Angustia y oración
Domingo V de Cuaresma
La primera lectura, de tono profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.
Oración en el templo (evangelio)
El cuarto
evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a
la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad
que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos
días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del
templo de Jerusalén.
En aquel
tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos
gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
-Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y
Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
-Ha llegado la hora de que sea glorificado
el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí
mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará
para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí
también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi
alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto
he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
-Lo he glorificado y volveré a
glorificarlo.
La gente que estaba allí y lo oyó decía que
había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-Esta voz no ha venido por mí, sino por
vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a
ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos
hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
El evangelio comienza y termina en tono de
victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a
Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción
litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han
venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés
de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia
mí”.
Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.
Oración en el huerto (Carta a los Hebreos)
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido:
Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va
a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole
que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se
detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando
afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno
de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir
que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.
Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.
El templo y el huerto
Es evidente
la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado
(Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas
lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con
él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran
diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a
pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le
cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado
de la muerte.
La ciencia
bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del
mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar
los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos
y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.
En un
primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión
racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al
Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una
posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como
añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más
humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.
A las
puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un
ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y
nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte. Domingo de Ramos. Ciclo B
Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos. Dada su extensión me limito a sugerir dos puntos de atención (Jesús y sus discípulos) y a ofrecer cuatro posibles lecturas de la pasión.
Dos puntos de atención
¿Quién es Jesús?
El relato del capítulo 15 supone un gran
contraste con el de los dos capítulos anteriores, 13-14. En estos, Jesús se
enfrenta a toda clase de adversarios en diversas disputas y los vence con
facilidad. Ahora, los adversarios, derrotados a nivel intelectual, deciden
vencerlo a nivel físico, matándolo (14,1). Lo que más se destaca en Jesús es su
conocimiento y conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana
su sepultura (14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que
morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está
cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección
están marcadas por esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza.
Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se
pierden definitivamente: la cercanía de los amigos (“a mí no siempre me
tendréis con vosotros”: 14,7), la copa de vino compartida (14,25). No falta un
tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con
los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero predomina en sus
palabras un tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que
Marcos subraya ―una vez más― la humanidad profunda de Jesús.
Cuatro veces se debate en estos capítulos la
identidad de Jesús: el sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61),
Pilato le pregunta si es el Rey de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y
escribas ponen como condición para creer que es el Mesías que baje de la cruz
(15,31-32), el centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta
del sumo sacerdote responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su
respuesta no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la
pregunta de Pilato responde con una evasiva: “tú lo dices” (15,2). A la
condición de los sumos sacerdotes y escribas no responde. Cuando el centurión
lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha muerto.
Los
discípulos
Los datos son conocidos. Se entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72). En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida (15,40-41).
Cuatro lecturas posibles de los relatos de la pasión de Jesús.
La lectura de identificación personal y afectiva
El testimonio escrito más antiguo que poseemos en este sentido es el de san Pablo. A veces, cuando habla de la muerte de Jesús, lo hace con frialdad dogmática, recordando que murió por nuestros pecados. Pero en otra ocasión lo enfoca de manera muy personal y afectiva: “He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en la carne vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). En línea parecida, san Ignacio de Loyola, en la tercera semana de los Ejercicios espirituales, cuando se contempla la pasión, el ejercitante debe pedir “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, llanto, pena interna de tanta pena como el Señor pasó por mí”.
La lectura indignada
Es la que practicamos todas las mañanas al
leer el periódico, cuando acompañamos la lectura de los titulares y de las
noticias con toda suerte de imprecaciones, insultos y maldiciones. Los relatos
de la pasión cuentan tal cantidad de atropellos, injusticias, traiciones, que
se prestan a una lectura indignada. Sin embargo, los evangelios nunca invitan
al lector a indignarse con la traición de Judas, a maldecir a las autoridades
judías o romanas que condenan a Jesús, a insultar a quienes se burlan de él, a
sentir como en el propio cuerpo los azotes, la corona de espina o los clavos, a
llorar la muerte de Jesús. En ningún momento pretenden los evangelios excitar
los sentimientos y, mucho menos, fomentar el sentimentalismo.
La lectura detallada
Ofrezco un extenso comentario, que puede
bajarse de la dirección indicada (en el ángulo superior derecho aparecerán dos
ventanitas: COMPARTIR y ABRIR. Se pulsa en ABRIR y se elige la opción que
prefiera).
Presto gran atención a cuatro aspectos:
1) la división minuciosa de cada episodio, que
a veces quizá parezca exagerada, como cuando distingo siete momentos en el
relato de la oración del huerto; pero es la única forma de no pasar por alto
detalles importantes.
2) los protagonistas, advirtiendo qué hacen o
no hacen, qué dicen o no dicen, cómo reaccionan, por qué motivos se mueven, qué
sienten.
3) la acción que se cuenta y sus presupuestos;
a veces predominará lo informativo, ya que ciertos detalles a veces no se
conocen bien, como la celebración de la Pascua en el mundo judío y en Qumrán o
el proceso ante el Sanedrín.
4) el arte narrativo de Mc, que a menudo no se
tiene en cuenta, pero que sirve también para captar su teología.
Este tipo de lectura, aunque aplique el mismo método a todas las escenas, pone de relieve lo típico de cada una de ellas y deja claro que el relato de la pasión está formado por episodios aparentemente cotidianos y por otros terriblemente dramáticos, como la oración del huerto. Lo importante es captar el espíritu y mensaje de cada episodio y el mensaje global de cada evangelio.
La lectura interactiva y orante
Sería la
respuesta personal al comentario anterior, reflexionando cada cual sobre lo que
el texto le sugiere y lo que le invita a pedir.
Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada Escritura por el
Pontificio Instituto Bíblico de Roma
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