La participación en los sufrimientos
del próximo nos descubre el carácter sagrado del ser humano.
Simone Weil
La persona y lo
sagrado
Madrid, Hermida Editores, 2019
Para interpretar adecuadamente la
vigencia de sus profundos análisis y para valorar con precisión la importancia trascendental
de los mensajes humanos de este breve libro, es imprescindible que, durante su
lectura, nos situemos en la perspectiva vital, social y política desde la que
su autora, Simone Weil, contempla los comportamientos humanos y la normativa
jurídica durante la situación belicosa de Europa en la primera mitad del siglo
XX. Pensadora y activista, de origen judío y de convicciones cristianas,
pacifista y luchadora, esta mujer joven y comprometida con las causas de los
oprimidos y de los marginados, nos muestra cómo el pensamiento filosófico, los
fallos jurídicos y las decisiones políticas se han de fundamentar en las
experiencias vitales y se han de orientar por los principios evangélicos. Nos
expone las razones que determinan que el compromiso social debe estar
fundamentado en una sólida cimentación ética, y cómo el ordenamiento jurídico
ha de ahondar sus raíces en el principio cristiano del perdón. Afirma de manera
categórica que el único fin de las funciones públicas es hacer el bien a los
hombres.
Con sus palabras y, sobre todo, con
su vida nos enseña que la participación en los sufrimientos de los próximos nos
proporcionan luz necesaria para descubrir y para experimentar el carácter
sagrado del ser humano en su integridad. Nos explica con claridad cómo “el
bien” constituye el núcleo de su genuina grandeza. Filósofa, profesora y
escritora, nos propone como modelo del hombre y como meta de las instituciones
políticas defender los bienes sagrados de la justicia, la verdad y la belleza. Sagrado
-afirma con claridad-, es la justicia en la moral, la verdad en la ciencia y la
belleza en el arte: Justicia, verdad y belleza, hermanas y aliadas, “son tres
palabras tan hermosas que no es necesario buscar otras”.
Pero quizás lo más sorprendente de
las afirmaciones de esta lingüista, especialista en literatura clásica, sea su
declaración de que los seres menos dotados por la naturaleza o, literalmente, “los
tontos de pueblo” que aman la verdad, a pesar de carecer de destrezas
lingüísticas, poseen -o pueden poseer- “unos pensamientos infinitamente
superiores a los de Aristóteles”. Por eso ella no tiene inconvenientes en
animarlos para que manifiesten esa verdad que siempre va acompañado de la
humildad. A mi juicio, esta obra, a
pesar de su brevedad -o quizás también por eso mismo- constituye una llamada para
que, con decisión, ahondemos en el sentido elemental de unos conceptos que
deberían ser los cimientos de una filosofía humana, de un derecho compasivo, de
una moral benéfica y de una vida individual y colectiva saludable, esperanzada
y progresivamente feliz. Este grito apasionado, quizás, a muchos nos haga
despertar del letargo y reaccionar ante el aturdimiento de tantos ruidos
agotadores.
José
Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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