El cuerpo es...el alma.
Francisco Fernández-Trujillo
Tengo el convencimiento de que la vocación de este profesor universitario
de Anatomía tiene su origen, más que en una llamada para explicar la
configuración y el funcionamiento del cuerpo humano, en una firme decisión de
descifrar la hondura de las vidas: de excavar para descubrir los misterios que
encierran en sus entrañas y de narrar con claridad las claves que determinan el
bienestar personal e, incluso, la convivencia familiar y social. Él parte de
supuesto fundamental de que el equilibrio personal y la armonía colectiva
dependen, en gran medida, de la comprensión de nuestro organismo, del trato que
le dispensemos y, sobre todo, de la manera de relacionarnos con él. El
conocimiento y la aceptación de nuestro cuerpo son, efectivamente, las sendas
inevitables para hacer que emerja nuestro yo más auténtico.
Hemos de tener muy presente, además, que él, un admirador -por herencia
familiar- de la belleza de los seres creados, y un convencido de que el cuerpo
humano constituye el resumen de las demás obras bellas, no ha regateado
esfuerzos para penetrar en el interior
del organismo con el fin de identificar las raíces
profundas de nuestros comportamientos. Por eso reivindica, de manera
permanente, la importancia capital de su estudio riguroso y de su correcto cuidado
mediante una alimentación equilibrada y grata a todos los sentidos, como la
condición indispensable para mantener la salud, para diagnosticar las dolencias
y para prescribir los adecuados tratamientos.
Sólo a partir de estos presupuestos podemos comprender y valorar los
diferentes rasgos que dibujan la personalidad de este gaditano extrovertido,
despierto y atento, que posee una notable habilidad para conectar con las
gentes y una singular destreza para entablar relaciones sociales. Impulsado por
un afán enciclopédico y dotado de un espíritu conciliador, es, sobre todo, un
cultivador de la amistad. Aunque evita en todo momento caer en quimeras, es un
hombre lúcido que conjuga la imaginación y el sentido común con el fin de
comprender y de vivir la vida de aquí y de ahora.
Curro es un médico dotado de singulares cualidades y de inmejorables
condiciones para interpretar el sentido del dolor y del sufrimiento, del goce y
del bienestar, del progreso y de la tradición, del cuerpo y del espíritu, de la
ciencia y del arte, del lenguaje y del pensamiento, del amor y del desamor, de
los temores y de las esperanzas, de la vida y la muerte. Más de una vez me ha
comentado que las palabras alcanzan “efectos terapéuticos” cuando el
profesional, antes de prescribir, escucha, mira y atiende al enfermo para
lograr penetrar en el fondo íntimo de cada una de las dolencias. Él parte del
supuesto de que los pacientes también participamos en la evolución de nuestras
enfermedades. Con sus observaciones cargadas de chispa y de razón, este
profesor de
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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