El
verano se recibía en Alcalá con una gran hoguera en la Plaza Alta. Se solía
celebrar la víspera de San Juan, el 23 de junio, noche del solsticio del
verano. El símbolo más importante era el rito de la hoguera, y su finalidad,
añadirle más fuerza al sol, pues a partir del 21 de junio, se iba haciendo más
débil, y los días, cada vez más cortos.
Los
adolescentes y los jóvenes acarreaban leña y viejas maderas por el pueblo y los
campos y la llevaban a la Plaza de San Jorge. A las doce en punto, les prendían
fuego y las llamas organizaban una auténtica fogata de proporciones monumentales.
Varios hombres se hacían cargo de alimentar el fuego y de cuidar que los niños
no nos acercáramos a la hoguera.
A
continuación, los jóvenes saltaban la hoguera con gran impulso para no
quemarse. Algunos lo hacían con una especie de pértiga para superar a las
llamas. Nadie sabía quién había iniciado aquella tradición, pero se repetía
cada año puntualmente la noche de San Juan.
Después
he leído que los pioneros de las hogueras de San Juan fueron la gente de la
mar, los pescadores, para recibir la estación del verano, la más propicia para
sus faenas pesqueras. Lo hacían en las playas y quemaban las maderas que arrojaba
el mar y las barcas destrozadas.
Los
alicantinos aseguran que la noche de San Juan comenzó celebrándose en Alicante.
Después se extendió por las costas pesqueras españolas; más tarde, llegaron a
los países del mediterráneo y a los países nórdicos. Hoy, la tradición ha
llegado a todo el mundo y se celebran en todas partes.
A
las doce de la noche del día de San Juan, las costas y las playas de nuestro
planeta se convertirán en una aureola de fuego que iluminará todos los mares.
Pero las mejores hogueras las harán los alicantinos. A las doce de la noche
quemarán una monumental palmera y, a continuación, prenderán la Cremá de la
Foguera Oficial y la Foguera Infantil. Y volverán unos, a saltar las llamas; y
otros, a subir con tablas las olas del mar.
JUAN LEIVA
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