La convergencia “amable” entre la teoría y la práctica
Ramón de Cózar Siever
Hombre de ciencia y de Técnica
-las dos caras de una misma moneda-, Ramón es, además, un observador atento,
crítico y responsable de la vida humana: de las reacciones de las personas con
las que, solícito, convive, y de los vaivenes de la sociedad en la que,
solidario, navega. Él suele comentar que el saber de la ciencia y el hacer de
la técnica han de esta orientados por la mirada amable y por la reflexión seria
de quienes pretenden vivir una vida intensa y gratificante. En mi opinión, esa
conjugación armónica de teoría y de práctica, y esa firme coherencia entre sus
convicciones y sus comportamientos constituyen uno de los rasgos que definen su
vida familiar y su trayectoria profesional.
De Ramón me llama poderosamente
la atención, además, su afán -su “manía” dice él- por pensar en lo que pasa a
su alrededor, con el fin de ver algo donde los demás no ven nada y, sobre todo,
con la pretensión de descubrir la vaciedad -el hueco- de muchas actividades y
objetos que, en realidad, están huecos. Por eso suelo estar atento a sus
comentarios sobre la vida cotidiana, sobre esos sucesos que, a la mayoría de
los mortales, nos resultan insignificantes y anodinos.
Estoy convencido de que el eje
vertebrador de su talante personal e intelectual, -serenamente
inconformista y discretamente audaz- está amasado por dos cualidades distintas
pero íntimamente relacionadas: el don de la mesura y el don de la oportunidad.
Ramón acepta casi todo, pero a condición de que sea en su justa medida y en su
momento. Quizás sea ésta la clave profunda que explica por qué muestra sus saberes sin pregonarlos y
propone sus teorías de manera apacible, sin esforzarse por subrayar las
palabras, convencido de que la transmisión fluida de los conocimientos se
realiza mejor a través de esa menuda y permanente lluvia de ideas claras que
mediante chaparrones contundentes de conceptos oscuros acompañados de los rayos
de la pedantería o de los truenos de la suficiencia: ofrece lo que sabe,
inspirando confianza, estimulando interés y despertando curiosidad.
Su notable capacidad de
discreción -no de reserva-, su regusto por el silencio fecundo -el silencio del
saber- y su necesidad de intimidad -el único paraíso terrenal que vale la
pena-, constituyen el ambiente propicio para elaborar sus propuestas documentadas
y para desarrollar sus sugerentes hipótesis; es un trabajador sistemático,
constante e incansable que, gracias al profundo conocimiento de los contenidos
de sus clases hace fácil lo difícil.
Este humano y humanista
integral, con sus afinados juicios críticos, que es capaz de identificar los
detalles más sutiles, nos proporciona muestras de una potente inteligencia: no
se conforma con los datos objetivos, desnudos, sino que busca las claves
explicativas de los sentidos más profundos que identifiquen las relaciones y
los paralelismos entre los deslavazados hechos de la experiencia cotidiana y
las teorías de esas ciencias y de esas técnicas que él explica.
José Antonio
Hernández Guerrero
Catedrático de
Teoría de la Literatura
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