Dos sabios ante la riqueza
Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Un sabio pesimista (¿u optimista?): Qohélet (Eclesiastés 1,2; 2,21-23)
El nombre de Qohélet le
suena a muy pocas personas. Sin embargo, muchos han oído citar su famosa frase:
«Vanidad de vanidades, todo es
vanidad», con la que comienza la primera lectura de este domingo. Pero su enseñanza no se refiere hoy a la vanidad
sino a la riqueza.
En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces
como signo de la bendición divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un
peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la
consideran a menudo fruto de la opresión y explotación; los sabios denuncian su
carácter engañoso y traicionero. En esta última línea se inserta la primera
lectura de hoy, que recoge dos reflexiones de Qohélet.
La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos).
¡Vanidad de vanidades, dice Qohélet;
vanidad de vanidades, todo es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,
y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.
También esto es vanidad y grave desgracia.
La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal.
Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo
fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.
También esto es vanidad.
Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.
Un sabio optimista (¿o pesimista?): Jesús (Lucas 12,31-21
En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola, y la enseñanza final.
El punto de partida
En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:
‒ Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia
conmigo.
El le respondió:
‒ ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor
entre vosotros?
Y les dijo:
‒ Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.
Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica, como es frecuente en él, con una parábola.
La parábola.
Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y se dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”
A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico
sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido
enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su
capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear.
Pero el rico de la
parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos
podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a
otra persona.
La enseñanza final. Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios.
Pesimismo, optimismo y realismo
Qohélet, aparentemente
pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de
otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá
de años para gozar de sus bienes.
Jesús, aparentemente
optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo
cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos.
Pero la mayor diferencia
entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase.
Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.
Frente al mero disfrute pasivo de los propios
bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse
a los ojos de Dios. Y este consejo es tremendamente realista porque no se fija
en lo que ocurrirá al final de la vida, sino en lo que puedo y debo hacer desde
ahora mismo.
Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada Escritura por el
Pontificio Instituto Bíblico de Roma
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