QUE TODOS SEAN UNO COMO NOSOTROS SOMOS UNO”. Estas palabras resumen la oración sacerdotal de Cristo que nos transmite San Juan. Afirmación de la Trinidad y exhortación para la unidad de los cristianos. Realmente, toda operación de dispersión es ajena a la Obra creadora. Y el retorno a una unidad es el destino del Mundo y de los hombres, tras el desorden y la confusión de la Historia
Pero
además, Pentecostés, prefigurado ya en el Evangelio del Apóstol Juan, está
protagonizado por la Tercera Persona,
hasta cierto punto desconocida por entonces. Dios, Uno y Trino, Dios que es
un “YO” y un “NOSOTROS”, se hace presente a los hombres primero en la persona del Hijo y luego en la del
Espíritu. (¿Por qué?, podemos preguntarnos
ingenuamente, ya que toda pregunta inquisitiva acerca de los designios
divinos, supone una ingenuidad, cosa ésta que con frecuencia se olvida).
El
hecho es que Dios quiere que sea el
Espíritu Santo quien asista, informe e
insufla de verdad a la Iglesia. Porque Cristo funda la Iglesia y el Espíritu la
institucionaliza. La Religión
sería nada, o muy poco, si después de la Ascensión todo quedase al arbitrio de
los cristianos o a la libre
interpretación de los cristianos, cosa también que con prontitud se olvida...
Pero
el Espíritu Santo, para la mayoría, sigue siendo en cierto modo la persona
divina desconocida. Al Padre se le atribuye la Creación; ya hay pues
indicios palpables para conocer al Padre. El Hijo se hizo visible e histórico:
la información evangélica nos lo acerca sobremanera. ¿Y el Espíritu Santo? La
gente estima su cometido como una presencia difusa...
Pero
es real, absolutamente real, y su invisibilidad no empece en nada su
eficacia. Ajeno a los sentidos, no puede
serlo para el espíritu, que como el mismo Espíritu es invisible. Pero la
relación Espíritu Santo – espíritu, demanda un ahondamiento religioso, una
profundización, una excavación en los fondos, cosa que los cristianos
corticales, superficiales, no están dispuestos a hacer.
Y
así, de esta manera, la Tercera Persona resulta
para ellos ignota: Algo, mas bien que Alguien -en el sentir de tales cristianos- , a que se invoca en el plano teórico; algo que forma parte de la
constelación de dogmas en que hay
que creer, pero lejano, esquemático, desleído...
Y
no hay error mayor. La Iglesia es construcción del Espíritu Santo. El la ha
edificado piedra a piedra, dogma a dogma.
Y su dirección en lo eclesial no es virtual sino plenamente real. Muchos
cristianos de hoy nos confunden cuando apelando a la Escritura y
resobando sus textos, pasan por
alto la interpretación de la Iglesia que está inspirada por el Espíritu
Santo.
¿Qué
orden y qué justicia puede haber en la Iglesia si ésta se tambalea a cada
momento por efecto de los empujones dialécticos de la última hornada
generacional? El Espíritu da a la
Iglesia autoridad Y la conduce a la
unidad. Ansía un nosotros unánime de los hombres -unánime en el Amor- para el
NOSOTROS inefable de la Trinidad.
La
devoción al Espíritu Santo, pues, no
implica una mera consideración piadosa. Es una necesidad, puesto que es el
Espíritu Santo quien directamente está al frente de la Iglesia. Cristo Redentor ascendió a los Cielos para
que nos viniese el Paráclito. ¿ El Espíritu Santo es el continuador de Cristo?
No, sino el plasmador, el modelador de su Enseñanza.
La
Verdad es una. Pero la Historia suele manchar, obturar o enturbiar su perfil.
La misma Iglesia visible -como encarnación que es- adolece de defectos chicos y grandes.
Entonces el Espíritu Santo define la Verdad, la actualiza en cada instante
frente a todas las deformaciones. Que su presencia no se haga perceptible, constatable a los
sentidos, entra en la definición. Puesto que el Espíritu es espíritu... la Tercera Persona no es tangible.
No
obstante , nuestro tiempo, amancebado de materialistas, no quiere ver
en la creencia: nada más quiere ver con los sentidos. Pero la videncia de los sentidos es falible,
efímera, inestable. Lo invisible gobierna
lo visible. Y es más eficaz lo oculto
que lo palpable; es más verdad lo que es que lo que está, le viene su estar de
su es, de su ser.
Son
creencias y verdades que no pueden
olvidarse jamás. Y Pentecostés nos invita a su consideración
profunda.
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