi
corazón
y cubrirla de mil
primaveras.
¡Que fuerza tenía
Dolores!
Sería que sus
amores, un ramillete de flores
le fuera dando a
Dolores las fuerzas para vivir,
ocultando la
amargura de los malos sinsabores.
-Porque también los
había- que todo no era reír,
para ganarse la
vida también había que sufrír.
-¡Qué fuerza tenía
Dolores!
Para sacar adelante
a todos esos amores
que de su cuerpo
nacieran y alimentaran sus pechos,
creciendo fuerte y
derechos cuan flores de los jardines
relucientes en sus
tallos, con manos de serafines.
-¡Que fuerza tenía
Dolores!
Rayos de sol
encendidos dando calor a sus hijos
desde el oriente a
poniente
y cuando se apagaba
el sol, una luna le alumbraba
manteniendo la
energía con la frente despejada.
Con su enorme
corazón, en ese pequeño cuerpo,
derrochando por sus
poros sus manantiales de amor
que como lumbre se
encendían, en sus manos y en sus pies
desde las claras
del día, hasta llegar al anochecer.
Como la flor que en
su tallo el tiempo va marchitando,
ella se vino
apagando viendo crecer a sus nietos
que sus hijos le
fuimos dando.
Un día de madrugada
rota de tanto dolor
se le paro el
corazón con lágrimas en la almohada.
Él, ¡Mi padre! por
los siglos de los siglos:
Conoció a mi madre;
eran dos chiquillos
viviendo en una
casa palacio de las cien
que en mi ciudad
existian.
En ellas vivian
muchas familias de la ciudad,
se les llamaban
casas de vecinos por
lo inmensamente
grande que eran.
Allí, se amaron
cual collera de palomos
aleteando entre
rincones sombríos y luz
de luna de plata en
noches de estío.
Aquellos
momentos de amor , el río fue su
testigo y la luna
la pasión, de sus amores encendidos.
¿Cómo puedo
describirlo con tan poquitas palabras?
Estatura media de
su tiempo,
vestía chaqueta y
pantalón
color gris, mahón,
para su trabajo,
sobre la cabeza,
negra gorra
y en los pies, alpargata de esparto.
Tadeo él se
llamaba.
Trabajador
incansable como nadie hasta el morir.
Desde las luces del
alba hasta la caída del sol,
el estaba
trabajando para poder subsistir
cuidando bien de
sus redes como flores de un jardín,
para no perder los
peces en esos mares sin fin.
Así pasaban los
días, trabajando a la intemperie,
en invierno o en el
estío, haciendo calor o frío
mi padre cosía las
redes, cual si fueran los vestidos
de las más bellas
mujeres.
Cuando se unían los
rojos rayos de sol a la luna
oscureciendo la
tarde, le decían a mi padre
que dejara su
costura, para buscar a Dolores
que se hallaba con
sus soles, la más hermosa fortuna.
Y la pequeña
Dolores allí estaba con sus flores
para calmar su
dolores entregándole su amor,
sanándole su dolor
con sus mil besos de amores.
Y mi padre se
dejaba acariciar por sus manos,
que eran como
pétalos de flor o, alas de mariposas
que en su piel se
estuviera posando y sus labios besando
con la más tierna
hermosura, tras un día agotador.
En la silenciosa
noche dormíamos de dos en dos
entre colchones
de pajas, que nos guardaba el calor
y el beso de
nuestros padres dándonos su bendición
antes de irse a la
cama, con su alegre y satisfecho corazón.
Todos los días, al
amanecer de la aurora, rumbo a la bajamar
ponía, para empezar
su labor de reparar las redes
sobre la tierra
tendidas, esperando ser cosidas bajo
el ardiente sol de
los días de verano, o los fríos días de invierno.
Y con la aguja en
sus manos un día se nos marchó
dejándonos
desconsolados lleno de pena y dolor,
a la pequeña
Dolores y su roto corazón
abrazada de sus
flores, dándole su último adiós.
Juntos ya están
descansando durmiendo un sueño sin fin
esperando que algún
día, las flores que ellos sembraran
también se
multiplicaran para hacerlos muy feliz.
José Ares
Mateos (Menesteo)
0 comentarios:
Publicar un comentario