Obituario
Fallece el alcalaíno Juan Leiva Sánchez
Andrés Moreno Camacho acaba de
comunicarme la noticia del fallecimiento de nuestro común amigo Juan Leiva, ese
hombre prudente, bondadoso y austero que ha pregonado por todas partes las
raíces alcalaínas que han nutrido todas sus tareas vitales y los valores que
han orientado sus diferentes servicios como sacerdote, profesor, periodista,
escritor y, de manera especial, como esposo y como padre.
Juan ha muerto como ha vivido: tratando
de hacer el menor ruido posible y evitando molestar a sus alumnos, a sus compañeros
y a sus amigos. Su testimonio vital, más incluso que sus medidas palabras, ha
resonado en nuestras conciencias como una permanente y explícita llamada a la
trascendencia y, al mismo tiempo, como una cordial invitación al cultivo de los
valores humanos tan importantes como la sencillez, la laboriosidad, la alegría
y la solidaridad.
Desde mi perspectiva personal, los
rasgos humanos que más me han llamado la atención de este creyente profundo, han
sido su invencible paciencia, su férrea disciplina y, sobre todo, su exquisita
delicadeza. Enemigo del capricho, de la frivolidad y de la superficialidad
tradicional, fue un hombre enraizado en las Bienaventuranzas, que creía en el
Dios Padre de la ternura y de la misericordia, y que vivía con pasión la
alegría del Evangelio. Era un filósofo de las cosas elementales y un maestro de
la simplicidad de la vida: sus reflexiones, sus consejos, sus actitudes y sus
comportamientos estaban sustentados en un fondo de honradez y en un sustrato
evangélico. Ha fallecido un hombre bueno que tomó la vida plenamente en serio y
que supo orientar sus esfuerzos hacia metas nobles y trascendentes. Su
insaciable avidez de saber, su viva curiosidad, su amplia capacidad de silencio,
su aguda facultad de escucha, su remansada delicadeza y, sobre todo, su
permanente disposición de servicio, constituyen para todos nosotros una valiosa
herencia. Ojalá que la memoria del ejemplo de Juan, un hombre bueno nos ayude a
construir una sociedad amable y afable, capaz de acoger a todos sin
distinciones, sin juicios ni condenas, que sea una casa con las puertas
abiertas, donde todos podamos reconocernos como hermanos.
Ya es sabido que todos los seres vivos
morimos, y también tenemos suficientes experiencias de que algunos que se nos
mueren, se llevan consigo fragmentos de nuestras vidas y, por lo tanto, nos
dejan más débiles, más pobres y más solos. Su muerte representa una pérdida
irreparable para todos nosotros. Con María Jesús, su mujer y con Juanma, su
hijo somos muchos los que sentimos una honda pena. Que descanse en paz.
José Antonio Hernández
Guerrero
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