sábado, 3 de agosto de 2024

LA LUZ DE MI VIDA

 

La luz de mi vida.

 

Alumbraron las luces del alba

la mañana fría de febrero,

esperando en su vientre yo estaba

la llegada de mi mundo nuevo.


Solo había velas encendidas

en el cuarto donde se encontraba,

esperando las claras del día

otra vida que su cuerpo daba.


Una cama vestida de limpio,

blancas sábanas almidonadas

y sobre el fuego una olla, ya herbía,

esperando, para ser lavada.


Unos llantos me dieron la vida

al salir de mi oscura morada

y al  cortar lo que a ella me unía

otro mundo surgió de la nada.


Me encontré con mi nueva familia,

la mejor que ese mundo me daba,

me bañaron de espumas salada,

me abrigaron de grandes caricias.


Ellos fueron la luz de mi vida,

la familia más linda del mundo,

con raíces de suelo fecundo 

dando frutos con savia encendida.


Y nacimos cual nacen las flores

de sus tallos plantado en el suelo,

con raíces de padres y abuelos 

perfumando sus muchos olores.

 

Entre noches de triste vigilia

tras los días con su agotamiento,

manejando su poco sustento

de comer no faltaba ni un día.


Quién podría hacer tal milagro

sin quejarse de tanto trabajo,

ni que un día se viniera abajo

y lloraran sus ojitos negros.


Era bella su cara morena

como luz que desprende la sal

al formarse en espejo del mar,

se refleja cual bella sirena.


Ella fue la mujer de mi vida,

la que nunca podre yo olvidar,

es la virgen que tengo en mi altar,

me la tiene el señor bendecida.


Para siempre será ella, ¡Mi madre!

Dolores le pusieron por nombre:

Yo quisiera tenerla a mi vera

aun sabiendo que está junto a Dios,

abrazarla con mi corazón

y cubrirla de mil primaveras.

 

¡Que fuerza tenía Dolores!

Sería que sus amores, un ramillete de flores

le fuera dando a Dolores las fuerzas para vivir,

ocultando la amargura de los malos sinsabores.

-Porque también los había- que todo no era reír,

para ganarse la vida también había que sufrír.

-¡Qué fuerza tenía Dolores!

Para sacar adelante a todos esos amores

que de su cuerpo nacieran y alimentaran sus pechos,

creciendo fuerte y derechos cuan flores de los jardines

relucientes en sus tallos, con manos de serafines.

-¡Que fuerza tenía Dolores!

Rayos de sol encendidos dando calor a sus hijos

desde el oriente a poniente

y cuando se apagaba el sol, una luna le alumbraba

manteniendo la energía con la frente  despejada.

Con su enorme corazón, en ese pequeño cuerpo,

derrochando por sus poros sus manantiales de amor

que como lumbre se encendían, en sus manos y en sus pies

desde las claras del día, hasta llegar al anochecer.

Como la flor que en su tallo el tiempo va marchitando,

ella se vino apagando viendo crecer a sus nietos

que sus hijos le fuimos dando.

Un día de madrugada rota de tanto dolor

se le paro el corazón con lágrimas en la almohada.

 

Él, ¡Mi padre! por los siglos de los siglos:

Conoció a mi madre; eran dos chiquillos

viviendo en una casa palacio de las cien

que en mi ciudad existian.


En ellas vivian muchas familias de la ciudad,

se les llamaban casas de vecinos por

lo inmensamente grande que eran.

Allí, se amaron cual collera de palomos

aleteando entre rincones sombríos y luz

de luna de plata en noches de estío.

Aquellos momentos  de amor , el río fue su 

testigo y la luna la pasión, de sus amores encendidos.

 

¿Cómo puedo describirlo con tan poquitas palabras?

Estatura media de su tiempo,

vestía chaqueta y pantalón

color gris, mahón, para su trabajo,

sobre la cabeza, negra gorra

 y en los pies, alpargata de esparto.

Tadeo él se llamaba.


Trabajador incansable como nadie hasta el morir.

Desde las luces del alba hasta la caída del sol,

el estaba trabajando para poder subsistir

cuidando bien de sus redes como flores de un jardín,

para no perder los peces en esos mares sin fin.


Así pasaban los días, trabajando a la intemperie,

en invierno o en el estío, haciendo calor o frío

mi padre cosía las redes, cual si fueran los vestidos

de las más bellas mujeres.

Cuando se unían los rojos rayos de sol a la luna

oscureciendo la tarde, le decían a mi padre

que dejara su costura, para buscar a Dolores

que se hallaba con sus soles, la más hermosa fortuna.

Y la pequeña Dolores allí estaba con sus flores

para calmar su dolores entregándole su amor,

sanándole su dolor con sus mil besos de amores.

Y mi padre se dejaba acariciar por sus manos,

que eran como pétalos de flor o, alas de mariposas

que en su piel se estuviera posando y sus labios besando

con la más tierna hermosura, tras un día agotador.

En la silenciosa noche dormíamos de dos en dos

entre colchones de  pajas, que nos guardaba el calor

y el beso de nuestros padres dándonos su bendición

antes de irse a la cama, con su alegre y satisfecho corazón.

Todos los días, al amanecer de la aurora, rumbo a la bajamar

ponía, para empezar su labor de reparar las redes

sobre la tierra tendidas, esperando ser cosidas bajo

el ardiente sol de los días de verano, o los fríos días de invierno.

Y con la aguja en sus manos un día se nos marchó

dejándonos desconsolados lleno de pena y dolor,

a la pequeña Dolores y su roto corazón

abrazada de sus flores, dándole su último adiós. 

Juntos ya están descansando durmiendo un sueño sin fin

esperando que algún día, las flores que ellos sembraran

también se multiplicaran para hacerlos muy feliz.

 

José Ares Mateos (Menesteo)

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