Los
vientos no corren, no tienen pies, en todo caso vuelan, pero tampoco, no tienen
alas, tal vez van y vienen, en un sentido y en otro, o en varios. El terral, el
solano, el cierzo, la tramontana en España están.
En Alcalá se entiende algo de vientos, no tanto como en
Tarifa, que son catedráticos del viento, y lo explotan y lo venden al
extranjero sobre todo, que suele ser más estrambótico.
Pero hay muchas clases de vientos, ni me refiero siquiera a
los alisios que son los más conocidos,
como si fueran vecinos nuestros; viento de levante, de poniente, del
norte – frío – o del sur – cálido -. Los del sur siempre somos más calientes.
Pues eso. Mas no voy a beber esa clase de vientos; hay también los vientos que
nosotros mismos nos creamos, por ejemplo cuando decimos que malos vientos
corren, equivalente que malos tiempos sufrimos, y éstos, sobre todo, los crea
el hombre, casi sin darse cuenta. Los crea el político, el sindicato, las
leyes, o vaya usted a saber; éstos suelen llevar más malicia escondida entre su
letra pequeña, pero luego llegan de pronto y ¡BLOON!
Pero hay vientos beneficiosos, nos quitan o se llevan
ciertos microbios como
cualquier mediocre médico que se precie. Se dice, “este viento nos limpia la
atmósfera”, como la manguera de agua caliente que limpia las calles de la
capital después de Semana Santa o Corpus, cayendo al suelo tanta gota de cera
derretida proviniendo de tantas velas. Oros vientos, también beneficiosos,
también en Cádiz o en San Fernando, tienen el arte de evaporar el agua de las
salinas dejando el fondo de éstas cubierto de blanca sal, que hiere casi la
vista pero que engorda la cartera de sus propietarios que, generalmente viven
en Madrid; a ellos el trabajo se lo hace el levante, como a nosotros la chica filipina, marroquí o incluso rusa, listos
que son lo madrileños.
A mí no me gustan mucho los vientos, unos molestan, otros
nos traen frío - el del norte – otros nos quitan el sombrero, el que lo lleve
puesto, y, cayendo al suelo le hace dar a su dueño un trotecillo ridículo, el
del burrito “Platero” de J. Ramón Jiménez, pero este no lo hacía ridículamente,
sino al natural, pero en fin, el dueño
del sombrero, si llega a darle alcance, se agacha, lo coge, lo zarandea por si
se le ha pegado algo y se lo pone. Si logra verlo muy rebelde o travieso, le
echa el pie encima y lo aplasta como migajón que cae sobre el huevo frito en tu
plato, y se queda el huevo hecho un desastre. En cambio si hay un viento que me
gusta mucho, y no por lo que sopla sino por lo que canta, qué raro un viento
que canta no suele verse; yo tampoco lo he visto, es porque hace muchos años
salió una copla, para mí preciosa, con este solo título, “Viento del sur”, y
solía repetirla, y escucharla y no me cansaba, y hasta la tocaba en mis diversos
instrumentos, bandurria, guitarra, teclado, etc.
El viento nos fastidia y nos da luz, la eléctrica, con los
mencionados molinos metálicos gigantescos. Y sin luz, ya se sabe, ni podemos
ver, ni comer con la cocina eléctrica, ni calentarnos con la estufa, ni
refrescarnos con el ventilador. A ver si va a resultar que el viento trabaja
más que los cinco millones que hay en el paro, ¡pobres! Quieren y no pueden
trabajar. Y luego se dice que el trabajo es un castigo desde los tiempos del Paraíso terrenal. Si Adán llega a saber esto, no nos hace
tremenda jugarreta; con lo felices que estaríamos todos viviendo a la sombra de
un pino verde, como los que van al Rocío y se cansan. Claro que Adán también
las pasó canutas, tanta frutita, tanta mujercita, y luego ¡toma! te caíste del
arbol. Y tú y yo que culpa tenemos. Nosotros ni manzana, ni pera, ni plátano;
nosotros , algunos solo toman yogur. Es igual,
todos para dentro, en este caso para fuera del Paraíso, sin haber robado ni alborotado. Y eso que por allí no había policía;
pero bajó un ángel del cielo y con una espada de fuego, eso sí que es un
invento, no los chismes de ahora, y de la noche a la mañana o en un abrir y
cerrar de ojos no vimos fuera y más desnudos que un zagalete recién nacido o
una corista de Hollywood. Vaya faena. Y quién le mandaría a él, a Adán, a hacer
lo que hizo. Eva, ¡Ay! Evita, pues eso evítala. La mujer está muy bien, muy
guapa, muy arregladita, cuando va a lo de Margari, sobre todo pero está para
otras más cosas y sirve a toda una familia, para darte compañía y hacerte la
vida más llevadera al marido. Adán, ahí, te damos un suspenso, ahora que
estamos en tiempos de exámenes, porque tú para lo que hiciste, pasearte desnudo
y descalzo y alargar el brazo para coger frutita, esta sí, esta no ¡Vaya vidorra! Si llegamos a estar a tu lado, te
cogemos la mano y tú no comes ni pipas. Pero para qué nos vamos a enfadar, por
una manzana más o menos, ahora que no lo olvidamos, nosotros no merecíamos tal
atropello.
Adán, Adán, donde las toman las dan; es al revés. La podrías
haber metido en el bolsillo. Claro, como no tenías pantalones, ¡que impúdico! y
así y todo te quería Eva, pues vaya gusto el suyo, bien podías haberte ido a la playa, a la nuestra no, pues
de esa guisa no te admitimos. No podías haberlo dejado para otro día que
tuvieras menos apetito. En fin, a lo
hecho, pecho. Procura que otra vez... no
se te vaya la mano y a Eva, tu
mujer, que no sea tan generosa y que te invite a otra cosa, ¿no habría allí un
caramelo ni una cerveza? Bueno si hubiese sido yo familia más numerosa todavía,
no le hubiese puesto a ningún hijo mío Adán. Por eso le dice la madre al hijo que ve un tanto desarrapado, ¡anda
arréglate, que estás hecho un Adán! Y se queda tan contenta, y yo también, ¿Y
tú?
Alcalá, 27 de enero de
2014
José Arjona Atienza
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