Obituario
Fallece Antonio Ceballos Atienza, un
servidor en el sentido de la palabra y en el significado evangélico.
El padre Rafael Palomino acaba de
comunicarme que hace media hora, tras sufrir un ictus, ha fallecido en Jaén
Antonio Ceballos Atienza, un obispo servidor, que luchó durante toda su vida con
las armas del amor contra el egoísmo, el odio, la pobreza y las desigualdades.
En mi opinión, era un hombre bueno y un sacerdote ejemplar que transmitía aire
puro a la vida de la Iglesia y estímulos saludables a todos los que lo
trataban. Carente de afán de lucir en el candelero, era un espejo en el que se
reflejaban los valores fundamentales del evangelio.
Aunque soy consciente de que el
sacerdocio es un constituyente esencial y explícito de la condición episcopal,
en este caso me parece oportuno subrayarlo porque, sin duda alguna, es el rasgo
que mejor definía el perfil humano y cristiano de este hombre bueno, sencillo y
laborioso que, dotado de un singular sentido pastoral, desde que escuchó la
llamada de Jesús, se consideró un servidor de los hombres. Su permanente referencia a la oración y
su apertura a la amistad con Jesús de Nazaret constituían su explicación del
acercamiento servicial al hombre. Esta relación personal con Cristo era la
clave explícita de sus tareas concretas con los sacerdotes, sus hermanos, con los
fieles y con los demás hombres y mujeres de cualquier condición y edad.
Como él mismo declaró el día en el que
tomó posesión de las tareas de Obispo de Cádiz y Ceuta, vino dispuesto a servir
en el sentido más estricto de la palabra y en el significado más ajustado a la
concepción evangélica. No es extraño, por lo tanto, que, desde el primer
momento, adoptara una actitud silenciosa y atenta con el fin de escuchar y de
interpretar las demandas de los diocesanos. Es comprensible, además, que
declarara abiertamente su decisión de orar para orientar sus acciones
pastorales de acuerdo con las claves del Evangelio.
En reiteradas ocasiones le escuchamos
explicar cómo, en este mundo saturado de ruidos, necesitamos confortables
espacios de silencio e instantes prolongados para la oración, para la interiorización
personal y para la apertura solidaria. Solía terminar sus homilías animando a
los fieles para que, en silencio, serenos y tranquilos, miráramos hacia lo
alto, hacia nuestro interior y hacia los que teníamos al lado con el fin de
que, animados, progresáramos humanamente y creciéramos cristianamente. Que
descanse en paz.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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